En Alemania llevamos dos semanas de mascarilla obligatoria en el transporte público y dentro de los comercios, así que los ciudadanos han ido acostumbrándose a los gozos y las sombras de esta herramienta de uso personal contra la pandemia. Pero ponerse mascarilla o algún tipo de cubrebocas para entrar a un museo a ver una exposición es otra cosa. No es un desplazamiento ni una compra. Al museo vamos a quedarnos un largo rato, a observar con detenimiento las piezas expuestas, a comentarlas quizá con un visitante contiguo a quien no conocemos… A partir de ahora, en cambio, habrá nuevas reglas, y la experiencia de la visita presentará nuevos visos.
Tras casi dos meses de cierre, los museos alemanes comienzan estos días a reabrir. Estaban autorizados a reanudar su actividad a partir del pasado 4 de mayo, y la mayoría ha dedicado un tiempo a organizarse para empezar a recibir visitantes en las nuevas condiciones a partir de esta semana. En Berlín abrió ayer al público en el Museo Histórico Alemán (DHM) la esperada exposición Hannah Arendt y el siglo XX, que, de no haber sido por el coronavirus, se habría inaugurado el 27 de marzo.
Una exposición pendiente
Pero no pudo ser. Diez días antes de esa fecha, para intentar frenar la Covid-19, las autoridades echaron el cierre a casi toda la vida pública, incluida la que se vive dentro de equipamientos culturales. Y los 300 objetos, documentos y cartas que, junto a filmaciones, fotos y entrevistas, configuran esta muestra sobre la influyente filósofa política alemana judía Hannah Arendt (Hannover, 1906-Nueva York, 1975), quedaron a la espera.
Ahora, esta muestra comisariada por la especialista Monika Boll ve finalmente la luz en el moderno edificio Pei del DHM, pues la antigua armería que alberga la exposición histórica permanente sigue cerrada. La afluencia matinal ha sido discreta –era lunes y llovía–; y hemos guardado cola portando la mascarilla obligatoria, y respetando la distancia interpersonal de 1,5 metros, preceptiva también dentro de la muestra.
Las entradas se compran vía internet, con asignación de franja horaria de acceso al edificio. El museo recomienda llevar guantes, pero pocos visitantes se los han calzado. Los empleados sí, y por supuesto llevan todos mascarilla. Hay dispensadores de líquido desinfectante, y las audioguías son desinfectadas antes y después de cada uso. El museo aconseja que cada visitante se traiga sus propios auriculares.
“Somos amantes de los museos, así que las constricciones no nos pesan; las vemos como un regreso a la cultura y al pensamiento”, dice María Jiménez, una profesora mexicana de 68 años a la que la pandemia ha pillado de año sabático en Berlín con su marido alemán. “Me fascinan las ideas, la vida y la obra de una pensadora compleja, y esta exposición consigue sintetizarlo todo muy bien”, señala Jiménez, que ha elevado un poco la voz para poder respetar la distancia de seguridad. Pero nadie nos llama la atención. En la sala de 1.000 metros cuadrados, los visitantes nos movemos con cuidado, esquivándonos unos a otros.
El pensamiento de Arendt
La muestra analiza dos contribuciones de Arendt esenciales para la comprensión del siglo XX: su visión del totalitarismo, plasmada en su libro de 1951 Los orígenes del totalitarismo; y el concepto de la banalidad del mal, que acuñó al cubrir como cronista el juicio en 1961 en Jerusalén del nazi Adolf Eichmann, que había sido capturado en Argentina por el Mossad.
De hecho, ocupa un espacio central en la muestra la cobertura que Arendt –entonces ya nacionalizada estadounidense– realizó de ese proceso para la revista The New Yorker, que luego condujo a su libro Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal. En la exposición se repasan también sus reflexiones sobre el antisemitismo, Oriente Medio, los refugiados, la segregación racial en Estados Unidos, el movimiento estudiantil y el feminismo.
“Arendt como protagonista de una exposición es interesante en todo momento, porque sus temas tocan a cualquier sociedad; lo que dijo y escribió siempre es actual”, reflexiona Ines, pedagoga alemana de 44 años, que circula por la sala junto a la también alemana Kathrin, lingüista de 40 años. Ambas prefieren no dar sus apellidos.
“Naturalmente el concepto de esta exposición fue desarrollado antes del coronavirus, pero ahora podemos mirarla también en este contexto nuevo”, dice Kathrin. Y añade: “Nos alegramos sencillamente de haber podido venir, de que se pueda volver a ir a museos”. En efecto, hoy reabren en Berlín otros centros, entre ellos algunos de la Isla de los Museos.