Un séquito de personas lo acompaña y, allá por donde va, todo el mundo le abre paso. “Parece el Rey”, dice un joven mientras le saca una foto. “Es mucho más que eso. Es un maestro, un sensei. Es Naoki Urasawa”, le contesta su compañero. El dibujante japonés es el invitado de honor de esta edición del salón Manga Barcelona, que celebrará hasta el domingo su 30 aniversario en la Fira Gran Via de l’Hospitalet de Llobregat.
El jueves, la organización le entregó un premio a su trayectoria en el CaixaForum. “Voy a tratar de alargar mi discurso, a ver si llega el galardón a tiempo”, justificó a los presentes antes de su discurso después de que la directora de Ficomic, Meritxell Puig, reconociera que un conductor llevó las estatuillas a una sede que no era. Por suerte, todo terminó con final feliz. “Ya lo tengo conmigo”, confiesa a La Vanguardia justo antes de empezar su entrevista.
Urasawa regresa a Barcelona más de tres décadas después
Urasawa no oculta la felicidad que le produce volver a visitar Barcelona. “Vine antes de las Olimpiadas para documentarme para Yawara!”, un manga que tiene como protagonista a una joven promesa del judo que participa en los juegos de Barcelona 1992.
“Lo que más me gusta de Barcelona es la sensación de que es una ciudad libre. Puede que sea por sus líneas curvas, tan características de arquitectos como Gaudí. Yo lo relaciono a la hora de dibujar con lo que llamamos free style o dibujo libre, donde las reglas quedan a un lado”. Y ese, asegura, fue uno de los motivos por los que aceptó “con gusto” volver a dibujar la ciudad tras recibir el encargo de dibujar el cartel del 30 aniversario del salón, en el que aparecen algunos de sus personajes más icónicos frente a la Sagrada Familia.
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Un visitante del salón Manga Barcelona acude a un stand con obras de Naoki Urasawa
Nacido en Tokio en 1960 y con más de 40 años de carrera a sus espaldas, Urasawa es uno de los autores de manga vivo más reconocidos gracias a obras como Monster, 20th Century Boys, Billy Bat, Happy! o Asadora!, llevadas en su mayoría a la gran pantalla y a plataformas, igual que ocurrió el pasado año con Pluto, basada en el icónico robot Astroboy de uno de sus referentes, Osamu Tezuka. Un proyecto al que su hijo, Makoto Tezuka, dio luz verde, pese a que había rechazado propuestas similares, pues no creía que pudieran funcionar por sí solas. La de Urasawa sí lo hizo y se convirtió en uno de los grandes éxitos de Netflix de la temporada.
Tanto esta como el resto de historias están dibujadas a papel –con el tiempo y la dificultad que ello supone– y tienen en común el drama humano. “Dibujo desde los 12 años, pero a esa edad tenía bastante claro que no quería convertirme en un mangaka profesional porque veía que, para triunfar y poder vivir de ello sin morirte de hambre, debías crear historias muy comerciales, y eso no iba conmigo”.
Con el tiempo, logró encontrar su hueco y vio cambiar la industria tanto en el país nipón como en Occidente, que pasó de ser algo de nicho a una atracción global. “El Louvre reconoció el manga como el noveno arte. Eso es algo muy honorable y que le ha dado mucha visibilidad pero que tiene un peligro: que deje de ser de las clases populares y, por tanto, pierda su libertad innata”.
Existe el peligro de que el manga deje de ser de las clases populares”
Algo que confía que no suceda, aunque mantiene la esperanza de que las nuevas generaciones no lo permitirán. “Ellos lo tienen más fácil que yo para acceder al universo del manga. Aunque no lo parezca, costaba muchos más esfuerzos que te publicaran en mi época, con senseis como Tezuka al frente, que no ahora. Hay más oportunidades y cada vez más mujeres. Es un buen momento para poder despegar o, al menos, intentarlo”.