Cineserialidad

Dostoevskij (Movistar+) es una de esas series que se te quedan latiendo en el sistema límbico. El primer episodio parece presentarnos al típico policía al borde del abismo, en vías de obsesionarse con resolver el caso de un asesino psicópata peculiar, que se caracteriza por dejar cartas literarias, nihilistas, difíciles de descifrar, que le valen el apodo del escritor ruso. Pero enseguida nos damos cuenta de que la ficción va a ir mucho más allá. Entra en escena la hija del protagonista, drogadicta, abandonada por su padre cuando era niña. Y nos sumergimos en un mundo de orfandades complejas, de corrupción sistémica y de tormentos íntimos, tan oscuro que cuesta encontrar ejemplos anteriores de semejante tiniebla. Ni siquiera la vimos hasta ese grado en Gomorra , otra gran serie italiana; o en Boss , pura asfixia; o, más atrás, en los orígenes de HBO, en Oz , carcelaria y pionera.

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Heather Graham y Kyle MacLachlan en 'Twin Peaks'.

Terceros

Al frente de los seis episodios, construidos como piezas de orfebrería veneciana, se encuentran Damiano y Fabio D’Innocenzo, directores y gemelos nacidos en Roma. No sorprende que hayan colaborado con Matteo Garrone, porque la periferia desconchada de este también es la atmósfera urbanística y moral de Dostoevskij . Tampoco es una sorpresa que hayan publicado un libro de poemas y otro de fotografías, porque hay un lirismo de realismo sucio en sus diálogos y demuestran una gran capacidad para acertar con los planos más arriesgados. Pero sí que desconcierta un poco que todo lo firmen como los Fratelli D’Innocenzo, como si sus cuatro ojos conformaran una única mirada. Como si se tratara de un sujeto que fusiona dos.

El cine en serie tiene su sentido en un mundo de auge de audiolibros y videopodcasts

La obra, de hecho, filmada en 16 milímetros y presentada en el Festival Internacional de Cine de Berlín, ha tenido dos vidas: como miniserie y como película en dos partes. Aunque la muerte de David Lynch nos haya recordado que hace ya 35 años que se estrenó Twin Peaks , aquella inyección brutal de cine al lenguaje de la serialidad televisiva, la tercera edad de oro de la televisión se consolidó sin la implicación de grandes creadores fílmicos. A muchos, cuando probaron suerte, no les fue bien. Y sin embargo ahí están, entre otras propuestas de cineserialidad, The knick y The girlfriend experience , de Steven Soderbergh, Hermanos de sangre , de Steven Spielberg, The young Pope , de Paolo Sorrentino, o Querer , que Alauda Ruiz de Azúa ha dirigido después de su largometraje Cinco lobitos .

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La cineserialidad tiene todo el sentido del mundo en un contexto de auge sostenido de los audiolibros y los videopodcasts. De lenguajes narrativos que surgen de la convergencia, como en su día lo hizo el radioteatro. Esas palabras compuestas, listas tanto para descomponerse como para la recomposición, nos recuerdan que los gemelos son naturales, pero la cultura es artificial. Una máquina de remezclas, de siameses que nacen de la experimentación genética: de nuestra necesidad de hibridar.

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