El libro viejo se resiste a morir

Objeto de culto

Los libreros buscan nuevas formas de venta en internet sin renunciar a las tradicionales ferias en la calle

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Pol Ferrer en su librería de Barcelona

Ana Jiménez

Este viernes pasado la consellera de Cultura, Mariàngela Vilallonga, presentaba la última incorporación de la Biblioteca de Catalunya: Barcino , un incunable del poeta y humanista Jeroni P a u. De esta edición en latín, imprimida en Barcelona en 1491, sólo se conocen tres ejemplares en todo el mundo, localizados en la Biblioteca Nacional de España, en la Biblioteca Nacional de Nápoles y en la Biblioteca Augusta de Wölfenbüttel, en Alemania. La obra ha sido adquirida a un librero de viejo, que la rescató de una buhardilla de un caserón de Llívia, en medio de trastos llenos de polvo.

Los libreros de viejo reivindican también esta función de recuperadores de un patrimonio que sin ellos a menudo acabaría en la basura. “Hace unos meses hubo un escándalo porque apareció la biblioteca del pintor Ràfols Casamada en los Encants, pero allí cada día vemos obras especiales que son compradas por libreros evitando que se pierdan definitivamente. Hace poco fue a parar también parte de la biblioteca de Pàniker”, nos dice uno de los 36 libreros que exponen ahora en la 68.ª Fira del Llibre d’Ocasió, Antic i Modern en el paseo de Gràcia de Barcelona, organizada por el Gremi de Llibreters de Vell de Catalunya y abierta hasta el 6 de octubre.

Esta feria es actualmente la más antigua que se celebra en Europa, a pesar de que sin el potencial que tuvo entre los años setenta, con el inicio de la democracia, y principios de los noventa. Entonces, recuerdan los más veteranos, “había gente haciendo cola y se ganaba dinero, ahora nos conformamos con recuperar los tres mil euros que nos cuesta por término medio el alquiler de un stand”. En Catalunya es la única feria de larga duración, pero también está en Madrid (ahora se celebra la feria de otoño en el paseo de Recoletos, con presencia de cinco libreros catalanes), València, Bilbao, Sevilla y una quincena de ciudades más. También se hace una de un día en Figueres (3 de mayo, 39 ediciones ya) y se ponen puestos en fiestas, como la de Sant Jordi, y en las ferias de Girona, Banyoles o Berga, además de los dos encuentros de coleccionistas y libreros que se convocan dos veces al año en Barcelona (Cotxeres de Sants, organizada por el grupo Bellaterra, y Casinet d’Hostafrancs, por Papercat), y sin olvidar los puestos de cada domingo del mercado de Sant Antoni.

Pero desde hace unos años el libro viejo ha entrado también en el mercado digital. Josep Costa, de la librería que lleva su nombre en Vic, fue hace veinte años el tercero de España con web propia para vender. Más adelante entró en Iberlibro, plataforma creada por el gremio de libreros español –después absorbida por Abebooks, subsidiaria de Amazon–, y en Todocolección. Esta última, creada en Málaga en 1997, es hoy la principal plataforma con 24 millones de piezas a la venta, de las cuales 5,8 millones son libros de segunda mano y descatalogados (posteriores a 1936) y 450.000 son libros antiguos (anteriores a 1936). Costa tiene entradas 44.315 fichas de libros (con título, autor, editorial y observaciones) en internet (en varias plataformas, ya que no son incompatibles) y tiene otras 40.000 fichas de libros que ya ha vendido, pero que un día pueden volver a entrar. Son los libros que más valora, porque después hay los que se consideran de saldo o de ocasión, con precios que pueden oscilar entre 1 y 20 euros, de “venta rápida”, los que en los stands de las ferias están en primera fila del mostrador y ya no salen a las redes. Josep Costa calcula que vende por internet más de la mitad de los libros, pero aun así no deja de ir al mercado semanal de la plaza de Vic, donde en los buenos tiempos había hasta cuatro puestos de libros –ahora quedan dos–, al lado de los que venden judías de Collsacabra o longanizas y somaies .

COSTES ELEVADOS

Las librerías deben hacer frente a los elevados alquileres y necesitan almacenes

Marçal Font, vocal del Gremi de Llibreters y propietario de la librería Fénix de Badalona, forma parte de la generación que ha convivido ya con las redes sociales. Empezó hace 13 años vendiendo sólo por internet, a través de Ebay, después abrió tienda y la volvió a cerrar. “Aun así, en la red sólo he puesto unos 10.000 libros, un 10% de los que tengo, porque introducir los datos es lento, en cambio con los libros nuevos es más fácil porque el ISBN ya te proporciona los datos”. Pero tampoco renuncia a las ferias que tienen la ventaja de ser una venta directa sin el 8% de comisión de las plataformas y algo más que se quedan por volumen del catálogo y por transacciones.

Internet ha propiciado el cierre de tiendas que ya sólo venden por la red, y así se ahorran el elevado precio de los alquileres. El otro elemento positivo es que permite llegar a todas partes, lo que supone más público potencial. Una de las quejas de los libreros es el intrusismo de los que montan verdaderos negocios de venta por red sin estar declarados. “Ni pagan IAE, ni declaran las ventas y curiosamente Hacienda sólo controla a los que estamos registrados”. Es una queja generalizada del sector.

Pol Farré, que continúa el negocio de un librero histórico de la calle Canuda, Josep Maria Farré, cuenta que vende “más del 60% por internet pero somos todavía de los que hacemos un catálogo escrito, tres veces al año y unos 1.500 ejemplares”. También nos habla de otro de los problemas de los libreros de viejo: el gran stock que obliga a tener uno o dos almacenes para guardarlos. “Quizá tengo 40.000 libros a la venta por internet, pero en los almacenes hay más de 400.000, hay cajas que todavía no he tenido tiempo de abrir”, afirma. Entrar en uno de esos almacenes es como hacerlo en un túnel del tiempo, una reedición del cementerio de los libros olvidados inmortalizado por Carlos Ruiz Zafón en la novela La sombra del viento (inspirada en la librería Canuda, ya desaparecida) .

Lluís Millà, otro histórico, especializado en libros de teatro, tuvo que cerrar en el 2013 el local que tenía cerca del Liceu de Barcelona, por el aumento de alquileres que le pedían, y también cerró uno de los dos almacenes que tenía. “Tuve que tirar materialmente unos 100.000 libros, la mayoría folletines de obras de teatro. En el Institut del Teatre y en la Biblioteca de Catalunya ya los tenían y nadie los quería...”. Mientras lo cuenta, comenta con satisfacción que acaba de adquirir más de doscientos libros vinculados con el Pallars. “La temática local y comarcal tiene aún bastante salida, y eso es lo habitual, vendes unos libros y compras otros”, explica Lluís Millà, quien recuerda que de pequeño ya venía a la feria del paseo de Gràcia con su padre y su abuelo. La tienda la abrió su bisabuelo en 1900.

PLATAFORMAS DE INTERNET

Un solo vendedor puede tener más de 40.000 libros con ficha en Todocolección

Ahora bien, hay quienes aún se resisten a dar el salto a internet. Francesc Castel, al frente de Stock Llibres, sólo vende a través de la tienda de la calle Comtal. “Se necesita tiempo para vender por las redes y yo trabajo doce horas de lunes a sábado en la tienda”. Castel lamenta, como otros libreros, que el sector no reciba subvenciones de ningún tipo. “Llevo años viniendo a la feria de Barcelona y me atrevería a decir que viene menos del 50% de la gente de antes”. Él también explica que recientemente ha tenido que vender un almacén “y me he desprendido de unos 50 o 60.000 libros a precio de papel”.

Manuel del Pino es una rara avis porque vino de Sevilla donde empieza su afición libresca compaginándola con los estudios. Su librería, en la calle Torrent de l’Olla, está apartada también del circuito, y se ha especializado en primeras ediciones y generación del 27. Es también un habitual de otras ferias como Sevilla, Santander o València –los libros los envía por carretera en un palé– y no es demasiado optimista sobre el futuro del sector. “El gran mal es el móvil, entras al metro y ves a todo el mundo pendiente de la pantallita...”. Un diagnóstico coincidente con el de otros colegas. “Los grandes ausentes son la generación de 30 a 55 años, los que algunos han denominado la generación de la televisión”. La conclusión es que quienes más compran aún son los pensionistas y los jóvenes. “Es falso que no haya interés por la cultura –afirma Marçal Font–, las jóvenes generaciones están mejor preparadas. Entre los menores de 30 años el problema es el poder adquisitivo, pero aun así compran libros, no sólo los complementarios de sus estudios, también de poesía o filosofía”. Los intereses cambian. Ahora mismo, los libros antiguos de medicina o derecho, en otras épocas muy buscados porque decoraban despachos, se quedan en las repisas. Y desaparecen más los de temática local, historia o literatura catalana. ¿Y los turistas compran? “Poco, cartografía, grabados, postales y si ven algún edificio modernista, algún libro de Gaudí”.

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