Use Lahoz apuntala con ‘Jauja’ su retrato literario de la España vacía
Chéjov existe
El escritor ofrece un viaje al pasado que siempre regresa para importunarnos
“Mi tía Gracia dice que el pasado no tiene tiempo, que siempre viene con ganas de molestar”.
La frase, de un personaje de la última novela de Use Lahoz, resume el insustituible bisturí literario de este escritor. El pasado. El tiempo. El molestar: fastidiar, subraya la Real Academia Española. Zarandear nuestra comodidad.
La novela – publicada por Destino– parte de un entierro en Valdecádiar, un pueblo imaginado de Teruel. Y de la hija del muerto, María Broto, una actriz que estrena en el Teatre Lliure El jardín de los cerezos de Chéjov con el cuerpo del fallecido todavía caliente. El pasado, en forma de ataúd, irrumpiendo en la lluvia de pétalos y aplausos que elevan a María –en el papel Liuba Andreievna, protagonistas las dos de un drama– hacia una nube de la que deberá, de golpe, descender.
Un viaje al pasado porque “uno avanza hacia atrás”, afirma Lahoz tomando un café. “Es mi primera novela en la que el protagonista está muerto”, añade, recordando el arranque de un cuento de Chéjov: “Estás muerto y te llevan al cementerio, mientras yo me apresto a desayunar”.
El autor de Los Baldrich y Los buenos amigos convierte en novelas la España vacía que Sergio del Molino describe en ensayos. Siempre un horizonte aragonés vacío, vaciado, y siempre una Gràcia y una Dreta de l’Eixample llenas, llenadas, también de vacío. Es en ese espacio, con más viento que oxígeno, donde se mueven sus personajes.
“Según Zagajewski, si nadie te cuenta nada eres poeta; así que somos escritores porque los demás nos cuentan historias”, dice el novelista, y las historias, al final, “son cómo se cuentan”. Jauja como todas sus obras, las cuenta en escenografías (barrios, bares...) y personajes que se cuelan de una novela a otra, tejiendo un mundo propio, muy propio, familiar. Casi podemos oler a unos personajes cuya libertad es la nuestra: limitada, muy limitada.
“Hay desigualdades económicas, geográficas y las que nunca desaparecen: las emocionales”
Entre vacíos geográficos y espirituales, Jauja es el amor desdichado entre un padre y una hija que no se ven desde hace mucho tiempo. “Uno sin el otro no tienen sentido”, subraya Lahoz sin estar del todo seguro del sentido de la propia palabra jauja , “como tantas otras”. En realidad, “es una novela sobre perdones y reconciliaciones pendientes y sobre cómo cambian los significados de ciertas palabras –amor, ayer, padre– con el paso del tiempo”.
“Tal vez uno sea de donde creció libre”, dice Lahoz. “Yo me he criado entre el cine Verdi y el Teatre Lliure, determinantes en mi formación, pero también fueron escuela de vivencias los veranos en un pueblo de Teruel. En cualquier caso no hablo por mí. Hablo por mis personajes. A mí no me ha pasado nada de lo que la ha pasado a María Broto, pero he gozado y sufrido como ella, porque en toda ficción el yo es inevitable”.
María creció libre en Valdecádiar y se da cuenta ahora, frente al ataúd de su padre. “Yo no quiero crecer, señora Margarita, crecer es sufrir, ¿verdad?”, pregunta María de niña, antes de saber quién es Chéjov y que la belleza, como la libertad, lo es porque desaparece. “¿En qué momento la vida deja de ir para adelante y te obliga a volver”, se preguntará al final del camino.
En esta novela, como en el resto, la tensión social pasa por el colador de Proust. “Las migraciones, como las desigualdades, están siempre ahí –afirma–. Hay desigualdades geográficas, económicas v las que no desaparecerán nunca: las emocionales”.
“No hay mañana en Chéjov, les decía Augusto. Todos los personajes van dando vueltas a la nada, en un vacío interior –escribe Lahoz en la novela–. La naturaleza te recuerda lo que no puedes tener. El jardín es la infancia, la primavera de la vida, lo que ya no regresará. Así estaba ella en aquel autobús que la llevó de vuelta a Barcelona, tantos años atrás, un vacío cambiando de lugar, convencida de haberse alejado de la nada. Ahí está ahora, volviendo también a Barcelona, junto a Rafael, en la antesala de todo”.
Jauja arranca y concluye en el mismo escenario, el del Lliure, “donde vi decir adiós a Anna Lizaran en aquel mítico montaje de Lluís Pasqual de L’hort dels cirerers en el año 2000. Quizá empecé a escribir la novela esa noche, dando vueltas a tanta emoción estética”.
“En la infancia estás a salvo de la verdad y el porvenir: el futuro está en su sitio, muy lejos”, afirma el autor
Al final del paisaje, Valdecádiar, un pueblo que no existe, acaba siendo más real que la Dreta de l’Eixample. “La ficción es realidad”, insiste Lahoz, preguntándose si la plaza del Diamant, la física, se entendería hoy sin la ficción que bordó Rodoreda. Y la infancia, más refugio que patria.
“En la infancia estás a salvo de la verdad y el porvenir –dice con el último sorbo de café–. El futuro está en su sitio: muy lejos”.