"Flandes fue el Vietnam español"
La historiografía militar
Una obra gráfica del historiador militar Juan Carlos Losada explica de forma sucinta y documentada las batallas del imperio alejadas del patriotismo
"Flandes fue el Vietnam español. Fue un dispendio absoluto. Unas provincias que llegaron de rebote y que se mantuvieron por el fanatismo de unos y de otros. Allí se sucedieron unas guerras absolutamente inútiles, imposibles de ganar y que resultaron una ruina política total. Los monarcas del siglo XVII eran víctimas de eso que se llamaba el prestigio de la corona y, por tanto, ningún país quería renunciar graciosamente a ningún territorio. Eso supone llevar a la muerte, al matadero, a miles y miles y miles de soldados y arruinar el país”.
Lo explica el doctor en historia contemporánea especializado en historia militar Juan Carlos Losada para La Vanguardia y lo detalla en La pica y el arcabuz. Las grandes batallas del imperio español. Una historia gráfica ( Pasado y Presente), obra que rescata de las zarpas del neofranquismo y el ultranacionalismo historiográfico episodios de la historia militar, les devuelve el rigor histórico y los presenta de forma resumida y atractiva –con ilustraciones de Eugènia Anglès–, “para que el lector que ahora rehúye del libro de historia pueda algún día leer ensayo histórico iniciándose antes con libros como este, solventes, documentados y atractivos”, explica Ferran Pontón, editor de Pasado y Presente.
Queremos que el lector que ahora rehúye del libro de historia lea algún día ensayo histórico iniciándose con libros como este, documentados y atractivos”
Esta editorial quiere plantar una pica en el público lector de entre 20 y 30 años con estos ensayos, iniciativa que arrancó con La Segunda Guerra Mundial , de Antony Beevor –también con imágenes de Eugènia Anglès–, que prosiguió con La Edad Media, de Eleanor Janega, y que en septiembre continuará con un volumen dedicado al franquismo, obra de Gonzalo Pontón, padre de Ferran.
“El lector de ensayo histórico y de ensayo en general ha bajado muchísimo –asegura Ferran Pontón–. Antes estaba copado por los universitarios, que a esas edades compraban y leían libros, y esto prácticamente ha desaparecido, porque cada vez leen menos y, directamente, no compran. Desde la universidad se estimula muy poco la lectura y se obliga a leer unas bibliografías que no se actualizan... Y nadie explica la necesidad absoluta de tener una biblioteca, sea física o virtual, pero una biblioteca, que significa lo que has estudiado y lo que te ha pasado en la vida. A mí pocas cosas me explican más que mirar los libros que tengo en casa”, remata Pontón.
Yo hago historia militar, porque me encanta, pero soy antibelicista. No soy antimilitarista, pero soy antibelicista y creo que toda buena historia militar ha de ser antibelicista”
Ante este reto, el objetivo de La pica y el arcabuz era claro: un libro riguroso y alejado del fervor patriótico. De historia militar, pero no de hazañas bélicas: “Yo hago historia militar, porque me encanta la historia militar, pero soy antibelicista –precisa Losada–. No soy antimilitarista, pero soy antibelicista y creo que toda buena historia militar ha de ser antibelicista, ha de hablar de las guerras, enseñar las guerras, pero con el objetivo de odiar las guerras, no el ejército, sino odiar las guerras”.
Losada las ha resumido y alejado del patrioterismo desbocado: “La historia militar de todos los países del mundo tiende a ser exaltada, manipulada y llevada al gran coro de las glorias epopéyicas de las naciones, y se falsifica totalmente. El nacionalismo es perverso y, por lo tanto, exalta la sangre vertida de una manera obscena. Yo he querido acercarme a la historia, de un modo no nacionalista ni patriotero, sino realista, comentando lo que han hecho nuestros antepasados, lo bueno y lo malo, las miserias y las heroicidades, y tratar sobre el aspecto humano. Hablar de los pobres cientos de miles de soldados cuya gran mayoría iban a la guerra para ganarse la vida y huir de la miseria, simplemente. Nunca quiero olvidar ese trasfondo, porque para mí es la base de la historia militar”.
Y ahí surgen los aspectos críticos, que los hay en todo el libro, como el afán por conservar no solo Flandes, sino ese imperio que tanto añoran dirigentes de Vox y del PP: “El imperio español era apoteósico, enorme, y España no podía ni económica ni demográficamente sostenerlo. España murió de gloria, murió absolutamente derrotada por un esfuerzo en política internacional totalmente desmesurado e imposible de mantener. Esta es la gran tragedia y la gran ruina para España. Una herencia maldita de Carlos I que todos los Austrias quisieron mantener a todo trance”.
Los temibles tercios
Juan Carlos Losada amplía un poco en la entrevista la innovación militar que supuso la creación de los tercios: "El tercio es un invento hispánico a raíz de las guerras de contra los musulmanes en Granada, en esa orografía complicada. Se ha creado el arma de fuego, aparecen los primeros arcabuces y entonces el Gran Capitán [Gonzalo Fernández de Córdoba] es uno de los primeros que lo organiza, aunque no con ese nombre. Se da cuenta de que hace falta una unidad que sea capaz de detener la caballería e idea unidades compuestas por un tercio de arcabuceros, un tercio de piqueros, que con formaciones cerradas podían detener la carga de la caballería, y un tercio de coseletes, que eran hombres con escudo y con espada de infantería. La caballería quedaba como fuerza auxiliar pero no era decisiva. Con el tiempo, a los pocos años, esos coseletes fueron desapareciendo y fueron reemplazados o por ballesteros o por más arcabuceros, aunque se mantuvo el nombre. El tercio, pues, pasó a ser fundamentalmente compuesto por ballesteros y arcabuceros, sobre todo arcabuceros y piqueros, armas casi al 50%, con los ballesteros, aunque quedó el nombre de tercio".
¿Cómo era ese tercio? "Era una fuerza de infantería muy bien planificada, muy bien entrenada, con los movimientos coordinados perfectos, que era como caparazones de tortuga, como formaciones de la legión romana capaces de defenderse con una lluvia de fuego de los arcabuces y con un auxilio de los piqueros, contaban con fuerzas de caballería y que con su versatilidad demostraron que en todos los campos de batalla podían ganar. De hecho, el resto de ejércitos europeos fueron más o menos imitando el esquema de un arma de fuego potente y con las picas hasta que España, entrado el siglo XVII y ya pierde su hegemonía. Pero durante más de un siglo, la unidad de los tercios españoles fue una revolución de la infantería que consagró el fin de la caballería en los campos de batalla. De hecho, la caballería medieval ya nunca más sirvió como tal hasta tiempos muy posteriores y de un modo muy diferente. O sea, el tercio supuso el fin de la caballería, el fin del mundo medieval y de la guerra medieval".
Con Losada aprendemos la importancia de los tercios, de cómo esa organización de infantería, que en su inicio estaba formada por un tercio de arcabuceros, otro de piqueros y otro de coseletes, acabó con el predominio de la caballería. Frente a responsables militares ineptos, que compran almirantazgos y generalatos, surgen genios militares como el duque de Alba, “que incluso calculó el número de prostitutas que tenían que viajar con los soldados, calculaba una por cada ocho, porque sabía que si quería ganar la guerra, no podía a permitir que los soldados se dedicaran a violar a las mujeres flamencas”.
El duque de Alba se llevó a una prostituta por cada ocho soldados porque sabía que si quería ganar la guerra, no podía permitir que los soldados violaran a las mujeres flamencas”
Vemos cómo Alberto de Austria paga el salario de las tropas para acudir a la balla de Nieuport (1600); a Ambrosío Spínola adelantar el enorme gasto de la empresa del sitio de Ostende (1602) y pagar los atrasos que se les deben a los soldados o al duque de Medina-Sidonia adelantar todos los gastos de la Armada Invencible. La Corona no puede. “Viéndolo en perspectiva, te preguntas cómo se pudieron ganar tantas batallas con las condiciones humanas de los soldados: el raquitismo, la pobreza, la falta de vestimenta, el hambre que pasaban...”, añade Losada.
Penurias que se advierten en el trazo que Eugènia Anglès ha dado a los rostros de los soldados, además de dibujar a los grandes protagonistas –todos hombres– de esta obra, hecha con grafito y con un acabado digital, “que me permitió detenerme en los detalles”. Tanto que a veces se entretenía en los pormenores “de las telas, de las filigranas, de las gorgueras, de las armaduras, de los botones... o en la reproducción de grabados y mapas”. El cuidado en las imágenes es tal que a Agnès le gusta explicar que todo el libro tiene “un fondo muy sutil, en todas las páginas, que son de época. Hemos buscado tejidos, tapices, muestras textiles, sobre todo, a veces un papel de guarda, pero que se corresponden con cada uno de los capítulos dedicados a los países o continentes, que le da una uniformidad. Quizás sea difícil que la gente lo vea, pero el trabajo está ahí”.
La editorial ha querido que todo tuviera un punto de contención, de sobriedad, que le da un tono de tranquilidad, alejado de la épica y la heroicidad”
Las imágenes son de “obras pictóricas que me proporcionaba la editorial, que ha querido que todo tuviera un punto de contención, de sobriedad, que le da un tono de tranquilidad, alejado de la épica, la heroicidad y el orgullo patriótico”. Tras un año de trabajo y de inspirarse en tanta obra pictórica, Anglès sintió “que era una privilegiada; como si hubieran cerrado la sala de un museo para que yo pudiera estar un rato más”.