La pandemia y los problemas económicos de la Fundació Populus Alba, al frente del monasterio de Poblet (Conca de Barberà), frustraron este verano por segundo año consecutivo el festival de música antigua que aseguraba la presencia de Jordi Savall cada verano en Catalunya (2013-19). En Poblet también ha cerrado la hospedería. Pero el violagambista y maestro catalán, en lugar de tirar la toalla, decidió impulsar personalmente el I Festival Jordi Savall en otro monasterio cisterciense, no muy lejos, en Santes Creus (Alt Camp).
Un regalo y un lujo. Su apuesta, con un presupuesto para el festival que él mismo ha costeado en su mayor parte, ha recibido el calor del público, que ha agotado las entradas de los cinco días del certamen que termina esta noche con otra actuación de Savall, interpretando Les Goûts réunis (1610 – 1810).
Como un buen presagio, la primera edición eligió como leitmotiv dos palabras: resiliencia y gozo (joia). Savall ha sabido adaptar su festival a la pandemia y su crisis, cambiando de espacio, y además ha empezado a hacerlo crecer, una de sus motivaciones. Quiere que forme parte de su legado.
Se ha encontrado esta semana con una dificultad añadida, la ola de calor, lo que ha obligado a cambiar sobre la marcha el espacio elegido para los conciertos, el dormitorio del monasterio de Santes Creus (1160), con una acústica “preciosa” para la música antigua, por su iglesia, más amplia y fresca ante los sofocos.
Programación con mimo
El cambio ha permitido ganar unas pocas localidades, de las 250 del dormitorio a las 270 de la iglesia. En cualquier caso, y pese al calor y la pandemia, lo que obliga a llevar siempre la mascarilla, un regalo para los sentidos escuchar en el monasterio de Santes Creus a los distintos intérpretes.
Una programación pensada con mimo por el maestro catalán, que acaba de cumplir 80 años (1 de agosto), y que ha actuado en cuatro de los cinco días del festival. Su regalo de aniversario para los seguidores. No ha faltado El llibre vermell, dirigido por él mismo.
La noche del viernes, su único día de ausencia, el violagambista presentó personalmente el concierto, los intérpretes (Septet de les Nations) y su contexto, con un Ludwig van Beethoven septuagenario. Otro lujo.
Sentado en los bancos de la nave principal de la iglesia o en las sillas dispuestas para el concierto, al espectador le venían ganas a ratos de trasladarse al claustro, otra obra de arte, para deleitarse con una música que se eleva y trasciende, colándose por todos los rincones. El maestro ya conocía el monasterio –“el más bello de Catalunya”, con los “vitrales más bonitos de Europa”– y su sonoridad, donde ha tocado y grabado. En Santes Creus ya se hizo un primer festival de música hace 40 años.
"Un centro de transmisión musical"
Jordi Savall quiere que su festival crezca y también se eleve después de su exitoso estreno. Su idea, que se convierta en un motor, en un centro cultural que irradie toda la zona. “Un centro de transmisión musical” que se haga grande a través de la Ruta del Císter. Más intérpretes y nuevas localizaciones. Savall piensa también en un espacio de reflexión, donde se celebren también conferencias o recitales de poesía.
Es un lujo para el sur de Catalunya, ignorado tantas veces cuando se programan festivales y conciertos, que Savall siga creyendo. Su estreno ha dejado poso, con proyectos como el Orpheus XXI, contribuyendo a la integración de músicos refugiados de Siria o el Kurdistán.
Cuando pensó en dedicar este primer certamen a la resiliencia y el gozo (joia) quiso homenajear a las víctimas de la pandemia y a todas las personas que han padecido en el último año y medio. A las vicisitudes, el maestro catalán responde con un “grito de gozo” porque no entiende el futuro sin música, la mejor manera, cuenta, de fomentar la paz y dar confianza ante los nuevos desafíos.