Didion & Gornick: maestras del ensayo contemporáneo
CULTURA/S
Una californiana y ‘wasp’, la otra judía y del Bronx. Una miró el feminismo desde la barrera, la otra lo predicó. Sin ellas no se entiende el ensayismo personal que hoy se publica. Y ambas, a los 86 años, tienen libro nuevo
Las dos tienen suficiente estatus icónico como para protagonizar cubiertas de libro con su propia foto a sangre, en blanco y negro. Una tal y como es ahora, anciana y menuda; la otra, de joven, como la prefieren casi siempre los medios, con el cigarrillo en la mano y esa postura tan imitada de desapego neurótico. Vivian Gornick (Nueva York, 1935) y Joan Didion (Sacramento, 1934) llevan encontrándose toda la vida y ahora vuelven a coincidir en las librerías con títulos nuevos, libros de retazos pensados sobre todo para el lector completista.
Gornick publica en Sexto Piso, el sello que la ha convertido en un fenómeno editorial en España, Cuentas pendientes. Reflexiones de una lectora reincidente (en catalán en L’Altra Editorial). Allí hace unas memorias de (re)lectura, explicándose a través de lo leído y lo releído, y mezcla la vivencia de sus inicios como escritora y periodista con un ejercicio muy sagaz de crítica literaria. Aunque sus lectores en español la conocen sobre todo por sus textos en forma de collage en primera persona, Apegos feroces –que The New York Times escogió como la mejor memoir de los últimos cincuenta años en inglés– y La mujer singular y la ciudad , Gornick es también canónica en el submundo de los talleres literarios por su libro sobre la narrativa del yo, The situation and the story . Y ha sido toda la vida, como queda patente en el libro, una lectora voraz, tan generosa como despiadada.
No es exagerado decir que casi todas las firmas estimulantes de los últimos 20 años tienen algo de Didion, de Gornick o de ambas
En lo nuevo de Joan Didion, Lo que quiero decir (Literatura Random House), también hay reflexión sobre el oficio y recuerdos de juventud –“ir a trabajar en Vogue era, a finales de los cincuenta, como entrenarse con las Rockettes”–, artículos y crónicas publicadas en prensa desde 1968 hasta el año 2000. Este último, un texto sobre la web de la empresaria Martha Stewart, demuestra que a una periodista excelente como ella jamás se le pasa el arroz. Hace un retrato implacable de fenómenos que veinte años más tarde siguen hipervigentes, aunque con otros nombres: tradwife , culto a la celebridad, estilo de vida.
Por tener en común, estas dos coetáneas que han llegado a los ochentaytantos convertidas en matriarcas veneradas, coinciden hasta en esos apellidos tan sonoros y evocadores: lo didionesco , lo gornickiano . Resulta tentador enfrentarlas porque representan, al fin y al cabo, cosas muy distintas. Didion viene de la California menos salvaje, de Sacramento, la capital del estado, y ha escrito mucho sobre ese lugar en el que “el futuro pinta bien porque nadie recuerda el pasado”. Gornick, en cambio, lleva Nueva York hasta en las comas. Nació en un piso de protección oficial del Bronx, y en sus libros el callejeo urbano es fundamental y las conversaciones son inseparables de las aceras y las colas de los cines. Si una surgió de lo wasp y de clase media alta –los Didion serían lo más parecido que puede haber en EE.UU. a la nobleza terrateniente británica–, la otra es una hija del éxodo judío de clase trabajadora. Gornick, que tiene un libro inédito en español sobre los comunistas estadounidenses, suele decir que ella fue un “bebé del pañal rojo”. Sus padres no celebraban el 4 de julio pero el Primero de Mayo la sacaban de la escuela para cantar eslóganes marxistas.
JOAN DIDION
Viene de la California menos salvaje, de Sacramento, la capital del estado, y ha escrito mucho sobre ese lugar en el que “el futuro pinta bien porque nadie recuerda el pasado”
De jóvenes, ambas se hicieron un hueco en un mundo tan macho como el del Nuevo Periodismo, el movimiento de reporteros como Tom Wolfe y Hunter S. Thompson, pero lo hicieron desde lugares muy distintos, Didion en las páginas de la prensa generalista y establecida, en Vogue , The Saturday Evening Post y Thew New York Review of Books, y Gornick, que nunca llegó a ocupar el lugar estelar que tuvo Didion en el periodismo, desde la prensa alternativa, escribiendo crónicas para el fundamental Village Voice . Sus vidas se han movido en escenarios muy distintos. Joan Didion conoció el éxito desde muy joven, compaginó la escritura de libros y artículos con el trabajo mucho más lucrativo redactando y corrigiendo guiones en Hollywood y vivió con su marido, el también escritor John Gregory Dunne y su hija fallecida prematuramente, Quintana Roo, entre Malibu, Honolulu y el Upper East Side. Gornick, dos veces divorciada, practica la militancia de la mujer singular y a ella el reconocimiento le llegó ya de mayor. Apegos feroces se publicó en 1987 pero no ha sido hasta esta década cuando se ha encumbrado.
Ambas ocuparon, además, trincheras distintas en la revolución feminista. Gornick como partisana de primera línea, Didion como escéptica observadora. “Ella no era una enemiga pero tampoco una amiga del feminismo, estaba del otro lado”, dice la neoyorquina [ver entrevista].
VIVIAN GORNICK
Nació en un piso de protección oficial del Bronx y lleva Nueva York hasta en las comas. En sus libros el callejeo urbano es fundamental y las conversaciones son inseparables de las aceras
Y sin embargo, a pesar de todo lo que las separa, estas dos autoras conviven bien en el canon contemporáneo. Quien las tenga a ambas colocadas en la misma estantería notará que sus libros se entienden, que hacen buenas migas. Y sobre todo comprobará hasta qué punto las dos han sido influyentes en cómo se escribe y se publica ahora.
Si los medios digitales están hoy llenos de artículos ensayísticos que entran y salen sin mucho protocolo de la primera persona es porque sus autores se han dado un hartón de leer el Álbum blanco y Arrastrarse hacia Belén en sus años formativos –esos libros siempre son más citados y referenciados que otros igualmente rupturistas de Joan Didion como Salvador –. Si se construyen libros enteros en forma de collage conversacional y la memoir se ha desligado de la estructura biográfica tradicional es porque los libros memorialísticos de Vivian Gornick crearon nuevas reglas sobre lo que se considera válido como material de escritura. Si a todo ensayo literario, sobre el tema que sea, se le exige hoy al menos una parte de experiencia personal es porque la literatura de estas dos mujeres ha pasado a ocupar un lugar central y ha redefinido lo que se entiende por escritura de prestigio. Sin ellas, sencillamente, no se explica el boom de la no ficción contemporánea.
No es muy exagerado decir que casi todas las firmas estimulantes que han surgido en los últimos quince o veinte años tienen algo de Didion, de Gornick o de ambas a la vez. Se identifican sus trazas en los libros, salvajemente diversos, de Ben Lerner, de Rachel Cusk, de Leslie Jamison, de Bret Easton Ellis, de Sheila Heti, de Ta-Nehishi Coates, de Maggie Nelson, de Carmen Maria Machado, de Susan Orlean, de Deborah Levy, incluso de Rebecca Solnit, a quien no le gusta especialmente Joan Didion.
Hay algo más que tienen en común las dos pioneras, y no es poca cosa: tienen lectores. Si fuéramos estadísticamente cuidadosos, diríamos lectoras. No vamos a ponernos ahora a considerar el éxito comercial como medida válida de la relevancia literaria, pero algo habrá que decir de la manera que estas dos autoras nada fáciles ni complacientes, ambas de inflexible autoexigencia, han encontrado para llegar a las manos de tantos lectores (lectoras) que las veneran, que acuden, aún en el caso de Gornick –Didion lleva años retirada de la vida pública– a sus actos en festivales literarios abrazadas a sus ejemplares y llenan auditorios para escuchar sus textos leídos en voz alta.
¿Y qué opina Didion de Gornick y Gornick de Didion? Lo primero es imposible saberlo. Nunca se ha pronunciado al respecto y Didion ya no concede apenas entrevistas. A la autora de Apegos feroces , que exhibe una agilidad física y mental envidiable a los 86, sí le hemos preguntado y dijo esto: “Ella ya tenía una carrera mucho más establecida que yo cuando empecé. Creo que es una gran periodista y ensayista. No la admiro como novelista. Es una mujer que utilizó su propia ansiedad como principio organizador. Cuando la usa para explorar un tema, es intocable, pero cuando su ansiedad se va tanto de madre que se convierte en el tema del ensayo, ya no es tan buena. Me parece que entrará en la gran literatura norteamericana como ensayista. Tampoco me gusta como autora de memoirs . Siento que está cansada, que ya no está inspirada, pero estaba maravillosamente inspirada cuando yo empezaba a escribir. La leí y, como profesora, la enseñé. En The situation and the story la utilizo para enseñar qué fantástica puede llegar a ser. Lo que lograba en tres páginas era admirable. Pero, no creo que El año del pensamiento mágico sea un libro potente”.
–¿Cree que ese libro debe su éxito a motivos extraliterarios, al tema del luto?
–Por supuesto. A los diez minutos de su publicación, 55.000 viudas ya se lo habían comprado.
Entrevista a Vivian Gornick
“Es un poco tarde para emocionarme”
BEGOÑA GÓMEZ URZAIZ
Quedar por zoom con Vivian Gornick es ver aparecer a una mujer menuda, vestida, como decía un perfil sobre ella, como una maestra de ballet retirada. Se avista un apartamento angosto sobre el que también se ha escrito mucho. Para empezar, porque es de renta antigua, uno de esos unicornios inmobiliarios sobre los que compondrían lírica los neoyorquinos. La leyenda, la del piso, está justificada. Tener acceso a un alquiler barato permitió a Gornick poderse dedicar a escribir y a dar algunas clases sin la ansiedad del pluriempleado, aunque dice que conoce bien el “constante desespero del freelance”. Sus lectores, que han agotado ediciones de Apegos feroces y Mirarse de frente, saben ya seguramente que tienen nuevo Gornick. Se titula Cuentas pendientes y allí mezcla la memoria de lo leído con la memoria de lo vivido.
En el libro habla de sus lecturas formativas, que a veces son también muy generacionales. Recuerda el año en que todas las feministas leyeron ‘La brújula dorada’, cómo les acompañó Colette en el despertar sexual, y la época en la que era casi obligatorio leer a D.H. Lawrence. ¿Sigue haciendo eso?, ¿leer en colectivo?
Oh, no. Ya no hago eso. Eso se hace en la Universidad, cuando te estás formando. El feminismo también era así. Cuando yo estaba en la treintena y ya me había convertido en una feminista radical, todo el rato nos reuníamos a discutir y leer juntas.
A veces los libros tienen que esperar a que el tiempo los alcance. Eso le ha pasado a usted también.
Sí, eso es verdad, lo encuentro llamativo, pero esto es solo en Europa, y especialmente en España, pero no en América. Allí me descubrieron hace cuarenta años. Estoy agradecida por las conversaciones con mis lectoras jóvenes, aunque me entristece ver que hacen las mismas preguntas que hace treinta años. Respecto a mi éxito repentino, no siento nada. Es un poco tarde para emocionarme por mi nueva celebridad.
También ha dicho que el #MeToo le deprimió.
El #MeToo reveló qué poco había cambiado todo, que las mujeres estaban sufriendo acoso sexual en el trabajo y en Estados Unidos esto ha sido algo perseguido por ley durante sesenta años. El feminismo de ahora se compone de mujeres mucho más enfadadas de lo que estábamos nosotras. Creo que no estábamos tan enfadadas porque pensábamos que íbamos a hacer la revolución y que íbamos a resolver todo en diez años [risas].
El feminismo de la segunda ola, que usted cubrió desde el ‘Village Voice’, no tiene muy buena prensa ahora. Se le acusa de haber sido demasiado blanco y burgués, de no haber sido suficientemente interseccional.
¡Creo que es insultante! Hicimos lo mejor que pudimos y lo que pudimos empezó a cambiar el mundo. Es infantil acusarnos de no haber hecho lo suficiente. Cuando pienso en cómo viví yo y cómo son las cosas ahora, me choca ver la revolución que hicimos. Encuentro ridículo que nos destripen.
Su estilo ha moldeado un tipo de escritura que ahora prevalece, la escritura del yo. No sé si era consciente en ese momento.
No, no lo era. Entonces, el periodismo personal lo estaban escribiendo grandes autores: Joan Didion, Tom Wolfe. Así es como empecé, sabía que hacía periodismo personal, que escribía desde mi manera de ver el mundo y que eso iba a dominar mi artículo. Eso me dio mi estilo y cuando redacté Apegos feroces, que está escrito como un collage, encontré mi manera de escribir. La mujer singular y la ciudad también está escrito así. Antes de eso, siempre pensé que escribiría como una novelista del XIX.
Y durante un tiempo, imagino, soñó con escribir eso, la Gran Novela Americana.
Sí, y eso fue duro. Asumirlo, darme cuenta de quién era y quién iba a ser. Al final de la Segunda Guerra Mundial empezó la era del testimonio. Tuvimos la necesidad de testificar nuestra experiencia original. Eso, junto con el desarrollo de una cultura de masas, hizo que el testimonio se volviera más central que el trabajo de la imaginación. Y las mujeres ocupábamos un lugar importante ahí. Como feministas, era lo que hacíamos todo el rato: testificar, explicar al mundo cómo era nuestra experiencia. Nos parecía más natural escribir memoirs y ensayos personales porque eran textos más efectivos que las novelas. No estábamos solas. Los negros estaban escribiendo la historia de los negros, los hombres gays estaban escribiendo sobre la experiencia gay. Y así estamos como estamos. ¿Cuánto de esto que se publica ahora sobrevivirá y será permanente? Muy poco. La mayoría desaparecerá. Para producir un trabajo de literatura y testimonio, un archivo de experiencia real, tienes que ser un buen escritor.
En ‘Cuentas pendientes’ le echa en cara a Doris Lessing su excesiva batalla contra la sentimentalidad. ¿Cuál ha sido su relación con eso?
Cuando escribí Apegos feroces fue la primera vez que fui muy consciente de no querer caer en lo sentimental. Eso era muy importante porque muchas de nosotras estábamos tratando de decir la verdad y no queríamos suavizar esa verdad. Hablo de mujeres como yo, las feministas. A nadie se le había ocurrido que como mujer podías escribir un libro sobre tu madre y la única justificación para eso era hacerlo con honestidad, porque de lo contrario seríamos como las mujeres que escribían en las revistas femeninas.
Ha dicho que le costó mucho hacer a su madre tan interesante. No nació convertida en un personaje literario.
Claro, yo la esculpí a partir de lo que era. Después ella se dedicaba a firmar ejemplares del libro. Yo le decía que no podía hacerlo, que no era la autora. Y ella me contestaba: sin mí, no habría libro.
Lo que quiero decir
Cuentas pendientes / Comptes pendents