De niña, Leonora Carrington desarrolló la extraña habilidad de escribir con la mano izquierda hacia atrás y con la derecha hacia delante. Las monjas debieron pensar que aquella excentricidad era cosa del mismísimo diablo y fue expulsada en cascada de todos los colegios religiosos donde estuvo interna. La futura pintora y escritora aborrecía la autoridad. Pero aquel no era un simple gesto de resistencia. Para desesperación de quienes se empeñaban en domesticarla contándole una única historia mentalmente asfixiante, ella se explicaba dos al mismo tiempo. Nunca dejó de hacerlo. En su universo, los fantasmas se convierten en cuervos, los cerdos despliegan alas y las hienas apestosas asisten a bailes de debutantes con el rostro de una niñera asesinada. Y cuando ya era madre, se encerraba con sus dos hijos en una habitación empapelada de dibujos y les ayudaba a crecer y a que aceptasen su propia individualidad, a que descubrieran las identidades ocultas de su personalidad, contándoles cuentos sobre niños cuyo cráneo tenía forma de casa, cadavéricas damas enlutadas que lloraban lágrimas de colores y carniceros amantes de las flores que cultivaban rosas de carne para que no se las comieran los conejos.
Leonora Carrington agrupó aquellos relatos y dibujos infantiles en un cuaderno y se lo regaló a su amigo Alejandro Jodorowsky, quien dos años después de la muerte de la artista, en el 2013, se los devolvió a su hijo Gabriel Weisz y poco después se publicaron bajo el título La leche del sueño , en referencia a aquel manjar con el que su madre los alimentaba no para arrullarlos, sino para que volaran. Más de medio siglo después, Cecilia Alemani, la directora artística de la 59ª Bienal de Arte de Venecia, lo ha tomado como lema e inspiración de una edición, la del 2022, que hablará de un mundo donde la vida se replantea constantemente y en el que, como en el de Carrington, la imaginación es lo que puede permitirnos cambiar, transformarnos, convertirnos en algo o en alguien más.
Frente a quienes querían domesticarla contándole una misma historia, ella se explicaba dos al mismo tiempo
Pero la búsqueda de la libertad personal y de una vida rebosante de posibilidades requiere no sólo inventiva, también se necesita mucho coraje. Ella lo tuvo y asumió los riesgos. Nacida en 1917, huyó a los veinte años de su familia burguesa de la mano de Max Ernst, bebió con los surrealistas en París, sirvió a sus huéspedes tortillas rellenas de su propio cabello y tratando de salvar a su amante, que había sido arrestado con la llegada de los nazis, fue violada por un grupo de requetés y posteriormente encerrada en un psiquiátrico en Santander, donde atada de pies y manos, la medicaron con cardiazol, un equivalente al electrochoque. Tras volver a burlar a sus padres, que querían reinternarla en Sudáfrica, marchó a México vía Nueva York, donde se quedó hasta su muerte en el 2011.
Vuelvo de nuevo a sus pinturas y no puedo evitar verla a ella. El arte siempre es liberador cuando nos quita el peso de la moralidad y la convención.