Jorge Lanata (1960-2024) impresionaba. Por su respiración rocosa, el cigarrillo humeante y políticamente incorrecto, la curiosidad sin fronteras, la irreverencia siempre informada. Desde el confinamiento pandémico y hasta su ingreso el pasado 14 de junio en el Hospital Italiano de Buenos Aires, donde falleció este lunes, el periodista argentino emitió a diario desde su casa, rodeado de su colección de pintura argentina contemporánea y en compañía siempre de Margarita Perata, su histórica productora, asistente, filtro. Porque el ganador de 23 premios Martín Fierro, dos Clarín y dos Kónex era objeto de adoración y de odio, brillante y excesivo, una factoría de iniciativas de comunicación de masas con una influencia desmesurada. Parecía mentira que aquella voz –en la que convivían las palabras con un leve ronquido de nicotina al fondo– fuera capaz de imantar a medio país, a través de todo tipo de medios y mensajes.
Fue una bestia de creatividad transmedia. Hizo historia en el periodismo escrito (fundó a los 26 años el diario de izquierdas por excelencia, Página/12; y en 2007, Crítica de la Argentina; publicó una quincena de libros), radiofónico (de todos sus programas el más emblemático fue Lanata sin filtro, en Radio Mitre) y televisivo (por citar dos emblemas: entrevistó a cara de perro a Charly García o a Maradona, entre tantas otras estrellas, en el espacio Día D a finales de los 90; y lideró durante la década pasada el programa Periodismo para todos, en el que cuestionó también sin concesiones la corrupción económica y moral del kirchnerismo, en plena dilatación de la grieta o polarización política de la sociedad argentina). Además, hizo monólogos teatrales, estrenó la película Deuda (2004), produjo series documentales o dirigió el videoclip de la canción La argentinidad al palo, de Bersuit Vergarabat (“Podemos ser lo mejor / O también lo peor / Con la misma facilidad”).
Mamá no podía responder, yo preguntaba. Ahora sé que ella no era ella, o sí lo era pero de otro modo, y que mis preguntas intuían un secreto que busqué sin proponérmelo, casi toda mi vida. Si ‘ellos’ no eran ellos, yo ¿era yo?”
Como dice Lawrence Durrell en El cuarteto de Alejandría, el poder despersonaliza. Lanata lo conoció íntima, contradictoriamente. Pero detrás de su voluntad de comunicar en todos los lenguajes posibles o de su capacidad para influir en la intención de voto, más allá de su gran ambición se encontraba un hombre que a los 55 años descubrió que fue adoptado, cuando sus padres ya habían muerto. Lo contó en 56 (2017), un libro de memorias en que evoca a su madre, postrada en la cama, el habla negada por un tumor cerebral, cuando él era sólo un niño: “Mamá no podía responder, yo preguntaba. Ahora sé que ella no era ella, o sí lo era pero de otro modo, y que mis preguntas intuían un secreto que busqué sin proponérmelo, casi toda mi vida. Si ‘ellos’ no eran ellos, yo ¿era yo?”. Nació de un embarazo simulado por sus padres adoptivos. La enfermedad hizo que lo cuidaran su abuela y su tía. No celebraron ningún cumpleaños. No fue nunca al cine de niño. Pero fue desde siempre, lector.
A los 10 años, en el Colegio San Martín de Avellaneda, el maestro les pidió que redactaran en casa, para el día siguiente, una breve biografía de un poeta llamado Conrado Nalé Roxlo. Como no encontró casi bibliografía, ni corto ni perezoso cogió la guía telefónica, localizó al escritor y le hizo su primera entrevista. Tras firmar sus primeros textos en la revista escolar y en el diario local, La Ciudad, a los 14 años empezó a trabajar de periodista en Radio Nacional. Ha dedicado a ese oficio, por tanto, medio siglo exacto.