Festival cervical

Opinión

Los festivales de verano siguen una liturgia que intenta asimilar las servidumbres de una actuación al aire libre, el bochorno, los mosquitos y un aforo multitudinario. Allí se suele respirar un ambiente de participación y unos niveles de exigencia indulgentes, sobre todo cuando la actuación debe seguirse de pie, con un vaso (de plástico) en la mano o el móvil, que actúa como intermediario de una realidad que se expande hacia una dimensión gregaria –Instagram– de la existencia. Desde Woodstock hasta hoy, una figura que nunca falla en este paisaje festivo y musical es la del ganapán, que lleva a otra persona a hombros. A los cámaras (de vídeo y de fotografía) les encanta, porque esta otra persona sobresale de la masa, enriquece la panorámica y personaliza el entusiasmo de la juventud o la adolescencia con un gesto que conecta con los fundamentos de la cultura castellera. Imagen habitual: la chica subida a hombros baila y gesticula y, para mantener el equilibrio, aprieta fuerte con los muslos la cabeza del pobre ganapán, que lucha por no sufrir un colapso vertebral.

Dejemos las cosas claras: llevar a alguien a hombros no es saludable. Los fisioterapeutas y los traumatólogos lo saben. Cuando la persona a la que tienes que llevar es un hijo pequeño –la típica escena de la cabalgata de Reyes–, aceptas el sacrificio cervical con la resignación de estar contribuyendo a preservar la especie. En los festivales, en cambio, el personaje en cuestión (generalmente macho, aunque también hay una minoría femenina) es una adaptación de la figura del pagafantas. Miradlo: invierte en una actitud de galantería caduca con la esperanza de que su esfuerzo le sirva para sumar puntos de cara a un improbable proceso de seducción.

El público se lo pasó en grande en la primera jornada del Cruïlla, estos días en Barcelona

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Àlex Garcia

Una figura que nunca falla en el paisaje de los festivales de verano es la del ganapán

A los músicos también les gusta, porque permite concretar la comunicación con el público a través de una referencia individual. Si además la chica en cuestión se sabe todas las canciones de memoria, se convierte en un reclamo y en factor de contagio emocional que se agradece. En los vídeos, la figura de la fan risueña y exultante funciona como el complemento perfecto de una escenografía que a la fuerza debe incluir elementos de idolatría pop. Pero de la misma manera que durante años se repetía la barbaridad según la cual detrás de un gran hombre había una gran mujer, siempre que en un concierto masivo veamos a una chica o a un chico eufóricos subidos a hombros (con bandera o pancarta), debemos pensar que debajo hay un pobre desgraciado que pone en peligro su propia estabilidad cervical. Un pobre desgraciado que, cuando acabe el verano, tendrá que pedir hora al traumatólogo para superar todo un catálogo de posibles lesiones en el cuello, la espalda o los hombros. Eso por no hablar de las lesiones sentimentales y espirituales que le provocará constatar que una de las características que mejor define al pagafantas es el fracaso.

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