Adam Elliot podría hacer historia en la gala del próximo 2 de marzo con Memorias de un caracol. El australiano ya se alzó con la dorada estatuilla por un corto de 22 minutos titulado Harvie Krumpet (2003), sobre un hombre con síndrome de Tourette, víctima de todo tipo de calamidades, incluida la pérdida de un testículo. Fue clasificado como “no apto para menores de 13 años”. En esta edición, Memorias de un caracol podría convertirse en el primer largo clasificado R con el Oscar a la mejor película de animación, categoría en la que sólo había sido nominado, con la R, la melancólica Anomalisa (2015), de Charlie Kaufman. Es la misma clasificación que la MPA ha otorgado a otras nominadas como Emilia Pérez, Nosferatu o La sustancia: los menores de 17 años sólo pueden verla acompañados de un adulto. En este caso, por contenido sexual, desnudez y violencia. En España ha quedado “no recomendada para menores de 16 años”.
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Grace hace amistad con la excéntrica Pinky
En efecto, Memorias de un caracol es una gran película, aunque puede que no para verla con una niña de ocho años, sin tener que taparle los ojos a cada rato, por si los traumas y, sobre todo, las preguntas. Esta comedia triste con aroma dickensiano y estética oscura e irreverente sobre una huérfana aficionada a los caracoles y a la literatura, contiene no pocas alusiones sexuales, aunque nunca explícitas: se puede ver el cuerpo (de plastilina) de una mujer desnuda; a un juez masturbándose durante una vista (sin plano genital), y a dos hombres gays sometidos a electrochoques para reconducir su sexualidad. Hay muertes, depresión, un intento de suicidio, alcoholismo, palabras malsonantes, fetichismo y hasta algo de masoquismo. Al mismo tiempo, también es intensa y emocionante, un rotundo triunfo de la animación artesanal.
Sería un Oscar merecido. Aunque la categoría está muy reñida ya que también compiten Flow, un mundo que salvar, esa maravilla sin palabras que viene de Letonia; la no menos impresionante Robot Salvaje, la más firme candidata norteamericana (por encima de Del revés 2 de Pixar), o incluso la nueva de Wallace & Gromit (la plastilina británica). Con Elliot hablamos durante el pasado Festival de San Sebastián, cuando todavía no estaba nominado, pero ya se daba por hecho.
¿Usted qué edad recomendaría para ver su película?
No tengo hijos, pero no la recomendaría a menores de doce años. No he hecho una película para niños. Es una película para adolescentes y adultos: no quiero ser responsable de que alguien lleve a sus hijos a verla, y que luego tengan pesadillas. Yo siempre escribo mis guiones con adolescentes, como mínimo, en mente. Creo que los niños no acabarían de entenderla: hay una conversación gay, suicidio, drogas, alcoholismo. Aunque, irónicamente, mi anterior película, Mary and Max, se proyecta en los institutos, y también Harvie Krumpet. O sea que también tienen mensaje. Me alegro mucho cuando utilizan mis películas con fines educativos, aunque lo que más me interesa es que el público conecte emocionalmente con ellas hasta el final, que al salir sientan que les ha aportado algo y que no ha malgastado su tiempo.
Creo que los niños no acabarían de entenderla: hay una conversación gay, suicidio, drogas, alcoholismo...
¿La ve como una comedia negra?
Sí, me encantan las novelas con mucho humor negro, siempre me ha fascinado. Aunque en la película conviven muchos tipos de humor. Hay un humor más visual, tipo slapstick, y otro mucho más denso, con muchas capas. Tiene momentos muy dulces, y otros que pueden resultar traumáticos, devastadores, incluso desafiantes.
¿Qué me dice de ese cameo de Nick Cave?
No quería que fuese un actor, sino alguien célebre por otros motivos, y me pareció que él encajaba muy bien recitando esos versos cuando la protagonista lidia con el carácter religioso de su familia de acogida.
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Fotograma de la película
¿Grace, la protagonista, está basada en alguien conocido?
Sí, siempre me baso en gente que he conocido. En este caso, una amiga que nació con una malformación muy severa, y que fue víctima de bullying en el colegio. Al principio quería hacer un corto sobre su vida, pero fui añadiendo cosas que cogí, por ejemplo, de mis padres, a los que también les gustaba acumular y coleccionar toda clase de objetos. Cuando empiezo a escribir, voy añadiendo elementos y dándoles forma de manera muy intuitiva, tardo en darme cuenta de qué historia quiero contar. Han sido tres años de escritura.
La película está llena de clásicos de la literatura, ¿han sido una inspiración?
Son las novelas que leí de adolescente, como El guardián entre el centeno. La verdad es que invierto más tiempo en leer que en ver películas. Aunque también veo mucho cine, y no precisamente de animación. No miro muchas películas de Pixar, por ejemplo, ni nada que sea animación con CGI. Prefiero la animación tradicional como la del checo Jan Švankmajer. Soy más eurocéntrico que americano, todos nos criamos con Disney y ya tuve suficiente.
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Elliot podría ganar su segundo Oscar por 'Memorias de un caracol'
¿Cree que tiene posibilidades de Oscar?
Ya pasé por ahí con Harvie Krumpet, e hizo que se crearan expectativas con cada nueva película, sobre todo si empiezo a ganar premios en festivales. Siempre está esa presión, pero no me preocupa. Yo sólo intento hacer la mejor película que puedo. Y este año ha sido otro gran año para la animación con Flow, pero también con La mercancía más preciosa, de Michel Hazanavicius, entre otras.
¿Cree que el punto subversivo de su película puede ser un obstáculo para la Academia?
Antes eran todos señores mayores blancos, pero eso ha cambiado mucho. La Academia de Hollywood ha hecho un auténtico esfuerzo para renovarse, apostando por la diversidad y la juventud, por eso pudo triunfar Parásitos. Hay más cine independiente, europeo, asiático, incluso australiano. Ya no se limitan tanto al producto americano como antes.
Prefiero la animación tradicional. Todos nos criamos con Disney y ya tuve suficiente
En el tema y en la técnica, aunque no en el estilo, Memorias de Caracol recuerda mucho a La vida de Calabacín, de Claude Barras. Imagino que la ha visto, ¿no?
Sí, cuando la vi me sentí muy validado, porque llevo como 30 años haciendo animación para adultos, y siempre me había sentido muy solo. Ahora hay más gente haciéndolo, también está el Pinocho de Guillermo del Toro, o las películas de Wes Anderson. Hace algunos años, parecía que la animación en stop-motion estaba a punto de desaparecer, ya que todo era animación en CGI. Pero ha pasado justo lo contrario.
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Fotograma de la película
¿Cómo explica este resurgimiento de la animación con plastilina?
Hay muchos elementos. Durante el confinamiento, mucha gente empezó a experimentar con ello. Y ahora está la IA, que da mucho miedo, de ahí sale esta veneración por las viejas formas artesanales.