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Los intelectuales se rebelan contra la ‘cultura de cancelar’

Las nuevas guerras culturales

150 pensadores denuncian en EE.UU. la intolerancia a la disidencia; Javier Cercas, Marina Garcés o Javier Gomà les apoyan

Intelectuales reclaman el derecho a discrepar

spukkato / Getty Images/iStockphoto

La publicación de una carta firmada por 153 intelectuales, académicos y activistas reivindicando el derecho a discrepar y condenando “el clima de intolerancia instalado en los dos lados” del debate público ha suscitado un intenso debate público en EE.UU. con tintes de fractura generacional.

Entre sus firmantes hay hombres y mujeres, blancos y negros, judíos y musulmanes, personalidades tan dispares como el lingüista Noam Chomsky, izquierdista, o estrellas del universo conservador como David Frum, autor de la expresión “eje del mal” o el politólogo Francis Fukuyama; el filósofo Steven Pinker, crítico de la corrección política en los campus universitarios; la feminista Gloria Steinem; el ensayista Malcolm Gladwell y los escritores Ian Buruma, Martin Amis, Margaret Atwood, Salman Rushdie y J.K. Rowling. A raíz de unos comentarios sobre el sexo biológico, la autora de Harry Potter se vio recientemente afectada por los excesos de la llamada “cultura de cancelar” la disidencia ideológica (cancel culture) contra la que alerta el texto publicado en Harper’s Magazine.

Censura, inculpación, ostracismo

La carta aplaude las “potentes protestas por la justicia racial y social” que vive EE.UU. Enseguida llega el primer “pero”.“Esta revisión –lamentan– ha intensificado una serie de actitudes morales y compromisos políticos que tienen a debilitar nuestras normas para mantener un debate abierto y de tolerancia hacia la diferencia en favor de la conformidad ideológica”. La batalla contra Donald Trump, a quien califican de “amenaza contra la democracia” no puede llevarles a caer en los dogmas o la coerción ideológica como ya está ocurriendo.

“Los demagogos de la extrema derecha están explotándolo”, avisan. El propio presidente cargó de hecho este fin de semana en su discurso en el monte Rushmore contra la “cultura de cancelar”, una expresión tan frecuente hoy en día en el debate público como en su día la de “corrección política”, instigadora de una corriente de frustración entre muchos votantes que en el 2016 ayudó a la elección del republicano.

El “clima de intolerancia” hoy, afirman, no es exclusivo de la derecha radical. “El libre intercambio de información e ideas, la savia de las sociedades liberales, está cada día más constreñido”, la censura “se extiende y hay intolerancia a los puntos de vista diferentes, inculpaciones públicas y ostracismo, y una tendencia a disolver los temas complejos en certeza morales cegadoras”, afirma la carta, titulada A Letter on Justice and Open Debate.

Las consecuencias de discrepar, dicen, son “inmediatas y desproporcionadas. Directores despedidos por publicar textos polémicos, libros retirados por supuesta falta de autenticidad, periodistas vetados de escribir sobre algunos temas, profesores investigados por citar ciertas obras en clases de literatura…”. El ejemplo más reciente de estas actitudes sería la dimisión en junio de James Bennet, director de Opinión de The New York Times, por las reacciones a una tribuna del senador Tom Cotton que pedía “enviar tropas” para sofocar las protestas raciales. Buruma, firmante de la carta, dejó su cargo como director de The New York Review of Books en el 2018 a raíz de la polémica porque publicara un ensayo sobre abusos sexuales de un autor acusado de agresiones por 20 mujeres.

La cultura debe dejar margen “para la experimentación, los riesgos e incluso los errores” y permitir “los desacuerdos de buena fe sin que tengan terribles consecuencias profesionales”. Las malas ideas, dicen, se combaten mediante la exposición pública, argumentos y persuasión, “no intentando silenciarlas o deseando que desaparezcan”. La cultura debe dejar margen “para la experimentación, los riesgos e incluso los errores”. Una idea en la que coinciden los escritores y pensadores consultados por La Vanguardia.

Javier Cercas

“Hay un puritanismo de izquierdas”

El último premio Planeta suscribe la carta “de pe a pa”. “En España sería inimaginable, la gente está asustada, no vayan a tacharles de fachas”, señala Cercas. “La carta dice –remarca– que debe existir un debate real, sin él no hay sociedad libre, hay un campo de concentración. Las redes sociales lo fomentan, son un rebaño mugiente que se dedica a linchar al personal a la mínima que algo no les gusta. Es peligrosísimo. Se ha instalado un puritanismo de izquierda y se lleva el porno de la indignación moral: qué puro, de izquierdas y virtuoso soy, J. K. Rowling es una mierda de mujer vendida al capitalismo.

Es letal para la izquierda, el feminismo, el antirracismo, que no pueden ser más justos pero en su nombre no puede haber caza de brujas. Trump lo aprovecha diciendo que hay un fascismo de izquierdas, y parte de razón tiene. Si Woody Allen es absuelto dos veces y sigues condenándolo, destrozas la causa feminista. Si todo el mundo es culpable hasta que se demuestre lo contario, es un infierno. Con el puritanismo retrospectivo actual, se puede quemar los libros de Platón y Aristóteles, que vivieron en una sociedad esclavista sin problema”.

Javier Cercas

Kim Manresa

Marina Garcés

“Hay una cultura del miedo”

Para la filósofa barcelonesa “este manifiesto saca a la luz una realidad que insidiosamente está afectado todos los ámbitos de la esfera pública: una cultura del miedo que convierte la curiosidad en sospecha, la crítica en acusación, las convicciones en dogmatismo y el debate en hostilidad y linchamiento”. “Un temor –prosigue Garcés– que alimenta el miedo a hablar, discutir, disentir, equivocarse, exponerse, experimentar. Cada uno se protege tras una identidad fuerte que sólo sirve para combatir a la contraria.

Lo más terrorífico e interesante es ver que unas mismas lógicas se imponen en todos los entornos ideológicos a la vez. Dominan a derechas y a izquierdas, en edades y estéticas diferentes… pero finalmente nos dominan a todos. Son el verdadero ejercicio del dominio, una forma de pensamiento único que se impone por la manera como se piensa y actúa, no por lo que se dice o se hace. Pienso que una de las tareas más importantes del pensamiento crítico, hoy, es sacar a la luz estos mecanismos y combatirlos. Hacer posible una sociedad y una cultura basada en el disenso”.

Marina Garcès Filosofa.

César Rangel

Javier Gomá

“La carta denuncia una forma de vandalismo”

Para el filósofo Javier Gomá, la carta denuncia una forma de “vandalismo” resultante de “corromper el ideal de una justa causa” a través de la radicalización. Un proceso frecuente “en una época politizada por el populismo”, que ve como “una mezcla de simplificación, moralización y sentimentalidad; simplificación porque distingue entre unos pocos y muchos; moralización porque los pocos son malos y los muchos son buenos, y sentimentalidad porque los muchos buenos están injustamente tratados”.

Por eso cree necesario recordar que “las democracias liberales de Occidente representan el mejor momento político de la Historia”, donde se han impulsado el multilateralismo, el igualitarismo, el antirracismo o los derechos humanos y la dignidad individual.

Isabel Coixet

“Ha habido mejores momentos para publicar la carta”

La cineasta Isabel Coixet asegura apoyar en líneas generales la carta en tanto que expresión de “un hartazgo del uso y abuso de la idea de apropiación cultural”, pero cree que su publicación es algo inoportuna. Llega “cuando hay un presidente neofascista y algunas de las cosas que dicen serán instrumentalizadas. Ha habido ocasiones más adecuadas”. Alude a “pronunciamientos académicos que, como determinados estudios de género en los que se estigmatizaba a un tipo de feminismo desde otro, habrían merecido una reacción antes”.

Además la mayoría de los que firman “tienen setenta años, son hombres, blancos y salvo Rushdie y otro par , occidentales”, lo que puede ser contraproducente. La cineasta cree que los problemas nacen de “convertir la opinión en dogma” y lamenta efectos como Halle Berry retirándose de un filme porque debe interpretar a una transgénero y no lo es. “En la comedia griega, el teatro clásico y japonés siempre se intercambiaron géneros entre los actores”. Y el arte “también es eso”.

Isabel Coixet

Zoe Sala Coixet

Gutiérrez Aragón

“Todo empezó con Derrida y Foucault”

El cineasta y novelista Manuel Gutiérrez Aragón, miembro de la RAE, critica la radicalización de la izquierda, distanciada de la Ilustración. “Siempre fue ilustrada, pero cuando se puso de moda la deconstrucción del lenguaje de Derrida y Foucault, empezó una crítica de las posiciones tradicionales de la Ilustración”.

Hoy esa deconstrucción fuerza los géneros en la gramática o sustituir el todos y todas por un tod@s. Podría pensarse que esos juegos distan del derribo de una estatua de Colón, señala, pero “todo empezó con la deconstrucción del lenguaje”. Y ve positivo “que sean intelectuales como Chomsky los que se den cuenta de que si no hay quien defienda la cultura, enseguida viene la reacción a ocupar el hueco”

Reacciones en Estados Unidos

“Resumen de la carta: ‘Estamos dejando de ser relevantes’”, ironizó en Twitter la escritora de origen haitiano Doreen St. Felix, colaboradora de The New Yorker, de 27 años, parte de la hornada de nuevas voces incorporadas a los medios tradicionales para mejorar su diversidad. Numerosos jóvenes y activistas tomaron las redes sociales para burlarse del supuesto miedo de los autores a perder la hegemonía sobre el debate público y a que se oiga a voces ajenas a las élites de Nueva York y Washington. Otros lamentaron la inclusión de ciertas firmas. No todos los contactados por su impulsor, Thomas Chatteron Williams, quisieron firmar la tribuna. “Tardé 90 segundos en ver que no era una chorrada vacía para darse importancia que solo engañaría a las personas a las que quiere llegar”, criticó Richard Kim, director corporativo de HuffPost. Al menos dos de los firmantes, entre ellos Jennifer Finney Boylan, han pedido a Harpers que retire sus firmas. “No sabía quién más la había firmado”, ha explicado la escritora, que pensó estar “en buena compañía” al saber que Atwood, Steinem y Chomsky también la suscribían.