A Josep su padre le decía Pitu. La costumbre era que Josep Morales padre estuviera sentado en el taburete alto detrás del mostrador, y Josep hijo de pie, al lado, o recorriendo el espacio de la librería Sant Jordi en busca del ejemplar que él sabía dónde estaba. Era un guapito de cara –siguió siéndolo hasta la fecha– al que un día por los noventa una chica mallorquina historiadora de arte –y hoy responsable de importantes hechos culturales como La Caldera– le encargó la Metamorfosis de Ovidio. Josep le vendió la de Kafka y, a la vez, fundó con ella una familia.
La dinastía librera de los Morales se inició cuando los padres de Josep (vecinos de la calle Sant Antoni de Sombrerers, el padre gran amante de la filatelia, los domingos en la plaza Reial) descubrieron este local que, en los años esplendorosos de la calle Ferran, era una tienda de guantes y sombreros. Era el año 1983 y, en lugar de tirar abajo –como algún temerario tenía en mente, y para ganar espacio– todo el revestimiento de madera con balcones y esculturas de cabeza de león, padre e hijos se pusieron en marcha para restaurarlo. Y para reemplazar vitrinas por estanterías.
Durante unos años la Sant Jordi tuvo de vecina, en la acera de enfrente y más cerca de la Rambla, la pequeñísima librería Arrels, de Aurelia Pérez, frecuentada por Juan Marsé y reseñada por Joan de Sagarra en el 2000, por su treinta aniversario. Y hasta la fecha otra de las resistentes de esta calle que se empecina en convertirse en la pesadilla de James Stewart en Qué bello es vivir, Belles Arts Ferran, fundada en 1969. En el camino cayeron la camisería Flotats, la ferretería de enfrente y, en la plaza Sant Jaume, la tienda de moda Deulofeu.
De modo que, desde antes de la muerte de su padre en el 2020, Josep tuvo claro que la fidelidad de la clientela, las entrevistas en el Ayuntamiento, las visitas de políticos y gente influyente, el elogio de los clientes boquiabiertos ante la preciosa decoración, no sería suficiente para detener al monstruo de los alquileres desorbitados. Impensables. Ni para parar las goteras que le arruinaron unos cuantos libros de arte, cuando en la finca se pusieron a hacer obras en plan apisonadora. Había que hacer mucho más.
Desde allí dentro se organizan talleres de fotografía –la Sant Jordi tiene un excelente fondo de esta materia, también de arte y arquitectura, y una trastienda que es para quedarse boquiabierto– y rutas literarias. Allí nos fotografiamos antes de emprender la marcha por la ciudad, con los grupos de expedicionarios: Rosa Mora, Laura Freixas, Xavier Fina, Juan Manuel Zurita, que además es del equipo junto con Carlota, como también lo ha sido Berta. Puede también el lector consultar en la web https://llibreriasantjordi.com/una serie de entrevistas filmadas y producidas por Josep –escritores y periodistas, vecinos en general– y, además, entrar en YouTube en Testimonis d’un barri. Allí se le da voz a los que son memoria viva, como Jaume Almirall y Luz Ortiz. O al fiel vecino diseñador Alberto Liévore.
También –y hasta hace muy poco– Josep ha dado diversas entrevistas, con el fondo de esa carpintería de mundo encantado que sonaba impensable en el nuevo local que lo esperaba en la calle Robador –un traslado que sonaba a temeridad– y que el turista no deja de fotografiar (además de comprar La ciudad de los prodigios en inglés, porque se suele pensar que el turista es, por definición, un iletrado, y así nos comportamos con ellos también).
Ha estado en su puesto en la librería hasta hace pocos días. El mejor homenaje ha sido y es estar a la altura de su terquedad. De modo que, a la misma hora en que familia –su esposa Cristina Riera, los dos hijos– y hermanos y cuñados y sobrinos y amigos escuchábamos, en un homenaje laico, la lectura de frases de libros que le gustaban, a esa misma hora la librería estaba –y está– abierta.
Y Juan Manuel abría las páginas de las cartas de Rilke. Y esa misma tarde, o ahora mismo, Carlota está abriendo una edición preciosa de Peter Pan, que ella se sabe de memoria. Alguien pasa por delante de la Sant Jordi y entra, se pierde entre narrativa o pensamiento, o saca una foto de ese tesoro que por honestidad, por valentía y por amor a los libros, y por lealtad a la gente de bien, no debe irse nunca de allí. La librería está abierta, y así debe ser. Y deberá ser.