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Tomás Roncero reina

No recuerdo qué hacía antes cuando el Barça ganaba al Madrid, pero sé lo que hago ahora: buscar a Tomás Roncero. De hecho, ya no es necesario que el rival del Real sea el Barça. Cualquiera que haya ganado a los blancos funciona en mí como un tobogán hacía Tomás Roncero. Roncero es la respuesta, la estrella en la mañana, es la mano de tu padre en la feria. Con él a mi lado, nada malo me ha de pasar porque, precisamente, le está pasando a él. Su dolor me redime del mío de una manera no vista desde los primeros mís-
ticos.

Si usted no es del Real Madrid, del Barça, no le gusta el fútbol, no sufre de insomnio o, de niño, sus padres no tuvieron amigos nerviosos que no encontraban la hora de irse a casa, es probable que no conozca o no entienda a Tomás Roncero. Roncero es un periodista deportivo de largo recorrido, merengue hasta el tuétano, asiduo a las tertulias de la Ser o de Josep Pedrerol. Pero Roncero es mucho más. Es el Kid 0 de los tertulianos futboleros catódicos. Con él empezó todo. El hincha comiéndose al periodista en puro directo, gratis y en abierto. Sado, placer culpable.

Incluso con la selección española le busco. Gane o pierda la roja, yo con Roncero. Su exceso es mi droga. Me encantaba verlo cuando en la selección había muchos jugadores del Barça y marcaba Puyol de cabeza contra Alemania porque ver a Roncero era ver la esquizofrenia Lynch de Lost highway. No quiero saber cuánto hay de verdad y cuánto guionizado en Tomás Roncero porque quiero pensar que es él haciendo de él.

Amo a Roncero porque me recuerda a mí mismo de chaval y, al mismo tiempo, es el crío que era del Madrid, al que odiabas los lunes y querías el resto de la semana. Es tierno, humano, insoportable e imaginario saco de arena cuando él gana y tú, no.

Roncero va a televisión o a grabar su vídeo en As con los mismos zapatos, camisa, muda y pantalones que lleva en casa. Con su camiseta del Real Madrid dos tallas menos, sin peinar y desesperado. Se pasa la mano por la cara tantas veces que uno teme que Roncero se desfigure y acabe siendo un tertuliano cualquiera.

Son de antología Churchill sus discursos a los jugadores, sus arengas a la afición, sus promesas de venganza, sus ataques a Florentino, su nostalgia centuriona a CR7. Pero además Tomás Roncero es, lisa y llanamente, historia del cine. Es puro James Dean del Actor’s Studio cuando arroja el micro, se arranca los auriculares, o la chaqueta, o cuando rechaza maquillarse en carrera te recuerda el vía crucis final de Brando en La ley del silencio.

Por no hablar de la gestión de los espacios, ya sea un pasillo –desde las gemelas de Kubrick nadie como él– a una sala de juntas como celda de locura a lo Cassavetes. Santiago Segura lo vio claro. Le dio un papel de seleccionador de Catalunya en uno de sus Torrentes. De acuerdo. Pero llega a ser Howard Hawks y estaríamos hablando de Río Bravo.