Compresión lectora

Compresión lectora

La señora Cinta Mascarell es una lectora superlativa. Una superlectora. A los ochenta años, dos días por semana ejerce de voluntaria en la biblioteca Marcel·lí Domingo de Tortosa. Si tenemos en cuenta que lee más de 400 libros al año, una media de 38 cada mes, concluiremos que el resto del tiempo se lo pasa básicamente leyendo. Más allá de los récords, siempre llamativos, lo más interesante es que su experiencia lectora está en sintonía con el consejo planiano de dejar de leer novelas a partir de una cierta edad. Pla situaba el umbral de la madurez muy abajo, entre treintañeros, y acusaba de primitivos a los seres mayores que persistían en la lectura de ficciones. Cinta Mascarell lo explica de modo más suave. Dice que le parece bien que la gente lea novelas, pero que ella lo dejó hace años porque le parecían libros cerrados. No es que reivindique lo que Eco llamaba opera aperta , sino que le gusta entender cada libro leído como un capítulo de una obra mayor, una pieza del rompecabezas que ella denomina “tema”. Porque Cinta lee sobre “temas documentales”, con predilección por los históricos que tratan de épocas determinadas. Un libro le lleva a otro y así va tejiendo una telaraña de puntos de vista distintos sobre el mismo tema. Por decirlo con la terminología que impulsó la Escuela de Praga, de un solo tema explora muchos remas. Entre sus autores predilectos, el historiador Borja de Riquer. Es, la suya, una lectura que pone el énfasis en la información. Un ejemplo de lectura compresiva y comprensiva al por mayor.

La tortosina Cinta Mascarell, de ochenta años, lee más de 400 libros al año

Me parece admirable el componente informativo de la lectura, pero reconozco que sigo leyendo mucha más ficción y que pongo más énfasis en otros aspectos de la práctica literaria, como el estilo, el ritmo, la textura o los registros de la escritura. Tal vez sea porque aún me faltan dos décadas para llegar a la edad de Cinta, pero sobrepaso en tres el límite establecido por Josep Pla y me da igual que me pongan en el saco de los seres primarios. Me gustan las novelas, la capacidad de la ficción para explorar territorios ignotos, para desafiar las unidades de tiempo y espacio, para retratar realidades complejas con el uso de recursos retóricos y para explorar los confines de la imaginación humana. Sea como fuere, toda mi admiración por Cinta Mascarell, a quien recomiendo que lea sobre el presidente Theodore Roosevelt. Se dice que se zampaba un libro entero antes de desayunar y, si la agenda se lo permitía, un par más después de la cena. Eso sí, practicaba un método selectivo. En una carta sobre su relación con las obras de Dickens dice: “La manera más sensata de leerlo es simplemente saltarse la paja, la palabrería, la vulgaridad y la falsedad, para sacar provecho del resto”. Más que lectura en diagonal parece parabólica, cada parábola un salto. Así cualquiera.

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