¿Dónde se usaron los libros como trinchera durante la Guerra Civil española?

El reto del verano

Las Brigadas Internacionales frenaron las balas franquistas con los volúmenes de la biblioteca de la facultad de Filosofía de la Universidad de Madrid

Voluntarios polacos jurando lealtad a la República.

Miembros de las Brigadas Internacionales

Los libros son fuente de conocimiento. Muchas veces entretienen. Algunos los coleccionan como si fueran joyas. Otros los usan como mero elemento decorativo. Su utilidad es muy variada. Tanto que durante la Guerra Civil española llegaron a servir como trinchera. Y pararon las balas. ¡Vaya si las pararon!

Noviembre de 1936. Las tropas franquistas habían llegado a la Casa de Campo de Madrid, un gran jardín a las afueras de la capital. Desde ese parque fueron avanzando hacia la Ciudad Universitaria. “Tomaron la escuela de Arquitectura, la facultad de Agrónomos y otros dos edificios clave: el Palacete, que era un caserón de dos pisos con una granja modelo adjunta, y un elegante centro cultural francés con dos torreones, la Casa Velázquez”, según relata Giles Tremlett en su último libro, Las Brigadas Internacionales (Debate).

Los brigadistas descubrieron en la facultad de Filosofía que las balas “rara vez pasaban de la página 350”

A las Brigadas Internacionales se les encargó contener el avance del ejército franquista. “Los brigadistas, que había estado muy ocupados abasteciéndose de cigarrillos y coñac durante lo que debía ser un breve descanso en la localidad vecina de Aravaca, recuperaron en una rápida maniobra la facultad de Filosofía, escasamente defendida, e iniciaron una larga lucha, piso por piso, por los edificios de Medicina vecinos”.

La biblioteca del cuarto piso de la facultad de Filosofía era nueva, y los libros que contenía nunca se habían abierto, porque no se habían impartido clases. Los brigadistas buscaron sacos de arena para proteger sus posiciones, pero como no los encontraron pensaron un plan alternativo: “Descubrieron una nueva utilidad para los gruesos y eruditos volúmenes de los estantes de la biblioteca”.

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“Ya hacía tiempo que habían destrozado los ventanales del edificio, y las estancias que daban al sur estaban expuestas a los francotiradores, de modo que sacaron los volúmenes más gruesos de la biblioteca y los apilaron a lo largo del alféizar de las ventanas”, relata Tremlett.

Los brigadistas descubrieron así que los libros “eran mejores que los sacos de arena”. Uno de ellos recordaba el episodio de la siguiente manera: “Pusimos los libros uno contra otro en doble fila. Colocamos la ametralladora Maxim sobre la mesa frente a la primera ventana con libros a ambos lados para proteger a los hombres que cargaban la munición. La cantidad, antes que la calidad. Los volúmenes más pequeños resultaban demasiado ligeros. Los mejores autores eran los más prolíficos porque llenaban gruesos y pesados volúmenes que las balas no perforaban”.

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Miembros de las Brigadas Internacionales en la zona de Guadalajara en 1937.

Terceros

La metafísica india y la filosofía alemana del XIX resultaron muy útiles como trinchera: “Nos protegían bien, esos ancianos sabios, con sus largas barbas, escribiendo sin parar”, añadía el brigadista, quien también descubrió que las balas “rara vez pasaban de la página 350” y empezó a creer en la veracidad “de las viejas historias de soldados que habían salvado la vida gracias a la Biblia que llevaban en el bolsillo de su camisa”.

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