En el mundo del arte, agosto es sinónimo de Edimburgo. Después de un 2020 sin Festival y de un 2021 con un evento muy limitado -casi podría decirse que a puerta cerrada- por la pandemia, ahora ha regresado a un planeta diferente, con gente ávida de viajar y divertirse pero un coste de la vida cada vez más prohibitivo, y unas pautas de comportamiento y de consumo distintas. También de consumo de cultura.
En Edimburgo los hoteles están casi llenos y hay menos pisos de alquiler (para turistas y artistas) debido a unas nuevas normas impuestas por el gobierno del Partido Nacional Escocés, de manera que los precios han subido. No así, por lo general , los de las entradas, que no se han vendido al ritmo habitual antes de la pandemia, cuando a estas alturas los espectáculos más codiciados ya estarían sold out. La enfermedad provoca aún prevención, muchos se lo piensan, y es normal esperar hasta el último momento antes de comprar, no sea que haya complicaciones.
El gran protagonista es Ian McKellen, que a sus 83 años se mete por primera vez en el mundo del ballet con un Hamlet
Los humoristas que son los reyes del fringe parecen sin embargo haberse confabulado para que el Edimburgo 2022 sea memorable, y la cartelera es sensacional aunque muy pocos –por no decir ninguno– de estos shows ganan dinero. Una vez computados todos los gastos (alojamiento, comida, transporte...), los artistas casi siempre acaban en números rojos. Lo que esperan es ganar fama y aumentar su reputación.
Omid Djalili se dio a conocer en la capital escocesa en 1993, y ha regresado este año –que asegura que será el último– como una especie de agradecimiento sentimental, para cerrar de alguna manera el círculo. “Uno no hace estas cosas por dinero sino por amor al arte”. Lo mismo piensan otros nombres importantes del mundo del humor británico que han venido a hacer reír (Boris Johnson es un blanco fácil, pero la toman con quien haga falta), como Rachel Parris, Marcus Brigstocke y Sikisa Bostwick-Barnes. “El nivel de los espectáculos va a ser altísimo –señala Djalili– porque todo el mundo ha tenido casi tres años para montar sus números, ensayarlos y pulirlos en actuaciones por Zoom o redes sociales como TikTok.
El gran protagonista de este 75 aniversario es el incombustible Ian McKellen, quien a los 83 años protagoniza un Hamlet en versión ballet (un arte que hasta ahora no había explorado), en una versión dirigida por el ex bailarín y coreógrafo danés Peter Schaufuss.
Para McKellen el texto de Hamlet no tiene ningún misterio, de tantas veces que ha interpretado al personaje shakespeariano, un papel que llevó al escenario por primera vez en 1971. “Yo no tengo que bailar, no estoy para esos trotes –dice–, pero lo que me ha animado es la aventura de ver desde dentro cómo se monta un espectáculo de danza, y cómo lo hace alguien a quien admiro [Schaufuss]. Muchas veces lo importante no es el dinero, ni la calidad del material, sino las personas con las que uno trabaja”. La obra se representa en el Assembly Hall, el mismo teatro donde en el 2019 hizo Ricardo II.
Los humoristas que son los reyes del fringe harán de esta edición algo memorable, y sin ganar dinero
El director Iva van Hove trae a Edimburgo 22 la esperada adaptación de la novela Little Love de Hanya Yanagihara, con el enorme desafío de trasladar a la escena la enormidad del drama y el dolor que encierran sus páginas, siguiendo la vida de cuatro hombres a través de más de treinta años de amistad; la performer de Zimbabue Mandla Rae realiza una exploración colorista y muy personal de los recuerdos de su infancia como inmigrante en As British as a Watermelon (Tan británica como una sandía); y el escocés instalado en Hollywood Alan Cummings regresa en el personaje del héroe nacional Robert Burns; Boris III es una parodia del primer ministro británico como si fuera Richard III.
El Teatro Nacional de Escocia presenta una adaptación de la tragedia clásica griega Medea por Liz Lochhead; el tesoro nacional irlandés Gabriel Byrne es el protagonista de Walking with Ghosts (Paseando con fantasmas), a la vez desternillante de risa y que rompe el corazón de tristeza; y You Know We Belong Together (Sabes que estamos en el mismo barco) es una exploración de lo que significa vivir con el síndrome de Down a través de música, video y danza, en la que víctimas de la enfermedad relatan sus dramáticas experiencias
El catalán Jordi Savall trae a Edimburgo a su conjunto Hespèrion XXI, junto a músicos reclutados en Europa, el Oriente Medio, India, China y el norte de África, para un concierto inspirado en Ibn Battuta, un estudioso islámico del siglo XIV, considerado como quizás el más grande viajero de todos los tiempos; Sir Donald Runnicles, director musical de la Deutsche Oper Berlín, dirige una versión en concierto de Fidelio de Beethoven, la gran atracción operística junto con nuevas visiones de Salomé y Rusalka; en danza, el ballet clásico Coppelia reimaginado para la era digital, una reinterpretación del Libro de la selva de Kipling, y The Pulse, un espectáculo con sesenta acróbatas acompañados por la actuación en vivo de un coro.
En el Festival de Arte, Tracey Emin, recuperada de un cáncer, explora la fragilidad y multiplicidad de un cuerpo enfermo en un monumental bronce que evoca a Rodin, titulado Lay Here for You. Más optimista es una exposición de la Galería Nacional de Escocia (A Taste of Impressionism: Modern Art from Millet to Matisse) que ha reunido las obras francesas del XIX y XX adquiridas por los empresarios industriales de Glasgow y Edimburgo, magnates de los ferrocarriles, los textiles y el chocolate, con cuadros de Van Gogh, Gauguin, Degas y demás maestros. Es una de las muestras más ambiciosas de su historia, y una prueba de que Edimburgo vuelve a estar abierta al mundo.