Sorkin contra Trump
Cultura/s
El creador de ‘El ala oeste de la Casa Blanca’ prosigue su campaña política con el estreno de ‘El juicio de los 7 de Chicago’
En vísperas de las elecciones del 3 de noviembre, Aaron Sorkin ha hecho campaña contra Trump con el estreno en Netflix de la combativa El juicio de los 7 de Chicago y la versión teatral de un capítulo de El ala oeste de la Casa Blanca en HBO.
En el fondo como en la superficie, Aaron Sorkin siempre ha sido un dramaturgo. En 1992, entró en el mundo del cine al adaptar para Rob Reiner Algunos hombres buenos , obra que había pergeñado en servilletas de papel mientras servía copas en el bar del teatro Palace de Broadway, y poco antes de la pandemia montó Matar a un ruiseñor , su propia versión de la novela de Harper Lee, en el teatro Shubert, también en Broadway.
En la visión que transmite Sorkin siempre hay un camino para triunfar en la esfera pública sin doblegar los ideales
Pero Sorkin es un hombre de teatro porque sus personajes, empezando por los que habitan El ala oeste de la Casa Blanca , no hablan como simples mortales. Muy al contrario, disparan a toda velocidad complejas parrafadas, plagadas de tecnicismos, en la más ingeniosa versión de sus jergas profesionales, mientras se mueven a idéntico ritmo por los pasillos del poder donde siempre son requeridos por algún asunto urgente. El famoso walk and talk marca de la casa, que bebe de las screwball comedies de antaño. Diálogos supersónicos, y personajes en movimiento perpetuo, ya sea en los círculos del poder como en los estudios de televisión de Sports Night , The newsroom o Studio 60 on the Sunset Strip , las otras tres series que completan su legado catódico, pasando por las más estáticas salas de juicio.
Si ustedes, como es probable, no residen en Estados Unidos y se perdieron el especial de El ala oeste emitido por HBO Max, no se preocupen, porque no les costará nada imaginárselo. Basta con revisar (en Amazon Prime Video, por ejemplo) el episodio 15 de la tercera temporada, e imaginarse a sus protagonistas dieciocho años más mayores (salvo el fallecido John Spencer, que fue sustituido por el afroamericano Sterling K. Brown), pues lo reprodujeron palabra por palabra sobre las tablas del teatro Orpheum, esta vez en L.A., con medidas anti-Covid-19 y ante un patio de butacas completamente vacío. Hartfield’s landing –el episodio escogido para la primera reunión del reparto desde que la serie se despidió en el 2006– debe su título a una población ficticia de Nuevo Hampshire, estado donde, como ocurre en la realidad, se celebran las primarias que más atención mediática despiertan, ya que, desde 1952, catorce de diecisiete candidatos ahí nominados han sido finalmente elegidos presidentes.
Aunque Nuevo Hampshire solo es una subtrama en este episodio donde el presidente Bartlet (Martin Sheen) se enfrenta con China, por defender a Taiwán (“donde van a celebrarse las primeras elecciones libres”), su dimensión simbólica, unida a que se trata de uno de los episodios más celebrados de la serie, ha hecho que fuese el escogido para este revival promovido por When We All Vote, la asociación impulsada por Michelle Obama y Tom Hanks, entre otras personalidades, para movilizar el voto en Estados Unidos. Un voto obviamente contra Donald Trump del que Sorkin, ferviente demócrata, se ha declarado enemigo acérrimo en numerosas ocasiones.
La idea es avivar la nostalgia por ese mundo ideal, imaginado por Sorkin, en torno a una clase política culta y eficiente, encabezado por un presidente ajedrecista versado sobre cualquier tema, con el que se identifican los demócratas. Una visión en duro contraste con la realidad que nos tiene en vilo, y menos ácida que otras grandes series políticas posteriores como House of Cards o Veep. Para Sorkin, siempre hay un camino para triunfar sin doblegar los ideales.
En el mismo sentido de torpedear la reelección de Trump va El juicio de los 7 de Chicago , que Netflix estrenó mundialmente a principios de octubre. La segunda película dirigida por Aaron Sorkin, después de la notable Molly’s game (2017) –acaso su trabajo más personal, donde aborda las adicciones, que recuerdan su pasado politoxicómano–, marca su regreso a esa sala de juicios, descubierta por Tom Cruise en Algunos hombres buenos como un escenario privilegiado en el que enfrentarse a Jack Nicholson. Como en La guerra de Charlie Wilson (Mike Nichols, 2007), el pasado sirve para hablar del presente. Aunque las manifestaciones duramente reprimidas en 1968, durante la convención de un partido demócrata desorientado tras el asesinato de Robert Kennedy; el subsiguiente juicio percibido como una farsa carnavalesca, y el eslogan “El mundo nos mira” coreado por la multitud, han suscitado enardecidos símiles en parte de nuestra sociedad, no hay rastro de que este figurara en la agenda de Sorkin. Cuando evoca la presión política de Nixon sobre el frágil sistema judicial, Sorkin piensa en Trump.
Tampoco parece casual que, para el papel del juez Hoffman, Sorkin haya escogido a un enorme Frank Langella, que encarnó a Nixon en El desafío. Frost contra Nixon (Ron Howard, 2008). Aunque el proyecto en torno a los 7 de Chicago, que en un principio tenía que dirigir Steven Spielberg, remonta a largo tiempo atrás, la impresión que deja la película es que la realidad se ha empeñado en darle la razón. El racismo de Estado, personificado por el trato dispensado durante el juicio al pantera negra Bobby Seale (Yahya Abdul-Mateen II), ha cobrado especial pertinencia tras el asesinato de George Floyd y las revueltas que siguieron.
El oscarizado guionista de La red social (David Fincher, 2010) no solo ha firmado su obra más combativa, sino que también es la menos individualista. Si sus ficciones televisivas se construyen a partir de la lealtad de un colectivo hacia un líder carismático, y sus guiones para el cine son retratos de personajes siempre reales que trataron de cambiar el sistema desde dentro, como el Brad Pitt de Moneyball (Bennett Miller, 2011), en El juicio de los 7 de Chicago no hay un liderazgo claro. La película es un llamamiento a la unión contra el enemigo común, aunque es más fácil reconocer a Sorkin en Tom Hayden (Eddie Redmayne) que en sus antagonistas yippies, más cuando sabemos que Jerry Rubin (Jeremy Strong) acabó metamorfoseándose en el prototipo de yuppie reaganista de los 80, mientras que Abbie Hoffman (Sacha Baron Cohen) se convirtió en fugitivo de la justicia y terminó quitándose la vida en 1989. Hayden, en cambio, se casó con Jane Fonda.