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“Mis maestras son Duras, Kahlo, Aleksiévich... y las travestis del parque”

De la prostitución callejera a la literatura

Llega a España ‘Las malas’, novela revelación de la argentina Camila Sosa Villada

La escritora argentina Camila Sosa Villada

TUSQUETS

Hace un poco más de diez años, Camila Sosa Villada (La Falda, 1982) se prostituía por las noches, junto a otras travestis, en un parque de la ciudad argentina de Córdoba. Por las mañanas, iba a la universidad. Toda esa experiencia, así como su traumática infancia -con un padre que llegó a apuntarla con una pistola- han germinado en una excelente novela, ‘Las malas’ (Tusquets), obra vitalista, salpicada de humor y tragedia, que hace emerger un mundo oculto de una manera nueva. Al año de su publicación en Argentina, llega ahora a España, y tiene traducciones contratadas en Francia, Alemania, Italia y varios países. Sosa atiende a este diario por videoconferencia desde Buenos Aires.

-¿Cómo empezó su carrera literaria?

-En el 2017, estrené la obra de teatro ‘El cabaret de la Difunta Correa’, una santa popular de aquí a la que mis padres hicieron una promesa en el 2008 para que yo dejara la prostitución y encontrara un trabajo. En el 2009, estrené ‘Carnes Tolendas’ que fue la obra que me permitió dejar la calle y empezar a trabajar como actriz, me hizo conocida. ¿Conoce la historia de la santa?

-Lo que explica usted en el libro…

-Se dice que es milagrosa porque la encontraron muerta en el desierto pero su hijo estaba enganchado a ella, amamantándose. Quise hacer la obra de teatro, un cortometraje y el libro, donde también aparecía la historia de la Tía Encarna, la travesti que se encuentra un bebé abandonado en una zanja y se lo lleva para criarlo.

Mis padres hicieron una promesa a la santa para que yo dejara la prostitución y, al año siguiente, ya triunfaba como actriz”

-No parece una primera novela…

-Escribo desde niña, desde que aprendí a escribir, no sé si terminé alguna novela pero he escrito muchísimo, todo tipo de cosas. En el 2018 publiqué el ensayo ‘El viaje inútil’.

La escritora argentina Camila Sosa Villada

TUSQUETS

-Su libro es distinto a todo.

-No pienso mucho, escribo a ciegas, tanteando la historia. El editor Juan Forn fue decisivo porque yo quería quitar la parte de mi infancia en el monte, y dejar solo la historia de las travestis, de la Tía Encarna que nos hacía de matriarca y del Brillo de los Ojos, el bebé encontrado, pero él me pidió que contara mi infancia, porque explicaba el misterio del travestismo para lectores de la talla de los que tiene Tusquets. Como buena principiante, le hice muchísimo caso, acaté sus sugerencias… aunque otras no.

-El lector empieza creyendo que son memorias pero luego, al ver que a una travesti le salen plumas, ya se da cuenta de que no.

-Lo más real y concreto es mi infancia, mi relación con los padres. Los personajes son inventados, renombrados, mentidos. Tomé cosas, claro, de mi experiencia como prostituta en el parque, por ejemplo cuando me voy con dos hombres y ellos me duermen, el tío que vomita al lado de mi cama... Lo demás es obra de mi imaginación retorcida.

-¿La Tía Encarna no es real, aunque sea un poquito?

-Los hombres sin cabeza, por ejemplo, contienen las mejores cosas de los hombres de los que estado enamorada, lo mejor que he pasado junto a ellos, ¿cómo sería si estuvieran todos esos hombres buenos juntos? La Tía Encarna toma todas las cosas buenas de las travestis con que me he cruzado en la vida, también algunas malas, como su mal genio.

La literatura es queer siempre, los escritores estamos aislados, para mí Silvina Ocampo es queer”

-Junto a escenas muy violentas, hay mucha alegría en el libro. ‘Éramos como la primavera’, dice, con sus vestidos de colores, haciendo reír a los taxistas, es una obra muy divertida.

-Así fue. Esa escena de todas nosotras tomando el sol es tal cual la cuento, es algo que hacíamos con regularidad. Y todas las escenas de la universidad son cosas que sencillamente registré. Pero no se puede confiar mucho en la memoria, ¿verdad? Así que diré que miento...

-Lo de sus padres parece un cuento de Dickens, sin luz eléctrica, con violencia y exceso de alcohol…

-A los 5 años ya sabía leer y escribir, a los 8 leía a Jack London, éramos muy pobres y mis padres, sin embargo, si sacaba una buena nota o era mi cumpleaños o Navidad, me regalaban libros. Eso me permitía apartarme de ellos, meterme en un lugar en el que no estaban, donde se podía vivir muy bien. Esa es mi particularidad, haber vivido esa doble existencia como lectora y escritora voraz.

-Su obra es literatura, y no necesita más adjetivos. Pero ¿acepta la etiqueta de novela queer?

-La escritura es queer siempre. Los verdaderos escritores estamos apartados, para poder escribir. Toda literatura que se precie es queer, incluso Silvina Ocampo, ese personaje extraño, una millonaria con un edificio entero a su disposición para vivir y sin embargo completamente apartada de la sociedad, dejada de lado. Para mí, Silvina Ocampo es queer.

-El personaje dice que ser travesti le salvó del suicidio…

-Se asocia a las travestis con la muerte, la primera amenaza que hacen a las niñas travesti es decirles que van a matarlas, que van a morir, y es una amenaza muy verdadera. Pero Alice Munro tiene razón, ella dice que no hay nada más fuerte que la vida. O Wislawa Szymborska, para quien alguien que haya vivido, aunque sea por un segundo, ya es inmortal: ‘No existe vida / que aún por un instante / no sea inmortal. / La muerte siempre llega / con ese instante de retraso”. Ser travesti es amar la vida: a pesar de esas amenazas, los riesgos, las persecuciones, el afán por la vida se impone. Las recuerdo, a las travestis, trepándose a los árboles cuando venía la policía, esconderse abajo de los autos para que no las encuentren, hacer un guiso con tres pesos, juntando dinero una noche entre todas para comprarle medicamentos a una… ¡Ese afán por vivir es tan poderoso, tan inconmensurable, tan inalcanzable!

Ser travesti es amar la vida: a pesar de las amenazas, trepas a los árboles cuando viene la policía, te escondes bajo los autos, juntas dinero entre todas para medicamentos...”

-Es imposible no emocionarse con este libro. Por ejemplo, con la imagen de los animales atravesados en las trampas que ponía su padre. Una mirada que asocia con usted…

-Me he criado en el campo, mi relación con los animales ha sido estrecha, con la muerte también. Mi padre me ponía a agarrarle los cerdos con las manos para que él pudiera degollarlos. Asistí muchas veces a la mirada de los animales cuando estaban muriendo, tengo clavada esa desesperación. Luego he visto a mis amigas agarradas por hombres para violarlas y he visto en ellas la misma mirada. No es la mirada de la cultura, es la de un cuerpo que quiere vivir.

-Ha sido comparada con Jean Genet. Usted explica cómo roba pequeñas cantidades de dinero a los clientes, no la cartera completa.

-Por esas cosas lo titulé ‘Las malas’. Lo que se dice de nosotras es que somos peligrosas, ladronas, que todas estamos enfermas de alguna cosa, venérea o lo que sea, que somos peleonas, nos agarramos de los pelos en la calle, golpeamos a un cliente que quiere abusar de nosotras… Yo debía escribir nuestra maldad, que es esa: si cobras 50 pesos al cliente, le robas 20, que es nuestra propina, y no le digo que esté mal, al contrario, se lo merecían enormemente, no es un delito, es una justicia muy salvaje, si quiere.

-¿Le han leído las otras?

-Algunas me han escrito: ‘¡Me acuerdo del día en que te conocí!’. Otra: ‘¡Tú eres la que desayunaba aquello!’. Las que hemos sobrevivido estamos en contacto. No han sobrevivido muchas.

-Y, por las mañanas, iba a la universidad.

-Dejé de estudiar después de los clientes que me durmieron, me encerré unos meses en mi pensión y ya no volví a la facultad, pero siempre estuve en contacto con mis compañeras y compañeros. La facultad de teatro me dio mucha seguridad, sentía que debía permanecer porque ahí me trataban bien, no como en Comunicación Social, que también cursé, muy tradicional, llena de militantes masculinos, machistas que no podían entender cuál era mi misterio. En la universidad encontré grandes amigos, amigas, y un maestro que me adoptó, Paco Giménez, un oráculo que me desveló lo que nadie pudo antes.

Si cobras 50 pesos al cliente, le robas 20 como propina, no es un delito sino una justicia salvaje”

-‘Lo que más envidiamos de ti es la voz’, le dicen las otras travestis. Ahora lo pensarán otros escritores, pero referido a su voz literaria.

-El año pasado, salió en Argentina mi novela ‘Tesis sobre una domesticación’, la historia de una travesti casada con un abogado, que adoptan un niño seropositivo. Me interesa escribir sobre estas criaturas que no podrían existir de otra manera. Es una ciencia-ficción, una familia construida, sin problemas económicos, donde el padre y el hijo la adoran. Las escritoras travestis somos las únicas que podemos hablar de nosotras de esa manera, con ese conocimiento pasado por el cuerpo.

La escritora argentina Camila Sosa Villada

TUSQUETS

-Pero usted es la primera en dar el gran salto al ‘mainstream’.

-No, no. Me da algo cuando escucho ‘la primera trans en hacer esto o lo otro’, como si no fueran a existir segundas o terceras, o como si yo no fuera el resultado de las que me precedieron. Yo puedo escribir gracias a las otras que están muertas, a las que han perdido su vida a manos de la policía, por el sida, yo no soy un individuo salido de un repollo. En Argentina tenemos poetas, filósofas, sociólogas, estamos produciendo conocimiento constantemente. Mi particularidad es creer firmemente en la ficción, porque ha sido mi mayor formadora y educadora, a mí son los novelistas, cuentistas y poetas los que me han explicado el mundo. Yo soy todas las otras también. Y ellas son yo.

-‘Las malas’ va a dar una gran visibilidad al tema, independientemente del género de quien lo haya escrito.

-Ojalá. Yo soy muy mala representante, pobres las travestis si las tengo que representar, aunque trataré de hacerlo lo mejor posible.

- Los hechos narrados son a veces dramáticos, pero hay mucho sentido del humor. Por ejemplo, cuando la protagonista toma Viagra y padece “la maldición de Príapo”, hace pensar en la agitada vida de otro autor argentino, Julio Cortázar.

-En el 2015 hice una obra de teatro sobre Frida Kahlo, ‘Despierta, corazón dormido’. Leí todos sus escritos, sus cartas, estudié sus cuadros, los testimonios de los que la conocieron. Y lo que más me gusta de ella es su sentido del humor. Me rebela esa actitud que tienen algunas personas, lo de ‘pobre enferma’. Es como las travestis en la calle pasando hambre, la gente piensa que solo hay fatalidad y dolor, se exclaman, me vienen lectores diciendo ‘qué terrible cómo vivís las travestis’, a mí eso me indigna. El afán por la vida siempre gana. Como si no pudiera existir la risa entre nosotras, ¡si era lo que más había! Si voy a una casa de trans, desde que entro hasta que me voy, lo único que hago es reírme. Soy una persona ácida y picante, me paso todo el día con la doble, yo te digo algo normal pero con un sentido pornográfico, sucio y guarango por detrás, estoy todo el tiempo pensando así, tengo una mente muy sucia. Como buena argentina, hago psicoanálisis, recuerdo el momento en que nos reímos a carcajadas por primera vez con mi analista y cómo eso abrió un mundo completamente nuevo entre nosotras dos. También tengo mecha corta, me enojo muy fácilmente, no perdono nada.

-Hay un personaje que siente una tristeza profunda, diferente a todas las otras.

-Le voy a contar cómo descubrí la tristeza. Vivía en el campo con mi madre, con las puertas abiertas a todos los peligros. No teníamos para comer y un día fuimos a robar naranjas de un campo, con una amiga de mi madre que vivía enfrente. Las vi a ellas dos saltando una cerca para robar naranjas. El día se puso gris, era abril o mayo, sentí la tristeza minuciosa de mi madre de tener que robar para darme de comer. Además, las naranjas eran amargas. Ese día entendí lo que era estar triste de verdad, he reflexionado mucho sobre eso, es un estadio muy poético y creativo.

Tengo dos grandes amores en Barcelona y, cuando venga, voy a provocar dos divorcios”

-Tenía que venir a Barcelona, como primer paso de su escala europea, y el coronavirus lo ha impedido.

-¿Sabe que yo tengo dos grandes amores en Barcelona? Este año iba en mayo, sí, y habría provocado dos divorcios. Tengo una relación muy estrecha con Barcelona. Y esos dos divorcios pendientes que voy a desencadenar.

-¿Cuáles son sus referentes?

-La primera es Marguerite Duras, que leo con muchísimo placer cada vez, ayer terminé ‘Yann Andréa Steiner’, donde cuenta su último gran amor. Duras dice una cosa bellísima: que no hay escritura sin indecencia. Luego, la poeta estadounidense Sharon Olds, una de las cosas más imprescindibles que he leído. Y amo a Svetlana Aleksievich, la adoro. García Márquez entró en mi adolescencia, a los 12 años leí ‘Cien años de soledad’ y desde entonces no he parado de leerlo, debo de haber aprendido un poco con él. Y las cartas de Frida Kahlo me abrieron una puerta del espíritu, ella hace algo muy hermoso e inteligente, escribe mezclando el inglés con el castellano, le dice a Diego ‘my love’, eso me dio licencia para escribir como se me antojara. Y un poco Carson McCullers. Esas serían mis maestras... junto con las travestis del parque.

-¿Y ahora qué?

-En septiembre se reedita mi poemario ‘La novia de Sandro’, revisado y ampliado. Y estoy con un libro de relatos que pienso que se va a llamar ‘El contrato fatal entre Nigromanta, Narciso y Belcebú’.