feliz Navidad! Y ojalá que la fiesta haya discurrido por sus cánones y, pese a la tristeza inevitable y la melancolía que nos provocan los ausentes, hayamos podido una vez más celebrar que, tras la llegada del invierno, en el mismo corazón de la tierra muerta yacen la esperanza de la primavera y de la vida.
La Navidad nace vinculada a los ritos de paso del solsticio de invierno. Distintas adoraciones del sol y de su tránsito celebraban el solsticio. Muy significativamente las saturnalia romanas, un tiempo de digamos desmadre que el primitivo cristianismo vio siempre con muy malos ojos, aunque al final optara por integrarlo y, con el devenir del calendario, se dejase la parte más lúdica y salvaje para la última noche del año, nuestra Nochevieja. Si nos ponemos rigurosos, la fecha del nacimiento de Jesucristo sencillamente no cuadra con la Navidad, pero dejemos eso para momentos más eruditos del año y avancemos hoy por otro camino.
En realidad, y como pasa con tantas otras cosas, la celebración y exaltación de la Navidad es bastante reciente. Más en concreto, toma su forma muy semejante a la actual en el siglo XIX. Y tiene poco que ver con tradiciones anteriores que sí estuvieron presentes en España y la corte, como la de la fiesta del zapato (San Nicolás, que entre el cinco y el seis de diciembre sigue llevando regalos desde España a los niños holandeses y flamencos y que los holandeses llevaron a New Amsterdam, el germen de New York, para acabar pasando de Saint Niklaus a Santa Claus; el mundo es un pañuelo), la del belén o pesebre o la mucho más antigua, tradicional y extendida misa del gallo.
Nuestra Navidad, hoy, es bastante anglosajona y hasta, si se quiere, victoriana. La reina Victoria y su príncipe Alberto tuvieron nueve hijos y la celebración en familia fue un acto deseado y también propagandístico, con el añadido del árbol de Navidad que Alberto se había traído, como costumbre, de Alemania. Antes de estas navidades victorianas que resultaron victoriosas y casi universales, hubo momentos, en las eternas disputas y guerras de religión entre católicos y protestantes, en los que la fiesta de la Navidad llegó a estar prohibida o sencillamente no se celebraba. Aún quedan rigoristas que desdeñan el banquete, los regalos y los aspectos mundanos de la festividad.
La cerillera siente la belleza y el calor de cada cerilla que prende antes de morir congelada
Pero en los tiempos de la reina Victoria se escenifica este festejo familiar teñido de religión y deseos de paz y hermandad. Tanto que el género del cuento o poema de Navidad es también no una invención, pero sí una epidemia victoriana.
Como soy de los que creen que no pueden faltar los libros y la lectura en los regalos bajo el árbol o en las alforjas que acarrearán en unos días los camellos de los Reyes Magos permítanme que les recomiende unas cuantas lecturas navideñas.
La primera es inevitable y contribuyó sobremanera al dibujo anglosajón y victoriano de la Navidad: A Christmas Carol. In Prose. Being a Ghost Story of Christmas, de Charles Dickens, conocida en nuestros lares como Cuento de Navidad . Ya saben, el avaro, egoísta, prestamista y misántropo Ebenezer Scrooge, que recibirá la visita primero de su difunto socio, Jacob Marley, para luego tener que lidiar con los tres espíritus de las Navidades del pasado, del presente y del futuro. Al final, Scrooge se contagiará del espíritu navideño y hasta subirá el sueldo a su escribiente, Bob Cratchit. Y aunque no dice Dickens por qué el pequeño Tim Cratchit está inválido (raquitismo y tuberculosis), la frase final del cuento será de Tiny Tim (no confundir con el cantante estadounidense de los sesenta homónimo): God Bless Us, Every One! (¡que Dios nos bendiga a todos!)
En segundo lugar en mi particular podio de relatos navideños (hay que extender la bula hasta la Nochevieja y los Reyes) estaría La cerillera , de Hans Christian Andersen, con esa conmovedora vendedora de fósforos que siente la belleza y el calor de cada cerilla que prende antes de morir congelada. Me sigue emocionando a mis ya bastantes años. Como me impresionó, la primera vez que lo leí, La Nochebuena del poeta , de Pedro Antonio de Alarcón –sí, el de El sombrero de tres picos – donde el mismo autor narra la Nochebuena de sus siete años, cuando escucha por primera vez el terrible villancico español (“La Nochebuena se viene/ La Nochebuena se va/ Y nosotros nos iremos/ Y no volveremos más”) y cae en la misma noche en la conciencia de la muerte y la celebración de la vida. Tristísimo pero muy hermoso relato. Que me va a juego con el de Los muertos , de James Joyce, dentro de su libro Dublineses … Una joya y uno de los mejores cuentos jamás escritos.
‘La aventura del carbunclo azul’ es la única de Sherlock Holmes total y plenamente navideña
Se me agota el espacio, así que permítanme que sin orden ni concierto les diga: Maese Pérez el organista , una de las leyendas de Bécquer; los Cuentos de Navidad y Reyes , de Emilia Pardo Bazán (también editados, siempre hubo republicanos, como Cuentos de Navidad y Año Nuevo ); el Poema de Nadal en refulgentes heptasílabos, de Josep Maria de Sagarra; El planeta de los árboles de Navidad , de Gianni Rodari; ¡Cómo el Grinch robó la Navidad! , de Dr. Seuss; La mula y el buey , de Benito Pérez Galdós; La aventura del carbunclo azul , de Conan Doyle, que creo es la única de Sherlock Holmes total y plenamente navideña; El cascanueces de E.T.A. Hoffmann; La Nochebuena del abuelo , de Juan Ramón Jiménez; El cuento de Navidad de Auggie Wren , de Paul Auster; los Tres Cuentos de Truman Capote ; los Tres Nadals Vida y aventuras de Santa Claus , de L.Frank Baum (sí, el de El mago de Oz ); incluso La Gatomaquia de Lope de Vega, una epopeya burlesca con la lucha entre gatos y ratones en la que la Navidad también tiene un papel; y por último, todos los grandes escritores nuestros con relato navideño: José María de Pereda, Clarín, Azorín, Pere Calders, Valle-Inclán, hasta el olvidado creador del Ratón Pérez, el padre Coloma (sí, el de Jeromín , que ya nadie lee).