Juan Gabriel Vásquez: “Feliza murió de un infarto fulminante en el restaurante frente a García Márquez, que la había invitado a cenar”

Entrevista

El escritor colombiano publica la novela 'Los nombres de Feliza', el misterio de la vida de la escultora Feliza Bursztyn a partir de su repentina muerte acabada de exiliar en París

Entrevista con Juan Gabriel Vásquez por

El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez fotografiado ayer en Madrid 

Victor Lerena / STUDIOMEDIA19

La historia y la política pueden condicionar una vida. Una frase, también. El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez tenía 23 años, estaba en París y le aquejaba una enfermedad con la que no daban los médicos. Recorría la ciudad de galeno en galeno y en los trayectos tuvo tiempo para leer. “Por la inquietud de lo que tuviera no podía leer En busca del tiempo perdido . Cargué una recopilación de columnas de García Márquez y en una sala de espera del barrio XV leí sobre Feliza Bursztyn”, evoca. 

La columna decía que Bursztyn, escultora cuyos padres, judíos polacos, escaparon de Hitler, mujer que en una Colombia machista dejó a los 23 años a un agresivo marido texano que se llevó a sus tres hijas, alma del mundo intelectual bogotano, al que reunía en fiestas en su casa-taller, y exiliada en París a los 48 años por la violencia política de Colombia, “murió de tristeza”, señala Vásquez. Que ha mecido la frase 28 años y publica la novela Los nombres de Feliza (Alfaguara), contada a partir del día de la muerte en 1982 frente a García Márquez de una exhausta Feliza recién exiliada.

La escritora colombiana Feliza Bursztyn

La escritora colombiana Feliza Bursztyn

¿Cómo murió?

Fue muy impresionante. García Márquez pasaba por París y la invitó a cenar. Estaban la mujer del escritor, Mercedes, el marido de Feliza, Pablo Leyva, y otra pareja de amigos, Enrique Santos, un periodista muy importante de Colombia, y María Teresa Rubino. Se sientanlos seis  en un restaurante ruso. Feliza mira a su marido por encima de la carta, hace una expresión rara con los ojos y muere de un infarto fulminante frente a los seis. La única manera de hacer justicia a ese momento era contar de manera acumulativa todo lo que había llevado a esa muerte.

¿Qué le ha llevado a mantener firme esa idea casi tres décadas?

He tardado 27 años porque necesitaba aprender, acumular experiencias, pasar la edad que Feliza tenía al morir. Y aprender cómo se escribe esta novela, una ficción sobre una persona real, y para qué. Cuando García Márquez dice que muere de tristeza hace un diagnóstico de novelista, no de médico, y corresponde a un novelista averiguarlo. Y Feliza representaba lo que me interesa como novelista, una vida privada en la que las fuerzas de la historia y la política lo trastocan todo.

En su caso, violencia política.

Los años cincuenta en Colombia son un momento de efervescencia cultural brutal. García Márquez empieza a publicar novelas y empiezan a pintar Fernando Botero y Alejandro Obregón. El país sale de una ola de violencia brutal de ocho años y la revolución cubana está a punto de causar una gran convulsión política. En Colombia nacen guerrillas rurales y una urbana, el M-19. Los colegas de Feliza eran simpatizantes del partido comunista, la revolución cubana o el M-19. O todos juntos. Ella, fiel a su temperamento, mantuvo una independencia terca, admiró la revolución pero se negó a entrar en el partido y era amiga de políticos conservadores: Belisario Betancur lanzó su primera campaña presidencial en su casa. Tenía riqueza de miras, era una mujer de izquierdas que no quería militar. Fue injusto que fuera víctima de persecución la que era la menos fanática y despreciaba la violencia como herramienta política.

Ilusión de control

Pensamos crear nuestro destino sin ver que hay fuerzas que inventan nuestras decisiones”

¿Colombia sigue marcada por la violencia o se ha roto el ciclo?

No, no se ha roto, y es una de las grandes preguntas que cruzan mis novelas. ¿Por qué seguimos metidos en esa violencia que se retroalimenta, que cambia de actores pero sigue existiendo, anclada en paradigmas antiguos? Hasta el punto de que el presidente de hoy, Gustavo Petro, que fue miembro del M-19, ha convertido esa vieja militancia en una nueva bandera política reivindicando su guerrilla y convirtiendo la espada de Bolívar que el M-19 robó con uno de sus primeros actos en símbolo político de su movimiento, ciego al dolor que el M-19 causó, a los asesinatos, a los secuestros. Es una manera muy miope y muy sectaria de ver la historia colombiana, que envenena el ambiente de manera innecesaria. Es como si no nos lográramos liberar de esos viejos fantasmas.

Feliza se libera. Pero la atrapan la historia y la política.

Se rebeló contra su propio judaísmo, contra el machismo, contra las imposiciones de su primer matrimonio, incluso contra los de su cuerda política que le pedían ser miembro del partido. Su vida es otra porque decide cortar con la vida pasada y reinventarse, entre otras cosas tras el momento en que su familia, por su divorcio, declara su muerte y hace un funeral simbólico. Pero pagó un precio. Hay pocas cosas tan fascinantes como ser testigo de un ser humano construyéndose a sí mismo contra fuerzas enormes. Y ella lo logró hasta que ya no lo logró, hasta que ya la fuerza con la que se enfrentó era una ley durísima de un gobierno paranoico que la mandó al exilio y ya contra eso ya su cuerpo no dio más. Tenemos la ilusión de crear nuestro destino sin darnos cuenta de que hay fuerzas que inventan nuestras decisiones y nos producen la ilusión de control. No controlamos nada.

¿Con esta novela cierra un ciclo, es la culminación de una exploración del poder de cmbinar hechos y ficción? 

No creo que haya terminado con esa exploración, los distintos matices del uso de la imaginación para interpretar una vida real me fascinan. Y además me he vuelto muy militante con esto. Estamos viviendo una época un poco extraña y un poco tonta en la que condenamos la imaginación del otro. A través de un concepto que hemos llamado apropiación cultural condenamos esa actividad tan antigua y maravillosa que es contar la historia desde una identidad que no es la nuestra. Eso es ahora condenado. Yo creo que no solo forma parte de la identidad de la ficción, sino que además ha llevado a nuestras grandes conquistas sociales. La democracia no existe sino el momento en que alguien decidió imaginar la vida de una persona más pobre, más humilde, más desgraciada, como hace el Lazarillo de Tormes

Y en este mundo que le ha tomado una cierta antipatía al hecho básico de imaginar el mundo desde otro, yo he querido escribir esta novela que de alguna manera pone en escena eso. El narrador, que soy yo, aparece en la novela y luego imagina a un personaje. Imagina a Feliza Bursztyn, se mete en su cabeza, interpreta sus emociones y su entendimiento. Yo quería hacer eso de manera muy consciente. Quería vindicar nuestro derecho a imaginar a los otros. Entiendo de dónde viene esto. Los relatos son tan importantes para nosotros que no queremos que nadie más cuente nuestra historia. Pero si eso se lleva a los extremos, como prohibir que un hombre blanco cuente la historia desde el punto de vista del nombre negro, o que un hombre lo cuente desde el punto de vista de la mujer, eso daña muchas conquistas maravillosas que habíamos hecho, en el sentido de nuestra capacidad de imaginar a los otros y por lo tanto, de construir democracia.

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