El éxito de la gira de Rosalía es un hecho, al igual que los millones de seguidores que tiene. Sin embargo, junto a los aplausos ha habido también polémica y críticas de los que la descalifican por la ausencia de músicos en directo o por la incomprensión de algunas de sus letras. Ambas cosas tienen algo de perturbador porque nos anticipan un futuro que –a unos más que otros– puede resultarnos inquietante. Que actúe sin músicos y con enormes pantallas donde proyectar imágenes confirma que vivimos en un mundo híbrido, donde la presencia física y la virtual se anudan como en una banda de Möbius, esa figura topológica en forma de 8 horizontal en la que te deslizas por el exterior (físico) y sin darte cuenta ya estás –sin interrupción– en el interior (virtual).
Los músicos no están físicamente, pero sí virtualmente con su música y junto a ella, la voz y los cuerpos de Rosalía y los bailarines. No se trata de un karaoke ni de un playback, herramientas del siglo XX, sino de una interface figital (físico+digital) en continuidad con los espectadores, que no paran de fotografiar el concierto con su móvil, chatear y colgar imágenes en las redes sociales sin diferenciar entre esas dos realidades en las que viven. Es una nueva forma de la presencia.
Lo incomprensible de algunas de sus letras (especialmente las de su último cd) puede perturbar a aquellos que conciben el lenguaje como un útil para la comunicación, donde el significado de lo dicho debe estar claro y evidente para el receptor. Eso no ocurre en algunos temas como Abcdefg, Motomami, CUUUUuuuuuute o Saoko (por citar algunas) donde la metonimia y la homofonía se imponen sobre la metáfora o el significado. Lo que cuenta aquí son los juegos de palabras y de voces y no hay que buscarle un trasfondo ideológico o una reflexión trascendental. Al igual que los niños, que disfrutan jugando con el lenguaje despreocupados del sentido, Rosalía hace un mix con su cuerpo (y el de los bailarines), la voz, la música y las imágenes, que resuena en el cuerpo de cada espectador.
Ese sinsentido es lo que inquieta a algunos porque nos recuerda que en el mundo globalizado en el que vivimos –el recurso a palabras de otros idiomas o dialectos es constante en sus letras– el sentido ya no está asegurado por Dios o la ciencia (la covid nos lo confirmó). Toda novedad cuestiona lo anterior y nos angustiamos ante ella porque tememos quedar obsoletos. Frente a ello, cabe el recurso al pasado y al odio por lo que no volverá o –más interesante– la creación poética, el arte como vínculo que nos ayude a salir de nuestra burbuja para compartir el mundo con otros.