La línea es nómada. Un instante expandido, una respiración en movimiento. La línea lo es todo: rigor, imaginación, espacio. Y a ella, la obra de Soledad Sevilla (Valencia, 1944) le añade enriqueciéndola ritmos, tramas y variables. Tres conceptos que conforman el título de su retrospectiva de seis décadas y con más de cien obras, comisariada por Isabel Tejeda, en el Museo Reina Sofía hasta el 10 de marzo de 2025.
Un viaje a través de la geometría de la abstracción, de la matemática del dibujo y del lirismo del color que definen la sensibilidad creativa de la pintora valenciana, siempre libre y experimental, desde sus comienzos exploradores, gracias a su trabajo con el Centro de Cálculo, de las formas computables con los tres elementos esenciales de su plástica pionera: la luz, la materia y el espacio, expresados con el orden analítico y geométrico. Un ejemplo es Sin título (1969) donde parte de un módulo que, en superposición consigo mismo, produce un desarrollo de unidades que asemejan la belleza abstracta de la decoración geométrica árabe, donde todas y cada una de las partes forman un todo indivisible, en el que el color favorece una contemplación meditativa y sugerente.
En ese mismo campo, casi fronterizo en su avance plástico, retándose siempre con las permutaciones, las arritmias y la exploración visual, está la pieza Mondrian (1973) resuelta mediante la interacción entre el color y la forma que emerge de segmentos verticales y horizontales que crean nidos de color y le confieren al espacio y al orden mayor profundidad. Es imposible que el ojo no imagine una coreografía de movimientos fluidos y dinámicos que vibran, y casi una sublimación figurativa de líneas que danzan.
⁄ Su obra, polifónica, reflexiva y sensual, convierte los elementos cotidianos del paisaje en metáforas de la fragilidad humana, entre lo concreto y lo intangible
Velázquez supuso en la trayectoria de Soledad Sevilla el lirismo del espacio que convierte el color y la luz en figuras geométricas, provocando un sutil diálogo con el espectador acerca de lo que se no se ve pero se percibe. Excelente su serie de Las Meninas (1982) en cuyo trabajo superpone tramas con diferentes ritmos y los climas de los tonos del violeta y del naranja, para sugerir la habitación del cuadro de la que ella plantea su propia mirada de la escena y de las figuras que deja vibrar mediante aristas, deslizamientos, triángulos, rupturas, el susurro figurativo de la luminiscencia.
Algo parecido, pero con una poesía de la transparencia, y de la levedad, lo conseguirá maravillosamente con la
serie Alhambras (1984-1986). El Cuarto Dorado, el salón de Comares, el Patio de los Leones con sus 124 columnas al
atardecer, el reino de la penumbra como misterio y seducción, la lingüística de la luz como poema, y de cuya esencia se inspira mediante los versos en yeserías de Ibn Zamrak “viene con ella a conversar la luna”, “soy corona en la frente de mi puerta” , para titular sus estancias geométricas de las sombras, de los
reflejos que tienen su doble en el agua, y en el agua el coro del agua.
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'Sin título', 1969
Soledad Sevilla invitando al espectador a entrar en las atmósferas que son pinturas, a conversar con ellas, a escuchar evocaciones propias, ecos de la experiencia de la pintora. Una invitación al encantamiento de hacerse figurativos dentro del hábitat emocional de cada cuadro.
Si en estas piezas ella sueña, en otras expresa el mundo onírico de los ojos en vela. Insomnios (2002-2003), cuatro obras de gran longitudinalidad que configuran paredes de cal por las que se descuelga en trenza o en cascada la vegetación de una paleta cromática sobria y sombría en sus matices rojos y negros, y entre la que su pincel crea formas esquemáticas –una pincelada minúscula al lado de la otra y al lado de la otra–. Se intuyen gotas de lluvia que se transforman en hojas, en diminutas perlas de geometría como un elemento de fragilidad dentro de la estructura sólida, igual que si fuesen pensamientos del desasosiego de la vigilia, los diminutos latidos del tiempo bocarriba, en espera de que cierren los ojos el grito del sueño en blanco que rasga esa perturbadora densidad vegetal.
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'Mondrian', 1973
A ese insomnio personal, Soledad Sevilla le suma el insomnio de los secadores de tabaco de la vega granadina en Luces de invierno (2018). Una espléndida serie de arquitecturas – rectángulos, triángulos, paralelogramos– casi escultóricas que ella enfatizada como paisajes del abandono y del vacío, de una tonalidad espectral y onírica que sobreviven como espacios pictóricos abstractos de expresivas sinestesias.
Un bello homenaje a una actividad agrícola y a los vestigios de un pasado que ya no es, pero que persiste en la memoria colectiva, mientras se cuelan en esos no-lugares los silencios deshilachados entre las arpilleras contra el viento. Siempre está la poesía presente en la obra de Soledad Sevilla, que completa las cartografías de su retrospectiva con las piezas blancas de Esperando a Sempere (2024) en las que regresa a su dominio de la línea minimalista, a su tránsito a lápiz a vuelapluma, dejando que la línea se deje llevar en un instante de ensoñación, en el hallazgo del error, en la vibración del petricor del blanco, en su propósito de evocar la pureza formal, y la presencia ausente del artista amigo.
La obra polifónica, reflexiva y sensual de una maga en convertir los elementos cotidianos del paisaje en metáforas de la fragilidad humana, de la transitoriedad y la permanencia de lo efímero, entre lo concreto y lo intangible. Una obra para pensar y sentir.
Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables Comisaria: Isabel Tejeda Museo Reina Sofía Madrid www.museoreinasofia.es Hasta el 10 de marzo