Francisco Ibáñez fue entrevistado centenares de veces. Porque era muy popular y porque nunca tenía un no como respuesta, aunque la petición llegara de un fanzine que imprimía 200 ejemplares fotocopiados –créanme, sé de lo que hablo–. Sin embargo, y pese a tantas entrevistas, nunca dio grandes explicaciones sobre su forma de trabajar. Él prefería imaginar nuevos gags y dibujarlos antes que detenerse a reflexionar sobre lo que había hecho. Por eso, para entender bien a Ibáñez hay que fijarse en su obra. Y por eso también, su último álbum, París 2024, contiene la mejor explicación que ha dado Ibáñez sobre cómo trabajaba.
París 2024 es una oportunidad única de acercarse a la intimidad del proceso creativo de Ibáñez. A la derecha del álbum están las páginas a lápiz, antes de que la línea se repase a tinta. El lápiz es el primer estadio del dibujo. Hay unos trazos suaves que sirven de boceto y otros más fuertes encima que perfilan el dibujo. El nivel de acabado es asombroso en alguien de 87 años. No falta ni un detalle. Todo lo que nos gusta del dibujo de Ibáñez está aquí: su dinamismo, su comicidad. Y en las páginas de la izquierda, los diálogos que él mismo tecleaba en una Olivetti que nunca quiso sustituir por un ordenador.
París 2024 es un álbum imprescindible para entender a Ibáñez. Es divertido y es un verdadero festín para nuestros ojos. Es la demostración de que Ibáñez siguió dibujando hasta el final porque, como recuerda su hija, “su trabajo y su hobby coincidían”.