Emociones viscerales

Opinión

En el libro La época de las pasiones tristes, el sociólogo François Dubet reflexiona sobre la percepción de las emociones colectivas y cómo influyen en la política. Dubet define el espíritu contemporáneo como una suma de resentimiento, indignación, ira, desánimo, ansiedad y desconcierto. El diagnóstico actualiza emociones ancestrales. Simultáneamente, las aleja de una reflexión más racional y las sitúa en un territorio de contagios –redes sociales, inmediatez de los medios de comunicación, dependencia tecnológica– fáciles de ser fagocitados por populismos de todo tipo. Si no lo he entendido mal, Dubet afirma que estas emociones no se han agravado a causa de un aumento de las injusticias sino de la percepción que, en función de la amplificación que hacemos –disfrazada de trascendencia– tenemos de ellas. El diagnóstico también incluye la incertidumbre, la frustración, la soledad y el miedo. Son motores de un presente en el que la vulnerabilidad reconvierte las injusticias o las discriminaciones en factores de transformación fácilmente inflamables.

El sociólogo François Dubet

El sociólogo François Dubet

Terceros

Este cambio en la percepción de los problemas activa resortes emocionales que, en otros momentos, necesitaban movilizaciones más organizadas y de gestación lenta. El ejemplo del #MeToo ilustra la tormenta perfecta entre unas injusticias largamente silenciadas y una capacidad, individual y colectiva, de reaccionar a estímulos de denuncia. Unos estímulos que acaban influyendo si no en la solución del problema sí en la capacidad de transformarla en una evidencia potencialmente revolucionaria. Por interés o vocación, los medios de comunicación también han tenido que adaptarse a estos cambios en las formas de percepción emocional de la información y la actualidad. Si hasta hace poco el alarmismo se consideraba una patología propagadora de rumores sobre peligros inexistentes o tendenciosamente exagerados, hoy es una modo de consumo del presente. Un consumo que, con sintomática resignación, aceptamos que nos llegue bajo el epígrafe de alarma.

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Hoy el alarmismo es una forma de interpretar y de consumir el relato del presente

Esta erosión iguala los registros emocionales, así que nos volvemos incapaces de distinguir lo que nos afecta de verdad de lo que se nos insta a que nos afecte. En los noventa, la televisión vivió un proceso de transformación del punto de vista en el tratamiento de sus contenidos. Las cadenas privadas instauraron un sensacionalismo que forzaba los escrúpulos hasta hacerlos desaparecer y no dudaba en excitar el lado escabroso y lacrimógeno del espectador. Los informativos avisaban cuando las imágenes podían herir nuestra sensibilidad: hoy nos intentan pillar con la guardia baja o atrofiada. Los primeros sociólogos que tuvieron que diagnosticar el fenómeno nunca hablaron de empatía ni de emocionalidad, conceptos que el populismo ha expropiado para justificarse, sino de visceralidad. Visceral viene de víscera y significa de la entraña, interno o (pausa dramática) intestinal.

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