Ya saben, le preguntan al escalador George Mallory por qué quería escalar el Everest, y él contesta: “Porque está allí”. Jordi Canyissà (Barcelona, 1972) hace muchos años que sabe que el cómic franco-belga es como una de las montañas del Himalaya, con algunos puntos inexplorados, motivo por el cual, sin piolet ni pies de gato, ha escrito El canon franco-belga del cómic. Una historia de la historieta europea (ACT Ediciones). “Hay muchos libros sobre el cómic europeo y su historia, pero no hay ninguno que analice el modelo, y por eso me ha parecido necesario explicar qué lo hace diferente de los otros”, explica el experto.
Habla de canon, pero no hace la esperada y temida lista de referentes, sino que los va trenzando en un relato que arranca en 1835 con un álbum ilustrado de Rodolphe Töpffer y más tarde se vehiculará entre el antes y después –y durante, claro– de Hergé, que quedará siempre en el centro: “Creó un modelo y una profesión, y tuvo tanto éxito que lo que otras revistas querían era hacer un Tintín y empezaron a salir nuevos dibujantes inspirados en él. Es que ni siquiera tenían una palabra para hablar de la historieta, porque la denominación bande dessinée, como la llaman en francés, llegó más tarde”. Lo continuarán, entre tantos otros, Jijé, Franquin, Morris, Goscinny, Bretécher o Jean Giraud/Moebius, ya sea como continuadores o como rompedores, que es una manera de darle valor, sobre todo a partir del Mayo del 68.
Línea clara, personajes, conservadurismo,
el peso del álbum... y Hergé siempre
en el centro
Además de la reverencial línea clara, propone una serie de elementos como la importancia del álbum, que para el autor “era un objeto caro, y eso quería decir prestigio, porque lo compras para conservarlo, a diferencia del comic book norteamericano o el TBO de aquí”. También la importancia de los personajes, “habitualmente jóvenes de edad indeterminada y con un oficio aunque sea como excusa, tipo el reportero Tintín o el botones Spirou”, así como la serialidad, la importancia de la aventura y el humor –que con Franquin toma otra línea, que seguirán de manera más paródica a Uderzo i Goscinny con Astérix–, y también un cierto conservadurismo, porque el primer cómic europeo “tiene una conexión muy fuerte con las estructuras de poder que entonces es la Iglesia”. Esta es también una de las razones de su éxito temprano: “Como la historieta está avalada por la Iglesia, tiene una gran penetración en la sociedad, otros grupos editoriales se añaden, y se crean nuevos profesionales. Con los años se consolida el producto, hasta el punto de que Bélgica y Francia le dan importancia como arte y lo tratan bien, y han convertido Tintín, Astérix, Spirou, Lucky Luke o los Pitufos en grandes iconos”.
Tampoco evita hablar de la influencia norteamericana, ya sea a partir del propio Walt Disney como de las lecturas de Hergé de series como Bringing up father, o la exploración del western, ya sea con figuras como Lucky Luke de Goscinny y Morris y el Yakari de Job y Derib, o más realista con el Blueberry de Gir (es decir, una vez más, Jean Giraud) u hoy mismo, saltando de género, con la obra de Frantz Duchazeau, que acaba de publicar Los últimos días de Robert Johnson (Andana Gràfica, en catalán y castellano) y antes ya se había acercado al blues con El sueño de Meteor Jim (Ponent Món).
Aquí el mundo del cómic se está resarciendo con la novela gráfica, pero allí no les hace falta: “Es habitual que en Francia y Bélgica el libro más vendido del año sea un álbum de cómic, como ha pasado no hace tanto con el nuevo Astérix o el último y polémico Gastón el Gafe. Es una gran industria”.

Página del segundo tomo de 'La bestia'
‘La bestia’, un nuevo marsupilami antes del marsupilami
¿Recuerdan el marsupilami, verdad? Una especie de simio –aunque es ovíparo, anfibio y omnívoro– con una magnífica cola hipertrofiada. Nació en 1952 de la mano de André Franquin en las páginas de Spirou y Fantasio, aunque en los años ochenta tuvo serie propia, hizo apariciones en el Gastón el Gafe y se desarrolló en dibujos animados, videojuegos y mucho merchandising.
El emblemático personaje ha sido objeto de un nuevo tratamiento, entre la precuela y el spin-off, en La bestia (publicado en dos volúmenes por Base en catalán y castellano) gracias a Zidrou (guion) y Frank Pé (dibujo), que, de hecho, ya habían retomado Spirou y Fantasio en La lumière de Bornéo en el 2017.
Aquí, con la acción situada en 1955 en Bruselas, narran la llegada a Bélgica de un animal desconocido que se escapa y es acogido por un niño pobre amante de los animales que recoge de la calle y que en la escuela sufre acoso porque es hijo bastardo de un militar alemán que, pasada la guerra, abandona a la madre. Esta bestia fascinante será objeto de una persecución que mueve la acción.
El tratamiento, sin embargo, es realista y rehúye, en líneas generales, el humor franquiniano, pero al mismo tiempo es un ejercicio metatextual para los aficionados a la bande dessinée: homenajea explícitamente la figura de Franquin –convertido en el profesor humanista Boniface– y hay constantes referencias a la historia del cómic franco-belga, empezando, claro, por Hergé, ya que su sombra planea por sus páginas utilizando el nombre del capitán Haddock como insulto o con una tienda decorada a partir de una escena de Tintín en el templo del sol, alusiones –a menudo medio escondidas– al Cóndor de Autheman y Rousseau o al dibujante y guionista Maurice Tillieux, y los protagonistas pasan la noche en el departamento de ropa de los grandes almacenes Wauquier, hoy sede del Museo Belga del Cómic. Ni el mundo Disney se escapa, con la proyección La dama y el vagabundo en un cine.