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¿Cómo logró Julio César solucionar sus problemas de calvicie?

El reto

Y mañana: ¿Qué dos míticos dramaturgos se despidieron del mundo con champán?

Busto de Julio César en el Museo del Prado

Museo del Prado

No había guerra que se le resistiera. Julio César sometió la Galia, derrotó a Pompeyo en la Guerra Civil e incluso tuvo tiempo de conquistar el corazón de Cleopatra a la vez que tomaba las riendas del milenario Egipto. Vini, vidi, Vinci soltó al Senado romano al explicar su rápida y rotunda victoria en la batalla de Zela sobre el rey oriental Farnaces II.

'Vercingétorix arroja sus armas a los pies de Julio César', por Lionel Noel Royer (1899).

Dominio público

Así era él, resolutivo, incuestionable y poderoso, y no solo en el campo de batalla. También como político, orador e incluso escritor, como demostró en sus obras De bello Gallico y De bello civili. Pero a medida que ganaba batallas, iba perdiendo un bien muy preciado para él: el cabello. Un problema que le llevó de cabeza.

Ovidio apunta la importancia que el mundo romano daba a esta cuestión en Arte de Amar: “Feo es el campo sin hierba y el arbusto sin hojas y la cabeza sin pelo”. Pero no era solo una cuestión de estética. El cabello poseía un gran significado simbólico, un aspecto también presente en la mayoría de civilizaciones de la antigüedad. Solo hace falta recordar la historia de Sansón.

“En Roma se consideraba la cabellera directamente asociada a la masculinidad, la fertilidad y la valentía, virtudes que estaban representadas por el león, con su abundante cabellera”, explica Xavier Sierra en su estudio La alopecia en la antigua Roma. Es decir, la caída del cabello llevaba asociada una disminución de la virilidad y el poder, algo que Julio César no podía permitirse. Y, también, una pérdida de la actividad sexual, otro aspecto sagrado para el todopoderoso cónsul y dictator perpetuus de Roma.

La batalla contra la calvicie

Su carácter beligerante le llevó a luchar contra la genética. El historiador y biógrafo romano Suetonio cuenta en su obra principal, Vidas de los doce césares, que “no se resignaba a ser calvo, ya que más de una vez había comprobado que esta desgracia provocaba la irrisión de sus detractores”.

El gran Julio César primero optó por disimular las entradas peinándose el pelo hacia delante, una tarea a la que le dedicaba su tiempo para obtener el mejor resultado. Pero por mucho que peinase, no podía ocultar lo evidente. Con este look aparece en muchas de las representaciones que le dedicaron en su época, desde monedas a esculturas. Incluso Rubens lo retrata así mucho tiempo después.

Para un dandi como Julio César la calvicie fue un verdadero tormento

Getty

Julio César no se dio por vencido. Podía aceptar que esculpieran su rostro con arrugas, un signo de dignidad y seriedad. Pero la alopecia, para él, era otro cantar, aunque el pueblo reconociera abiertamente que su vigor sexual no se veía afectado. Es famosa la frase: “Romanos, guardad a vuestras mujeres: llega el adúltero calvo”, que solía escucharse en sus entradas triunfales.

El invencible Julio César, hasta la conjura que terminó con su vida, al fin dio con una solución. Pidió al Senado que le permitiera llevar siempre la corona de laurel, símbolo de la victoria, con el objetivo inconfesable de ocultar su calvicie. ¿Y quién podía negárselo?