Un porterazo demoró más de lo previsto la victoria del Barça sobre el Atlético, que resistió con la tenacidad habitual, pero pagó la mala boca de Diego Costa. Le montó tal patín al árbitro que la expulsión estaba cantada. En un partido crucial, dejó a su equipo en una situación lamentable. No perderá, sin embargo, su condición de héroe colchonero. Alrededor de Costa se ha generado una de las místicas más inexplicables del fútbol. Con 10 jugadores durante una hora, el Atlético confirmó su estajanovista entereza y se encomendó a su guardameta Oblak, uno de los escasos porteros del mundo que reduce la portería. La hace tan pequeña que cuesta un mundo superarle.
Hasta que Luis Suárez, muy a última hora, ajustó un fenomenal tiro de media distancia, Oblak estropeó uno por uno todos los remates del Barça, algunos con la marca registrada de Messi. Es un portero sin grietas, máximo representante de la escuela clásica. No está educado en las finuras del pase corto y de la distribución. Nadie se lo exige en el Atlético, pero ahora mismo Oblak es la perfecta representación del portero casi invulnerable. Exige a los rematadores más recursos y más precisión que ningún otro guardameta.
Oblak detiene los remates fáciles y los difíciles, aunque nunca es fácil saber cuándo son fáciles sus intervenciones. Tiene el don de rebajar el picante a los tiros. Les quita épica, otra de sus grandes cualidades, porque nunca transmite la impresión de sentirse superado. No se agita jamás. En sus defensas genera una sensación absoluta de serenidad, como si nada le perturbara. A los rivales les produce una mezcla de ansiedad y frustración. Les obliga a uno ejercicios de precisión que rara vez necesitan frente a los demás porteros.
De eso trató el gol de Luis Suárez, un extraordinario remate con la fuerza, el efecto y la dirección justa para entrar junto al palo. Casi lo desvió Oblak, pero ya había agotado la capacidad para los milagros. Uno por uno había rechazado los tiros de Messi, Luis Suárez y Coutinho. En el mano a mano desplegó su espectacular envergadura y la intuición para anticipar acontecimientos. El Atlético tiene una mina en el portero eslovaco.
El partido como tal, es decir, con los dos equipos buscando el área rival, duró lo que tardó Diego Costa en salir expulsado. Durante 25 minutos, el Atlético dispuso de la pelota y el Barça de las ocasiones. Ninguna mejor que la suave solución de Jordi Alba después de recibir un majestuoso pase de Messi. El balón golpeó el palo. Ese trecho del encuentro manifestó que el Atlético tiene más fútbol del que practica, evidencia que le costó la eliminatoria contra la Juve en la Copa de Europa.
El Atlético dispone de buenos y muy conocidos futbolistas, pero guarda un secreto: Thomas es un fenomenal jugador. Famoso por su gran despliegue, se minusvalora unas condiciones técnicas cada vez más reseñables, además de una contrastada versatilidad. Thomas Party es indispensable en el Atlético y lo sería en cualquier gran equipo.
El Barça, que jugó bien o muy bien casi siempre, disfrutó de otra nueva exhibición de Messi, pletórico toda la noche. Cada una de sus intervenciones disparó las alarmas defensivas del Atlético. No tenía sentido que su actuación no se consagrara con un gol. Llegó, y de qué manera. Marcó como si cerrara la puerta de un Rolls, con suavidad y mucha clase. Un lujoso gol para una noche que cierra la Liga. El Barça repetirá como campeón.