Rentería, verano de 1976. Bea tiene 15 años. Su padre está en la cárcel y su madre trabaja como empleada de servicio en casa de una señora adinerada cuya nieta, Miren, tiene un problema. Bea y Miren su hacen amigas y se unen a un grupo de mujeres que lucha por conseguir la legalización del aborto en España. Sílvia Munt dirige Las buenas compañías, un filme basado en hechos reales y protagonizado por Elena Tarrats y Alicia Falcó, que hoy llega a las pantallas españolas. La realizadora explica en esta entrevista con La Vanguardia los entresijos del rodaje.
¿Cómo surgió la idea de escribir y dirigir esta película?
La idea surgió de Jorge Gil Munárriz, que coescribe el guion y que había estado rodando un corto sobre estas mujeres de Rentería, que existen y ahora tienen 60 años. Gil me propuso hacer una película donde se hablara de esa experiencia. Empezamos a escribir en febrero de 2020 cuando el mundo se paró.
¿Cómo construyó el personaje de Bea?
Bea se abrió a la vida cuando todo reventaba, en una época en que se volvieron a tomar las calles. Conté también con mi propia experiencia. Yo tenía 17 años entonces y vi muchas cosas. Además, las protagonistas reales nos explicaron sus vivencias. Las buenas compañías es la mirada de Bea en un verano que la cambió como persona, cuando conoció la realidad del aborto y de la lucha y se enamoró. Yo también viví mi propia realidad en casa con una madre que callaba y un padre idealizado que no estaba allí.
La película es un homenaje a las madres...
Sí y un homenaje a mi madre, que vivió una educación terrible, que pasó por el aborto y hasta el final de sus días tuvo sensación de culpa. Yo me enteré muy tarde, porque este tipo de situaciones se pasaban en soledad. Había que ser guerrera en silencio. La última premio Nobel de literatura, Annie Ernaux, lo cuenta muy bien en El acontecimiento.
Esa sociedad de los 70 que retrata en Las buenas compañías es terrible para las mujeres con impunidad para violadores y abusadores de niños, con maridos maltratadores...
Esa sociedad, apocada y temerosa, protegía al violador. Vale la pena saberlo porque el presente viene de un pasado que hay que contar. Ahora empezamos a recoger los frutos de una lucha que fue complicada, porque antes se luchaba y las cosas no cambiaban. Bea es el hilo conductor de esta historia de tres mujeres que sufren en silencio el adulterio, el aborto o el maltrato y la vergüenza de todo lo que les pasaba la llevan en silencio.
¿Cómo fue esa lucha?
Comenzó con 11 mujeres de Basauri que fueron condenadas a 14 años de prisión. En ese momento, te podían meter en la cárcel por abortar. La lucha duró tres años, hubo mucha reivindicación en la calle. También ocurría en Barcelona y en Madrid, pero el momento álgido fueron estas mujeres que se ayudaban entre ellas, tomaron las calles y salieron del oscurantismo. Las madres vivían a caballo entre su educación y las adolescentes, que no querían saber nada de eso.
Pero ahora las cosas han mejorado...
Sí, aquí donde la sanidad pública responde, pero es una realidad que sigue pasando en otros lugares, como en Estados Unidos. No hay nada garantizado. Todo puede volver a los cauces del secretismo y la religión. Aunque algo se ha mejorado, porque estamos empezando a ver que el mundo lo forma esa mitad de mujeres, que se vislumbra un equilibrio de sueldos y más justicia y que, por primera vez, se persigue a acosadores y violadores. Al menos, ahora, la sociedad ha salido de la ley del silencio. Eso ha sido en la última década, pero aún queda mucho por hacer.