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El Reus se queda sin tiempo

Al borde del descenso

Oliver no paga a siete jugadores que hoy se pueden marchar

Querol, uno de los últimos futbolistas en denunciar a su club

Xavi Jurio

Desgraciadamente, no es ninguna inocentada. El CF Reus no había pagado ayer noche, a poco de acabar el plazo, a las doce, el salario de los siete últimos jugadores que denunciaron a su propio club por los impagos. Si no hay un giro de guion de última hora, Badia, Vítor, Olmo, Querol, Moore, Carbia y Mikel, patrimonio del club y los tres primeros piezas clave, son desde la medianoche de ayer jugadores libres, por lo que pueden fichar por cualquier equipo.

Varios de los afectados ya tienen encima de la mesa un contrato que firmarán en las próximas horas para volar lejos del Baix Camp y olvidar cuatro meses de pesadilla. Técnicamente, el equipo puede seguir compitiendo en Segunda División tras el parón navideño con los 11 jugadores del primer equipo que sí ha pagado: el mínimo son siete en cada partido, junto a los chicos del filial. A la práctica, será inviable luchar por la salvación con sólo media plantilla.

El tiempo por ahora ha dado la razón a la desconfianza de los futbolistas

Joan Oliver, aún propietario del CF Reus, aseguró la pasada semana a sus futbolistas y miembros del cuerpo técnico que el dinero estaba al caer y que todos cobrarían sus sueldos. Los jugadores no le creyeron y decidieron denunciar al club en la Liga.

El tiempo por ahora ha dado la razón a la desconfianza de unos futbolistas que ya no se creen a Oliver, que también les había asegurado que la esperada venta del club estaba cerrada para garantizar así la llegada del dinero de la mano de un nuevo inversor. Un millón de euros es la cantidad de dinero que esperaba recibir el club ahora para saldar deudas y empezar a salir a flote.

Por ver qué decisión toma hoy la Liga, que se reúne con la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) y hará oficial si los siete jugadores han quedado libres o bien el club ha pagado in extremis. Aunque Oliver salve el segundo match-ball, la guerra con el vestuario, con muchos de los jugadores con ganas de irse, convertirá en misión casi imposible salvar al equipo. “Espero que no me paguen y pueda escaparme de este desastre”, dijo ayer uno de los afectados a este diario. El Reus es un polvorín. El tiempo se ha acabado.