María Oruña (Vigo, 1976) es una mujer de mar. No hace falta más que verla navegar en un día con olas para percatarse de ello. Mientras todos los pasajeros se agarran a algún poste para no caer al suelo de boca, ella se atreve a pasearse por la embarcación arriba y abajo, siempre con una sonrisa y con un micrófono, para que el que se sienta en última fila porque ha optado no tomarse una biodramina la pueda escuchar bien. Tiene mucho que contar y que mostrar. La Ría de Vigo y las islas Cíes son grandes protagonistas de su nueva novela El albatros negro (Plaza & Janés / Rosa dels Vents), con la que inicia su andadura con Penguin Random House tras toda una carrera en el grupo Planeta. Resulta pues metafórico que su primera toma de contacto con periodistas tras el anuncio la haga en un barco.
“Es la primera vez que ambiento una historia aquí, en Vigo. Me costó al principio tomar la decisión porque es mi guarida y no me gusta tocarla. Pero cuando decidí que quería escribir una novela de aventuras, tenía muy claro que quería un tesoro real que buscar”. Se refiere al que esconde la propia Ría pues, según cuenta la leyenda, aquí yacen los restos de la decisiva batalla naval de Rande, que enfrentó en 1702 a las coaliciones angloneerlandesa e hispanofrancesa durante la guerra de sucesión.
Me costó tomar la decisión de ambientar la novela en Vigo porque es mi guarida y no me gusta tocarla"
Si por algo se ha ganado Oruña convertirse en una de las damas del misterio del país es por su habilidad para las tramas policíacas y los crímenes, ingredientes que no faltan en esta nueva historia narrada en dos tiempos: el siglo XVIII y la actualidad. Estos cofres, que tantos desvelos han causado a lo largo de los siglos, serán el desencadenante de la muerte de una historiadora naval, Lucía, que creyó tener la clave para recuperarlo de las profundidades y cuyo cuerpo Oruña sitúa en una cabaña de la playa de A Calzoa que guarda cierto parecido con su propia vivienda y que señala a lo lejos, desde el buque.
Para resolver este y los demás homicidios que se suceden, la escritora hará entrar en acción a dos nuevos personajes que, pese a tener personalidad propia, recuerdan un poco a la teniente Valentina Redondo, al frente de su saga Puerto Escondido. Se trata del subinspector Pietro Rivas y la extravagante inspectora del departamento de Patrimonio, Nagore Freire, quienes no tardarán en darse cuenta de que la clave para desentrañar todo radica en el galeón Albatros Negro y en una joven entomóloga que fue capaz de cambiar el curso de la historia.
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María Oruña junto al monumento de Julio Verne en Vigo
“En el libro es Miranda pero, en realidad, se llamaba Maria Sibylla Merian y fue una de las primeras entomólogas de la historia. Viajó a Surinam, estudió los insectos vivos, y no muertos, como era entonces costumbre, lo que le permitió ver la metamorfosis, que era algo que en aquella época se negaba”. No es el único personaje inspirado en alguien real, pues, con otros nombres, también ha revivido al capitán general de la Flota de Indias Pedro Menéndez Avilés y a Pedro Fernández de Bobadilla, “un monje corsario que fue hijo de Beatriz de Bobadilla, la principal asistente de Isabel la Católica”.
Reivindicar estos personajes en sus líneas es una forma más de tratar que no caigan en el olvido. También el recordar los galeones hundidos. “Ya que en España no respetamos el patrimonio, por lo menos quería registrar que todo esto existió”. En uno de los diálogos, uno de los personajes se pregunta: “¿Me están diciendo que se ha podido descender hasta el Titanic, que está a casi cuatro mil metros de profundidad, y que aquí no se puede rescatar un galeón que solo está a noventa?”. A lo que el compañero responde: “¿Desde cuándo en este país se invierte en patrimonio y cultura? En España es el azar el que patrocina casi todos los hallazgos históricos, que suelen suceder por causa de excavaciones y obras para infraestructuras”. Una reflexión que la autora tiene grabada y que repite en su totalidad después de que el capitán anuncie el regreso y de que se vislumbre a lo lejos el ayuntamiento de Vigo. “A día de hoy sólo queda media fortificación por culpa del consistorio. La ciudad no ha sabido cuidar su memoria lo suficiente”.
De camino al puerto, la Historia, en mayúsculas, se cuela por la escotilla del barco tras pasar por el museo de Meirande, que recrea la batalla de Rande, y por la pequeña estructura de piedra que todavía queda de aquel fortín que intentó defender los galeones que allí descansan, quien sabe si todavía con tesoros. Ni siquiera a Julio Verne se le escaparon, pues en Veinte mil leguas de viaje submarino hace que el Nautilus pase por esta Ría para recaudar material de los cofres de los galeones antes de seguir su aventura. A su paso, la estatua de un buzo, un guiño a tan mítica escena, y, una vez en tierra, el monumento de Julio Verne al inicio del casco antiguo, parece que le guiñen un ojo, cómplices de saber dónde están las monedas. “Me llevaré el secreto conmigo pero, estad atentos, por cualquiera de estos montes podría estar repartido”.