“Se están rescribiendo las normas”, dijo el jefe de bomberos de Fort McMurray tras enfrentarse a un fuego insólitamente destructivo. Empezó a arder en mayo del 2016 y se dio por extinguido quince meses después, habiendo arrasado colosales extensiones de bosque boreal canadiense y desintegrado poblaciones enteras, moviéndose de un modo tan autónomo que por primera vez un incendio recibió el nombre de algo vivo: La Bestia. John Vaillant (Cambridge, EE.UU., 1962) ha escrito sobre él.
Tras El tigre, la memorable inmersión en el interior de un tigre siberiano que le permitió devanar cómo y por qué ese felino mató a un cazador determinado, Vaillant se fijó en una reacción química. Y ha vuelto a firmar una obra de referencia sobre una naturaleza no humana.
“El fuego era un misterio para mí antes de escribir el libro –dice Vaillant, que vive en Vancouver pero nos responde desde California, donde estaba “por casualidad” visitando a familiares cuando Los Ángeles comenzó a arder–. Un par de años después de empezarlo, mientras pasaba una muy mala racha, una amiga poeta me sugirió que entrevistara al fuego. Lo hice. Fue un ejercicio creativo y empático que me obligó a observar e imaginar su comportamiento esencial y sus apetitos desde un punto de vista químico y físico, sin emoción. Resultó muy útil identificar cuánto se parece a otras criaturas vivientes, incluidos nosotros”.
El tiempo del fuego –“tardé siete años en publicarlo”– contiene la vibrante crónica de la evacuación más numerosa y veloz registrada durante un incendio, combinada con meticulosas descripciones científicas que detallan desde el papel del oxígeno en el desastre hasta el paisaje postbélico provocado por las reacciones en cadena, y con tramos ensayísticos que sitúan a Fort McMurray como paradigma de los incendios de nueva generación.
¿Por qué eligió escribir este fuego? “Por su intensidad y su comportamiento, quedó claro que nuestra relación con el fuego estaba cambiando, no solo a nivel regional, sino climático y planetario. El libro intenta explorar las causas y los efectos de este fenómeno, al que llamo el fuego del siglo XXI .”
El incendio prendió en la provincia de Alberta, Canadá, cuarto país productor de petróleo del mundo, donde la pequeña ciudad de Fort McMurray despunta como una capital planetaria del bitumen, “una especie de primo corrupto del petróleo crudo”. La ciudad creció a partir de fenomenales yacimientos para cuya extracción se necesitan máquinas gigantes, algunas usan ruedas de cuatro metros (a 85.000 dólares cada una). Las viviendas fueron básicamente construidas con materiales derivados del petróleo. Lo normal allí es tener todoterrenos de grandes dimensiones y enormes depósitos de combustible para afrontar inviernos a veintiún grados bajo cero. De modo que, cuando contra todo pronóstico el fuego entró en la ciudad, la deflagración alcanzó proporciones imparables, las llamas galopando a velocidad de vértigo mientras la ciudad literalmente explotaba.
Aunque si el fuego abordó las calles fue porque su virulencia ya era extrema en el bosque. Y es que, en el 2016, Alberta, La Tierra, llevaban décadas padeciendo temperaturas imprudentemente altas. Por eso, Vaillant nos introduce en el universo de la capa de ozono y el CO₂, capaces de crear a un ser impensable que se escurre entre el vocabulario, porque “el fuego no es un elemento ni una reacción: es un cazador”… que en Fort McMurray demostró su talento tumbando urbes. “El mayor defecto de la raza humana es nuestra incapacidad para comprender la función exponencial”, dijo el físico Albert Allen Bartlett, y Vaillant se encarga de brindar un máster en el tema, apoyándose en otros incendios ejemplares, como el que sacudió a la propia Alberta en el 2001, liberando la energía de cuatro bombas de Hiroshima.
Vaillant observa que el novísimo homo flagrans –hombre ardiente– vive inmerso en una incomprensible sensación de no peligro, no reacciona hasta que el cataclismo está en el umbral, y entonces intenta salvar… su moto. Su coche. El libro expone paradojas así.
Situaciones similares se han vivido en Los Ángeles. ¿Cree que los mediáticos incendios de Estados Unidos y Canadá pueden cambiar la dinámica política y empresarial en estos países y en el resto del mundo?
“Es posible pero poco probable porque, por ejemplo, el presidente entrante en Estados Unidos y sus medios de comunicación utilizarán esta tragedia como arma contra el gobierno liberal de California, en lugar de como una forma de demostrar que ninguna ciudad por rica o famosa que sea está a salvo de los efectos del cambio climático.”
El tiempo del fuego presta singular atención a los incendios urbanos, subrayando que, si bien ya se abrasaron 100.000 personas en el Tokio de 1657 y los megasiniestros en metrópolis se multiplican sin cesar, la humanidad continúa facilitando la generación de chispas fatales que, aventadas por las nuevas condiciones atmosféricas, dan lugar a monstruos inéditos e incontrolables, como los tornados de fuego.
El tercer bloque del libro, entre el ensayo y la reflexión, sintetiza espléndidamente cómo hemos llegado hasta aquí. Vaillant trata la aparición de la palabra atmosphere (1638) o la del concepto efecto invernadero acuñado en 1907 y documenta que los científicos suman dos siglos señalando los peligros de recalentar el planeta, expertos a menudo despreciados pero cuyas investigaciones lograron que, sobre todo en la década de los setenta, muchos políticos asumieran la inquietante realidad climática tomando algunas medidas.
Hasta 1984, cuando la superproducción de petróleo coincidió con una gran recesión económica. Y el Instituto Estadounidense del Petróleo disolvió el Grupo de Trabajo por el Clima –“el revés político más importante de la historia de la civilización humana”, dice Vaillant– a la vez que la administración Reagan desacreditaba (hasta en ocasiones criminalizar) a quienes advertían sobre los riesgos de mantener el statu quo. Un resultado de aquella postura son los incendios de hoy. Descritos por Vaillant con palabras tan modernas como los propios fuegos: pirotornadogénesis, supervolcán, cenización.
Hay quien dice –le comentamos a Vaillant–que mejor no alarmar a la población con feas historias medioambientales. “No somos niños –responde–. Nuestras vidas dependen de enfrentar esto con valentía. De nuestros líderes necesitamos coraje moral y una comunicación clara que transmita urgencia sin derivar en culpabilización oportunista y partidismo. Esto es difícil porque la industria petrolera y sus defensores son expertos en manipular y echar culpas a otros, y por eso evitan continuamente las confrontaciones y la rendición de cuentas. El cinismo que nuestros líderes están modelando es corrosivo para todos y peligroso para nuestra salud y seguridad colectivas.”
¿2025 puede ser un año de inflexión? “La industria de seguros tiene influencia para hacer que las cosas cambien retirando coberturas a petroleras, como ya está haciendo, pero no creo que esto se consolide. Solo cuando el cambio climático afecte claramente a la creación de riqueza, estas poderosas entidades y sus amos oligarcas cambiarán algo. Lo que está sucediendo es criminal y debe ser tratado como tal. El daño catastrófico al condado de Los Ángeles es un ejemplo perfecto.”
Para entender muchas tensiones que gobiernan nuestro nuevo “planeta de fuego”, nada mejor que este último libro de Vaillant, capaz de firmar obras tan sin paragón y flamantes como las criaturas sobre las que se atreve a escribir.
John Vaillant
El tiempo del fuego
Traducción: David Muñoz.
Capitán Swing. 472 páginas. 27 euros
Los Ángeles del Infierno
GUILLERMO BUSUTIL
Exánime, fantasmal, Los Ángeles con sus alas de lumbre roja. Desde el empinado mirador de Mulholland Drive, al que se accede por la sinuosa carretera por la que tantas veces un Buick del 54 persiguió a un Hudson Metropolitan, las luces de neón de la ciudad son ahora un océano de cenizas de monóxido de carbono. Easy Rawlins, ese diablo negro que viste de azul Mosley, observa las sombras ígneas de novela negra. Lo que fue un plató de oportunidades, de sueños de mil pavos con el rostro de Grover Cleveland en el anverso sucio, se convirtió en un infierno incandescente. Silba todavía caliente el viento de Santa Ana que cabalgó al galope a lomos del fuego que lo ha consumido todo.
Su violencia a bocajarro ha impactado en la capital californiana sobre la que Michael Connelly, autor de Pasaje al paraíso, escribió que “es una ciudad de destinos, y últimas oportunidades”. A Jack Kerouac en En la carretera le pareció lo contrario: “L.A. es la jungla, solitaria, brutal”. Es posible que anduviese por Skid Row, con su atmósfera de dureza cruda y la desesperación sin callejones de salida. Igual que Mike Hammer, el sabueso de Mickey Spillane, cuyos ojos son el cañón de un 38 Smith&Wesson.
El tiroteo de las llamas ha sido implacable con los maniquíes de los lujosos escaparates de Rodeo Drive y con los edificios de Pacific Palisades. Sus piscinas rodeadas de escombros parecen sarcófagos azules con la felicidad flotando bocabajo. Casas abatidas, de frente o por la espalda. Apenas en pie alguna pared y a su cadera los fiambres de un Mustang Shelby, una Harley tatuada. El humo ha estrangulado el cuello de los libros de Acres of Books que frecuentó Ray Bradbury y que a Ruiz Zafón le inspiró el cementerio de los libros olvidados. Está de luto el Biltmore Hotel Bar de la 506 South Grand Avenue, donde Chandler esquinó en la barra a Philip Marlowe. La mirada con mandíbula firme, bajo el Fedora de ala corta, de un tipo al que sólo el jazz le consuela las cicatrices. También ha perecido lo simbólico. Las esperanzas de cada lunes, las 2.500 manos de cinco puntas ahora un grito abierto en el Paseo de la Fama. El sueño de los jóvenes escritores que se acercaban al Musso & Frank Grill para imaginar las conversaciones de Lillian Hellman, de Dorothy Parker, de Dashiell Hammett. A sentarse en los reservados de cuero rojo semicircular, donde escribían Hemingway y Fitzgerald, con su libreta en blanco y el bolígrafo inocente.
M. H. Holmes escribió sobre Los Ángeles: “Anduve diez manzanas por calles encharcadas [de fuego] bajo el goteo [anaranjado y cenizo] de los árboles. En lo alto de la colina se veían remotas casas embrujadas [las pavesas igual que una danza de mariposas] en medio de un bosque”. Si uno cierra los ojos y los aprieta hacia dentro, lo mismo que se aprieta el vientre una herida de bala, escucha el gemido de las ascuas en Chinatown, el de la gente con la vida y su memoria desahuciadas, el de las palmeras de Malibú, antorchas de carbón enhiesto. El maravilloso suspiro del atardecer ambarino en el horizonte de Sunset Boulevard es ahora una dolorosa postal del incendio.
Cuando sale el sol, la sensación es que el desierto de Mojave ha llegado desde Las Vegas, a través de la Interstate 15, para fumarse un cigarrillo en Melrose Place. Se le reseca una lágrima detrás del espejo de sus gafas, contemplando el monte Lee con el cartel de Hollywood humeante. En la acera de enfrente, Marlowe sacude la tizne de su melancólica gabardina, con la que sacó entre las llamas a Sam Spade de su novela, antes de que ardiese del todo.
Los Ángeles es un plano largo derruido. Nunca terminan bien las novelas noir. Fluyen las lágrimas de Philip K. Dick, pero uno sueña con esa frase de El sueño eterno: “En el corazón de una sombra, siempre se encuentra la luz”. En cada esquina, una dalia negra.
En la pantalla
El bombero, héroe serial
MEY ZAMORA
Los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York pusieron en primer plano las actuaciones heroicas del cuerpo de bomberos de la ciudad. Su titánico esfuerzo por salvar vidas en medio del caos quedó inmortalizado en tantas imágenes donde sus figuras emergían de una gran nube negra. 343 profesionales del cuerpo murieron en el World Trade Center, más doscientos por problemas derivados de la exposición e inhalación de humo.
Esa tragedia está en el origen de la proliferación de series estadounidenses surgidas en años posteriores. Era una forma de honrar el trabajo de los bomberos y de canalizar tantas situaciones traumáticas. Las series sobre estaciones de bomberos se sumaban a las numerosas sobre abogados y médicos. Todos estos colectivos están integrados por hombres y mujeres con una clara vocación de servicio y entrega a la comunidad que exaltan las ficciones. Las duras pruebas de acceso exigidas conllevan trabajo y superación, una constante en las tramas.
La pionera Third Watch (Turno nocturno) producida por John Wells, uno de los creadores de Urgencias, se estrenó en 1999. Centrada en el turno de noche del parque 57 de Nueva York, se hicieron seis temporadas. Tras los atentados dedicaron un episodio especial de carácter documental a lo ocurrido.
En 911 Lone Star, spin off de 911 protagonizado por Peter Krause y Angela Basset y situada en Los Ángeles, un superviviente del WTC –sufrirá cáncer de pulmón por el 11-S–, miembro del cuerpo de Manhattan, se traslada a Austin para reabrir un parque destruido por un fuego. Rob Lowe –el inolvidable Sam de El ala oeste de la casa blanca– encarna al capitán Owen Strand, un personaje simpático y carismático. Las secuelas del 11-S están también en Rescue me (Equipo de Rescate). El actor protagonista, Denis Leary, había creado anteriormente una fundación tras la muerte de su primo y un amigo, ambos bomberos, fallecidos en un incendio en Massachusets.
En Seattle transcurre Estación 19, spin off de Anatomía de Grey, donde Andy Herrera, hija del veterano capitán, liderará con pasión el parque. Chicago Fire, con trece temporadas, se centra en el equipo del 51, una suerte de familia, capitaneada por el jefe Boden. La figura de la teniente Stella Kid se erige como un ejemplo de liderazgo femenino demostrando que la empatía y la humanidad no están reñidas con la máxima exigencia. El buen ambiente y el apoyo de todos los miembros del equipo es otra de las marcas de la saga.
Las ficciones mencionadas apuestan siempre por el bien y sus parques están integrados por personas de diferentes razas, identidades de género y creencias, donde la tolerancia y el respeto se dan por supuestos.
Los fuegos de California tan virulentos en las últimas semanas tuvieron también un triste protagonismo en el 2016 cuando las llamas arrasaron sus bosques. El suceso dio pie a Fire Chasers, serie documental de cuatro episodios, producida por Leonardo DiCaprio. Posteriormente Fire Country se centró también en el control de los incendios de la región. Su protagonista, Bode Donovan, es un joven convicto que se redime trabajando como bombero voluntario.
De la catástrofe de Notre-Dame en París surgió una serie con el mismo nombre que la catedral. En nuestro país se rodó Código Fuego en el año 2003, protagonizada por José Coronado y Maribel Verdú.