La temporada operística empieza con gran entusiasmo en los principales teatros del territorio español. Con quince minutos de diferencia, los equipos del Teatro Real y del Gran Teatre del Liceu comenzaban este lunes sus respectivas presentaciones de dos títulos del repertorio, uno de Rossini y otro de Richard Strauss, que no pueden estar más alejados en estilo y época, pero que sin embargo guardan elementos en común, como el hecho de explorar la idea del teatro dentro del teatro, o el de suponer un reto vocal para sus sopranos.
Mientras el coliseo madrileño presentaba una Cenerentola de campanillas, es decir, un montaje contemporáneo de la ya bicentenaria ópera bufa que compuso Giacomo Rossini basándose en el cuento de La cenicienta de Charles Perrault, en el teatro de la Rambla se arremangaban la camisa para otro tipo de Everest: Ariadne auf Naxos, el título que en 1912 estrenó Richard Strauss y cuyo libreto de Hugo Von Hofmannsthal está basado en El burgués gentilhombre de Molière y el mito griego de Ariadna y Baco.
Ambos títulos se estrenan la próxima semana con un día de diferencia: el día 22 dispara el Liceu, al 70% de aforo, con ocho funciones de este título que abre su temporada "Paraíso". Y el 23 lo hace el Real, con retransmisión en directo por La 2 de TVE y con todo a punto para vender el 100% del aforo en cuanto esté permitido.
La Cenerentola siempre ha sido vehículo de lucimiento de grandes cantantes. De hecho, como recordaba Joan Matabosch, el director artístico del Real, Pauline Viardot y María Malibran, ambas hijas de Manuel García, fueron notables Cenerentolas. Y ya en el siglo XX fue Teresa Berganza una voz referencial en este papel, como lo demuestra su sonado éxito en el Liceu, en 1971. Ahora el teatro madrileño le dedica a la histórica mezzosoprano las 15 representaciones que tiene programadas hasta el 9 de octubre, y le invita a ver alguna de ellas.
Las arias belcantistas de gran ardor y virtuosismo las defenderán en el doble reparto del Real -dirigido musicalmente por el maestro Riccardo Frizza- la mezzosoprano rusa Aigul Akhmetshina (quien dice sentirse como una Cenicienta, pues fue en un concurso en su pueblo que cantando este papel le cambió la vida) y la francesa Karine Deshayes, que ya lleva diez producciones siendo Angelina.
Angelina es la protagonista es esta Cenicienta a la que el libreto de Jacopo Ferretti desproveyó de los elementos mágicos del cuento de Perrault, con un filósofo en lugar de una hada madrina, un padrastro en lugar de una madrastra y un brazalete en lugar de un zapato de cristal. Y que aquí llega en un montaje de la ópera de Oslo, dirigido escénicamente por el noruego Stefan Herheim, quien ha rizado el rizo del juego del "teatro dentro del teatro" al convertir a la protagonista en una limpiadora del Real, poniendo así el acento en el potencial de crecimiento que hay en todo ser humano.
Una Cenicienta muy contemporánea
El director de escena noruego Stefan Herheim impulsa el juego del "teatro dentro del teatro" al convertir a la protagonista en una limpiadora del Real
Para Frizza, lo realmente genuino de esta ópera radica en el hecho de que Rossini utilizaba la misma estética para el repertorio serio o bufo. "Es una música pura, sus lineas melódicas sirven para todo pues la música casi nunca tiene vinculo con el sentido dramatúrgico de la ópera, y eso es lo que la hace ‘música alta’. Se nota una frescura y una sensibilidad de melodías. Y usa un sistema que viene del pasado: cada personaje tiene sus variaciones. Pasa hora y media hasta que todos ellos no se han presentado dejando en claro la trama".
Por su parte el Liceu se entrega a la ópera del siglo XX desvelando la increíble belleza de este título de Richard Strauss que requiere, aquí sí, una batuta como la de Josep Pons y dos voces verdaderamente wagnerianas. Y tal y como anunció el teatro hace un mes, para este papel ha causado baja la sueca Iréne Theorin, aunque la sustituye una voz consagrada que aquí está por descubrir: la de finlandesa Miina-Liisa Väreläy que comparte este papel de rango vocal muy amplio con la sudafricana Johanni Van Oostrum. En el exigente papel de Zerbinetta se encuentran Elena Sancho Pereg y la gran promesa liceísta Sara Blanch.
"No es un título mainstream pero tiene una belleza muy especial", ha señalado el director artístico del Gran Teatre. Para Víctor Garcia de Gomar, esta es "una ópera irresistible pero también impertinente, que pone ciertos binomios en tensión: la verdad y la artificialidad, la realidad y la ficción, lo trágico y lo cómico... Y en esta obsesión por el detalle, contamos con una versión especial, pues con Josep Pons a la batuta y Eloise Lally reponiendo el montaje de Katie Mitchell estaemos ante una producción contemporánea pero también de gran precisión.
Este es un título que habla también de la fascinación de Richard Strauss por el siglo XVIII, como ya se había visto en El caballero de la rosa o en Arabella. Y es la oportunidad de poner el teatro dentro del teatro, con esos ecos del empresario teatral de Mozart, o como en Adirana Lecouvreur o I Pagliacci.
Reflexionando, bajo una capa de comicidad, sobre las contradicciones del amor y de la vida. Y al mismo tiempo ya en el prólogo aparecen las discusiones sobre dónde se encuentran los límites del arte, o de si son igualmente válidas una ópera clásica o una opereta, discusiones que eran actuales en la Viena de principios de siglo XX y lo son todavía ahora.
Dirigida por Josep Pons
Para ser anticovid, este Strauss requiere una orquesta de cámara que cuando conviene puede sonar muy poblada
Además, para ser totalmente anticovid, este título que Christina Scheppelmann aprobó antes de dejar la dirección artística del Liceu -en coproducción con el Festival d'Aix-en-Provence, el Théâtre des Champs- Élysées, Théâtres de la Ville de Luxemburgo, la Finnish National Opera y la Royal Danish Oper- propone una orquesta reducida que, como era usual en Strauss, suena camerística cuando conviene y sinfónica en los momentos álgidos.
"Es una ópera que tiene todos los elementos straussianos: la profusión de voces al mismo tiempo, la cantidad de contrapuntos", apunta Pons. Y la puesta en escena de Katie Mitchell sitúa la obra a la actualidad, con reflexiones sobre la fidelidad, la diferencia entre la ópera y el pop, y los conflictos derivados de una sociedad global y líquida.
Montaje de 'Ariadne auf Naxos'
El montaje sitúa al público en la casa de un ricachón de Viena, "con unos detalles de diseño increíbles que nos hacen aterrizar en el mundo actual"
El montaje sitúa al público en la casa de un ricachón de Viena, "con unos detalles de diseño increíbles que nos hacen aterrizar en el mundo actual", comenta Lilly, y que que contrasta con el mundo loco y lleno de colores de la artista pop en que se ha convertido el personaje de Serbinetta, rodeada de bailarines. Aquí, además, Ariadne está embarazada, y abandonada por Teseo. Lo que le sirve a Mitchell para desempolvar la quietud y la eterna espera que se esperaba de ese personaje femenino.
"Mitchell quería abordar la política de género, con unos personajes que por un lado son producto de la fantasía masculina, es decir una Serbinetta muy sexualizada, y por otro Ariadne es la mujer que sólo espera a ver qué dios llega en el próximo barco. Y esto no es lo que las mujeres quieren en el mundo actual", apunta Lilly. Y en su idea de reflejar la realidad contemporánea, Mitchell convierte el personaje de las compositoras en personas de "género fluido" o "no binarias", como espejo de unas políticas que en Gran Bretaña llevan una década aplicándose.
"Hemos creado un paraíso esta temporada -concluye De Gomar- en el que situamos en paralelo títulos muy significativos del siglo XX. Una temporada que se alinea con el manifiesto que desde la mesa artística que formamos junto al maestro Pons y Àlex Ollé hemos creado".