Los Goya de la tercera vía

Al final de la larguísima noche de los Goya se dio ese extrañísimo ex aequo guardado bajo secreto notarial que encumbraba por igual a las dos favoritas, La infiltrada y El 47, que también son las más taquilleras, con más de ocho y tres millones de euros recaudados respectivamente. Aunque, en animación, curiosamente, no fue así: Buffalo Kids, que lleva más de cinco millones recaudados, perdió en favor de Mariposas negras, la favorita de la crítica, con solo 26.000 euros recaudados.

Horizontal

Los ganadores de los Goya

Miguel Angel Molina / EFE

En su discurso de agradecimiento, aplaudido por sus menciones a las víctimas del terrorismo y a la libertad de expresión, una de las productoras de La infiltrada, María Luisa Gutiérrez, tuvo a bien mentar a su socio, Santiago Segura: “Nuestra empresa hace comedias familiares, que dan mucha taquilla, y gracias a ellas podemos hacer películas arriesgadas como esta. En una industria sana se necesitan los dos cines. Uno no puede vivir sin el otro", declaró. Debió tratarse de un lapsus debido a las horas, la emoción y la extraordinaria confusión generada por el histórico ex aequo, porque lo justo y necesario sería contar al menos tres realidades cinematográficas distintas: la comercialidad que representa mejor que nadie Segura, tradicionalmente ausente de la gala de la Academia, y el más independiente, como es el caso de Segundo premio, La estrella azul o Salve María, por citar las escasas películas en esa línea que tuvieron cabida en el no tan variado goyesco palmarés, y estimando que Almodóvar constituye un mundo aparte.

Tanto El 47 como La infiltrada podrían asimilarse a eso que, en los años 70, se bautizó como la Tercera vía, un loable intento de aunar comercialidad y calidad: las dos cuentan con buenas actuaciones, están narradas con eficaz clasicismo, sin veleidades autorales, y se basan en hechos reales contados de manera algo sesgada para simplificar. La infiltrada adopta, con total lógica narrativa, el punto de vista de la susodicha, es decir el de la policía, para describir los años de plomo, con apenas una mención al infausto cuartel de Inchaurrondo, e incluso añade una escena en la que el personaje de Carolina Yuste se cruza con Txapote cuando este asesina a Gregorio Ordóñez. En El 47, que se presenta como una película sobre la lucha vecinal en Torre Baró, el esfuerzo colectivo se transforma en heroico arrebato individual, minimizando la militancia de Manolo Vital en el PSUC y CCOO, sindicato que no sale bien parado, al tiempo que se sube al bus un Pasqual Maragall que no visitó Torre Baró hasta tiempo después. Es normal, son películas “basadas” en hechos reales, no pretenden ser documentales, hay una mirada detrás y un público objetivo delante.

Lo importante, para el caso, es que pueden verse como películas de la tercera vía, aceptadas por la crítica, con matices, y aplaudidas por el público, y son tan necesarias como las comedias de marca blanca Made in Segura o las películas independientes que, cada una a su manera, tratan de hacer avanzar el lenguaje cinematográfico, romper esquemas o plantear temas incómodos. Sin vanguardia, el cine no avanza, queda estancado, muere, y desde el amor al cine, que quedó tan exultantemente representado Rigoberta Bandini –fantástica versión de El amor, de Massiel (la mejor actuación en los Goya desde el Me quedo contigo de Rosalía)–, no se debe caer, ni priorizar, un discurso de la rentabilidad casi siempre basado en análisis erróneos y sumamente interesados, dispuestos para desacreditar lo que algunos llaman “cine subvencionado”. La primera función del cine, como todo arte, es la de abrir caminos, de ahí que necesite apoyo para arriesgarse. Luego también hay que vender entradas sobre seguro para sostener la industria, y celebrar, como ha ocurrido en los Goya, la posibilidad de una tercera vía. Pero son tres, y no dos, formas de cine distintas que han de convivir en el mismo ecosistema.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...