La capitalidad a la que Barcelona no debe aspirar nunca
Opinión
Un reto de la ciudad post-Covid debería ser dejar de ser un mercado de mujeres, pero los prostituidores están de fiesta
“Las mejores chicas, muchas de nuestras favoritas, sobrevivirán, pero no son inmunes a una guerra de precios. Para competir y sobrevivir, también tienen que bajar su precio. Al principio, resistirán y estarán en negación, pero a medida que el trabajo se ralentiza (sic), también reducirán los precios. Buenas noticias, si todavía tienes un trabajo y puedes pagar el sexo, ¡se acerca la Navidad! Jajajajaja”.
Históricamente, las pandemias han provocado un auge de la prostitución. Conforme se supera el miedo al contagio y se evidencian los estragos económicos de la crisis, son más las mujeres que recurren a la venta de sexo como fuente de ingresos alternativa. La Fundación Atenea, que ayuda a las personas en riesgo de exclusión, ha seleccionado comentarios vertidos durante el confinamiento en un foro de prostituidores. El autor del extracto anterior parece intuir los tiempos que se avecinan.
Hay más: “¡Adiós a los odiados suplementos, cuando hay exceso de oferta, el comprador dicta el precio!”, alienta un comprador de sexo a sus colegas. Y más: “Yo lo veo sencillo; una buena mascarilla ambos y renunciar a besar a la puta. Ella se aparta la mascarilla para el sexo oral y...”
Por ahora, al menos en Barcelona, no se ha detectado un aumento de la oferta. Las estadísticas municipales muestran un ligero incremento de las denuncias por demandas de servicios sexuales (11 en junio de este año frente a 4 del anterior) o por favorecerlos (de 15 a 22), pero lo atribuyen a que los vecinos están ahora muy pendientes de lo que ocurre en el espacio público, más que a un incremento de la actividad.
Para algunos turistas, la prostitución era un ingrediente más de su juerga barcelonesa
Hay un motivo obvio que explica el bajo tono de la prostitución en la capital catalana en estas semanas de desescalada: la ausencia de turistas. En los últimos años, la compra-venta de sexo se había convertido en un gran reclamo de la ciudad. Capital de la edición literaria, capital del turismo de congresos, capital de la nueva movilidad... Barcelona ostentaba también el título oficioso de capital mundial del comercio sexual de mujeres, negocio sostenido de forma mayoritaria por traficantes de seres humanos que tenían en la ciudad un hub estratégico. Una capitalidad compartida con otras metrópolis globales, por supuesto, pero no por ello menos merecida.
Muchos turistas que llegaban al aeropuerto de El Prat sabían que el alquiler de un cuerpo humano para el desahogo sexual era sólo un ingrediente más –barato y abundante– de un menú que también contenía sus raciones de playa, mojitos low cost, bañeras de cerveza y pub crawling.
Lo que pueda pasar a partir de ahora con las mujeres en riesgo de exclusión preocupa en el Ayuntamiento. Los servicios municipales que dependen de los socialistas de Jaume Collboni (de tendencia abiertamente abolicionista) intensificarán la actividad destinada a formar a mujeres que busquen un alternativa laboral al ejercicio de la prostitución.
De hecho, tendría sentido que en circunstancias como las actuales la ciudad volcara todos sus esfuerzos en esa reinserción. Sin competencias para legislar sobre el fondo del problema, la crisis post pandemia reta a los gobernantes locales a definirse: o se intenta facilitar el aterrizaje del colectivo en el mundo laboral (como se hace con los trabajadores de industrias obsoletas o expatriadas) o se deja que sea el mercado el que dicte su ley y que, con el regreso del turismo, Barcelona vuelva a ser el Eldorado de las mafias de tráfico de esclavas.
La primera de las políticas citadas puede que no dé resultado: los recursos disponibles son escasos y el mercado de trabajo está como está. Pero la segunda tiene el éxito garantizado: si se deja actuar el mercado, este siempre acaba imponiendo su ley, normalmente en perjuicio de los más frágiles. Pretender que pueden mejorarse las condiciones en que se ejerce la prostitución y que esta acabe equiparándose a cualquier otro trabajo es mucho más ingenuo que tratar de buscar alternativas en otros sectores económicos. Al final, a pesar de ser bienintencionadas, las políticas reguladoras tienden a blanquear a las mafias.
Las ciudades tienen competencias limitadas sobre prostitución, pero sí que está en sus manos enviar señales al mundo. Barcelona tiene el derecho a presumir de ser una ciudad tolerante y defensora de la igualdad en todas sus vertientes, lo que implica la máxima permisividad sexual. Pero eso no encaja con tolerar la compra-venta de cuerpos de mujeres en situación desfavorecida. Renunciar expresamente a esa capitalidad sería toda una declaración de intenciones por parte de una ciudad que se considera a sí misma progresista.
Las ayudas públicas
Uno de los factores que pueden retrasar el regreso de algunas mujeres a la prostitución es la batería de ayudas públicas desplegadas por el Gobierno para mitigar los efectos económicos de la pandemia. En este sentido, el ingreso mínimo vital podrá ser percibido no solo por las mujeres que son víctimas de violencia de género, sino también por las víctimas de trata que se encuentran en situación irregular. El problema es la extraordinaria capacidad de adaptación de las redes de explotación de mujeres a los cambios legislativos y a la estrategia policial para combatir este tráfico.
Economía de la nueva esclavitud
La pandemia ha espoleado a filósofos y pensadores de toda condición. Uno de los temas de debate es hasta qué punto tendrá que transformarse el capitalismo para adaptarse a la nueva situación. Sobre este asunto, en relación a la prostitución, había indagado antes de la pandemia la socióloga Rosa Cobo, autora, entre otros ensayos, de La prostitución en el corazón del capitalismo (Catarata). Para Cobo, el fenómeno actual de la trata de mujeres para la explotación sexual forma parte del marco de nuevas formas de esclavitud que conlleva el capitalismo global.
Siempre la demanda
Como está sucediendo en otros ámbitos, la prostitución vive en ciudades como Barcelona una crisis profunda causada por la ausencia de demanda. Es una invitación a considerar que la presión para poner freno a esta forma de esclavitud hay que ejercerla sobre el cliente, y no sobre las prostituidas, como se ha hecho siempre. Aquí juega la educación un papel esencial. Como apunta Rosa Cobo, sería muy útil que los jóvenes que consumen prostitución conocieran la biografía de las mujeres cuyos servicios contratan. Aunque el negocio se basa precisamente en que no lleguen a preguntarse si existe una biografía detrás.