¿Por qué llora Antonio Muñoz Molina?
Los efectos del coronavirus en las librerías
El autor de 'Beltenebros' , Jaime Rodríguez Z o Marta Sanz publican diarios de pandemia
La pandemia ha llegado a las librerías. Encerrados en sus casas, desde el balcón o algunos incluso ingresados en la UCI, los escritores se pusieron a escribir con más tiempo disponible que nunca. Dos de los títulos más destacados, Volver a dónde (Seix Barral) de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956), y Solo quedamos nosotros (Galaxia Gutenberg) de Jaime Rodríguez Z (Lima, 1973), coinciden en tratar el tema de los nuevos modelos de masculinidad. En sus páginas, vemos a Muñoz Molina llorar o a Rodríguez Z en pleno ataque de ansiedad.
Volver a dónde alterna dos planos, el diario de pandemia y las reflexiones sobre el pasado y es un híbrido entre el novelista y el articulista. “No dejé de escribir ni un solo día durante el confinamiento –explica el autor, en una terraza de Barcelona–. Adquirí el hábito de asomarme al balcón, empecé a oler los tomates, observar las flores y esas cosas, el balcón me daba un anclaje espacial muy útil”. Junto a eso, las relecturas de Galdós o conversaciones con su madre o con su tío que dan pie a los flashbacks familiares: “Antes se celebraban los santos en vez de los cumpleaños, eso es un sentido del tiempo circular, no lineal, como el cumpleaños”.
Muñoz Molina se da cuenta, asimismo, de que la normalidad que recuperamos tras el confinamiento “es monstruosa. Cuando se empezó a poder salir a hacer deporte, con todo cerrado, te dabas cuenta de que Madrid podía ser una ciudad de caminantes y bicicletas, era una epifanía ver una ciudad no sometida al tráfico. ¿Por qué es normal que una ciudad esté completamente organizada no en función de las personas sino de los coches? La pandemia era, asimismo, gente de clase media escondida y gente de clase baja llevándoles las cosas. Era terrible: a las dos de la mañana un pobre chaval de Glovo llevándole un paquete de tabaco a un tonto en su casa. La sociedad se basa en el despilfarro de recursos y la explotación de unos seres humanos por otros”.
Hay escenas duras, como el momento exacto de la muerte de su padre, narrada en directo, o el sufrimiento de su madre en casa de unos parientes ricos donde vivía como una Cenicienta de no-ficción. “Eso pasaba mucho en la época, se iba a hacer de servicio doméstico con unos tíos adinerados y, si tenías mala suerte, te maltrataban. Mi madre tiene 91 años y esa herida está ahí todavía”.
El autor abre sus sentimientos pero sin exhibicionismo, como cuando alude a “los antidepresivos que no quiero volver a tomar” o la escena en que llora, abrumado por la falta de perspectivas. “Se puede ser confesional y pudoroso”, apunta.
Muñoz Molina: “La normalidad que recuperamos tras el confinamiento es monstruosa”
Otra escena destacada es cuando le dicen, repetidamente, de niño: “Qué poca sangre tienes”. “Esa frase me amargó la vida, mucho. También volvió cuando fui al ejército, y vi cómo se construía esa masculinidad tóxica, aquello era una factoría de machotes. Muchos hombres heterosexuales hemos sido víctimas de ese machismo patriarcal, las personas un poco débiles atraen la crueldad, como los ciclistas en las calles de Madrid, que provocan la agresividad de los que tienen mucha más fuerza, a mí eso me ha marcado mucho, me ha insuflado un desprecio hacia cualquier forma de violencia o arrogancia”.
En Solo quedamos nosotros, acompañamos al narrador, Jaime Rodríguez Z, en su ingreso en la UCI por Covid, en Madrid. “Estaba muy mal, y lo que quería era ayudar a los otros ingresados, haciéndome el machote –explica, en un restaurante barcelonés–. Unos me dicen que es por ser buena persona, puede haber algo de eso, pero en mi caso pasa también por el mandato patriarcal, una cuestión de masculinidad, tras haber consumido tanto ideario masculino superheroico, a través de cómics y películas, yo no podía ser el que necesita ayuda sino ayudar a los vulnerables. A partir de darme cuenta de lo absurdo de eso empiezo una gran exploración de mí mismo que es el libro”.
Junto a momentos de gran lucidez analítica, ataques de pánico inesperados y otros detalles de su intimidad, narrados de un modo que hace al lector sentirse como si fuera su amigo cercano. “Rompo un dique que me costó muchísimo. Mi poesía era críptica y yo me sentía cómodo allí, pero la pandemia me hizo salir de mi zona de confort. Ha habido un estigma de la enfermedad mental, hoy la mitad de los adolescentes están diagnosticados con ansiedad, depresión, bipolaridad... en mi época sufrías y lo pasabas sin más, ahora ponemos nombre a esas cosas”.
La paranoia, un elemento muy literario (como saben, entre otros, los seguidores de Don DeLillo), está presente: “El pensamiento paranoide, para mí, se da naturalmente, convivo con eso. Hablo de mi riñonera, mírela, llena de pastillas y cosas para dominar mis crisis, objetos que me dan seguridad, como esta multiherramienta (tengo cuatro distintas, con pinzas, tijeras, navajas, destornilladores), la linterna , el botiquín, las pastillas...”.
Junto a estampas o epifanías como su encuentro con Geraldine Chaplin en el Museo del Prado, vemos los dos lados de su familia. La que está en Perú, con varios de sus hermanos que se llaman insólitamente Jaime, en una decisión que dice mucho de la imprevisibilidad de su padre. Por otro lado, la familia poliamorosa -pareja de tres con hijos– que ha formado en Madrid, con Gabriela y Rosi. “Mi relación diaria con tres feministas radicales –cuento a mi hija– me lleva a una autoparodia del hombre deconstruido, ese hombre aliado que tiene algo de risible”.
Rodríguez Z: “Vivo con el pensamiento paranoide, y llevo una riñonera con objetos que me dan seguridad”
También evoca recuerdos de sus tiempos como fotógrafo de sucesos. “Yo iba con un redactor a los asesinatos y accidentes, siempre se acercaba a las madres de las víctimas, que a veces estaban serenas pero él les hablaba hasta conseguir hacerlas llorar y me decía: ‘¡Ahora!’, para que disparara la foto”.
Sin salir de la capital de España, Parte de mí (Anagrama) de Marta Sanz (Madrid, 1967) narra, con textos e imágenes, nueve meses de pandemia, entre el 17 de abril y el 31 de diciembre de 2020, a partir de sus posts en Instagram. Otras obras reseñables son el precoz Lo viral (Galaxia Gutenberg), diario ficcionalizado de Jorge Carrión y El senyor Palomar a Barcelona donde el mítico personaje de Italo Calvino llega a la Barcelona actual y, entre las experiencias que debe afrontar, se encuentra la de la pandemia y los aplausos en los balcones.