Así se hizo el primer grafiti de la historia

De rotuladores y sprais 

Cornbread cuenta cómo arrancó este movimiento contracultural con una firma en un centro de internamiento de menores hace 60 años

Grafitero Cornbread, durante su gira por europa, estas fotos en santiago de compostela.

Cornbread firmando una foto en la que aparece de adolescente

Paula Rosell

El homenaje a una abuela y una madre muertas, la reivindicación de un preso en la cola del comedor, la complicidad con los pandilleros que dominan los pasillos de la cárcel... Estos extremos fraguaron el nacimiento del grafiti como movimiento al margen siempre dispuesto a perturbar el orden establecido.

Al menos de este modo lo recuerda el considerado como el primer pintaletras de la historia, el writter que se sacó de la manga nada más y nada menos que el bombing , el gracioso al que se le ocurrió pintarrajear con su apodo cuántas más paredes mucho mejor. Hablamos de Cornbread, también conocido como Darryl McCray, un jubilado oriundo de Filadelfia habitualmente sonriente ya en edad provecta, una rutilante estrella alternativa y contracultural hace unos pocos días de gira rotulador en mano por unas cuantas ciudades españolas para conmemorar el 60 aniversario de su primera pintada, una leyenda en su submundo del calado de Isadora Duncan en el de la danza moderna, por poner un ejemplo ¿a usted le molestan esas burdas firmas estampadas con rotuladores por toda la ciudad? pues este señor se inventó ese rollo. La decoración de exteriores y las pinturas rupestres son otro asunto.

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“En aquel centro de internamiento para menores en el que yo estaba a mediados de los años 60 servían un pan muy malo –recuerda el propio McCray en una suerte de entrevista virtual–, y yo echaba mucho de menos el fabuloso pan de maíz que en mi casa siempre prepararon mi madre y mi abuela. Así que todos los días, sistemáticamente uno tras otro, cuando llegaba mi turno, pedía que me sirvieran cornbread , siempre por favor, siempre muy amablemente. Y un día la cocinera se hartó de mí, dijo que sacaran a ese maldito cornbread de allí y me empujó contra el suelo. Todos los que estaban ahí en el comedor se rieron de mí”.

Con aquellos burdos trazos en las paredes de una prisión hizo del desprecio de los demás su seña de identidad

Entonces McCray comenzó a ser conocido allí como Cornbread , de un modo un tanto paródico, caustico y burlón, como siempre ocurrió en los centros de internamiento para menores. Pero McCray hizo de aquel insulto su bandera y escribió Cornbread en sus prendas, y al poco un buen día se le ocurrió hacerlo en todos los muros de su prisión. Eso es el bombing , bombardear con tu firma en todos los sitios que puedas. Y con aquellos burdos pintarrajos de escaso interés artístico a ojos del mundo convencional McCray hizo del desprecio con el que le golpeaban su seña de identidad, convirtió su humillante apodo en su nuevo nombre. Entonces se convirtió en Cornbread.

El grafiti nace de la rabia. Aquí nadie pide que le dejen formar parte de la clase media. La ciudadanía desprecia a los grafiteros, y los grafiteros se alimentan de ese desprecio. Quienes buscan hacer carrera y caja son en verdad muralistas, diseñadores, artistas... Obviamente aquel adolescente no tenía ni idea de la trascendencia de sus pintadas. De ahí el interés de sus burdos pintarrajos. A la postre la mayor parte de grafiteros se dejan seducir por los cantos de sirena del reconocimiento del gran público. El propio Cornbread disfruta de la devoción de sus admiradores. Fijo que alguien hizo lo mismo antes, pero hoy no hace giras contando sus batallitas.

El caso es que en los centros de internamiento para menores a principios de los años 60 lo de firmar en las paredes, prosigue Cornbread, únicamente lo practicaban miembros de bandas con el objetivo de dejar bien claro cuáles eran sus zonas de mayor influencia. Lo que ocurre es que Cornbread sabía leer y escribir, y por aquellas alturas ya se había granjeado la simpatía de unos y otros escribiéndoles cartas de amor para sus novias. Su hermana le había enviado uno cuantos libros de poesía. De manera que los miembros de las bandas le dejaron estampar su firma aquí y allá.

A mediados de los 60 solo los pandilleros dejaban su firma en los muros, para recordar quien mandaba

“Luego en 1967 comencé a pintar cada rincón de la ciudad. Mi abuela y mi madre murieron y yo utilicé el grafiti como terapia. Antes de que empezaran a llamarme por cuestiones relacionadas con el grafiti me dediqué a muchísimas cosas. Hace mucho tiempo vendí drogas, y estuve en la cárcel por ello. También trabajé limpiando y pintando un montón de paredes de la ciudad atestadas de grafitis. Siempre cuento esta anécdota. Luego, hace una década y pico, empezaron a llamarme de diferentes países para que fuera a contar mi historia y montar exposiciones. También he participado en muchos libros sobre los orígenes y la historia del grafiti. Ahora ya estoy jubilado, pero continúo yendo a muchos museos, galerías y festivales. Tengo unos cuantos hijos, y también un montón de niegos. Pero ninguno de ellos ha seguido mis pasos”.

Cornbread, hace pocas semanas, en Santiago de Compostela, durante su última gira por España

Cornbread, hace pocas semanas, en Santiago de Compostela, durante su última gira por España

Paula Rosell
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