La joven promesa de Silicon Valley que engañó a todo el mundo con sus análisis de sangre
Una farsa de lo más ‘revolucionaria’
Elizabeth Holmes dejó la Universidad para montar su propia empresa, Theranos, con la que recaudó más 1.400 millones de euros de inversores a los que estafó
De estar en la cima a caer en picado. Eso es lo que le pasó a Elizabeth Holmes, una joven entonces veinteañera que apuntaba ser la gran esperanza de Silicon Valley. No es la primera ni la última persona cuya vida profesional se vuelve una montaña rusa en cuestión de semanas. El problema aquí es que esta jovencita emprendedora vendió la piel del oso antes de matarlo. Y eso, claro está, tiene sus peligros.
Holmes estaba detrás de Theranos, una compañía que creció como la espuma porque supuestamente había creado un sistema revolucionario para realizar análisis de sangre. La idea era sencilla. Con una pequeña punción en el dedo, era posible realizar más de doscientas pruebas diagnósticas. Sólo era necesaria una gota de sangre, que se introducía en un cartucho, para saber a qué enfermedades se enfrentaba uno. A los pocos minutos se sabían los resultados, que podían ser desde diabetes hasta cáncer. La máquina ‘de las mil maravillas’ fue bautizada como The Edison.
La propuesta de Holmes era poco invasiva, rápida y más barata que los laboratorios tradicionales
No cabía duda de que se trataba de un método rápido, poco invasivo y mucho más barato que los laboratorios tradicionales. En resumen: un invento de lo más jugoso. Por ello, no es de extrañar que la popularidad de Holmes creciera por momentos. Joven, emprendedora y recientemente millonaria gracias a su invento. Por todo ello, además de por vestir los mismos jerseys negros de cuello alto, empezaron a compararla con Steve Jobs.
¿Cuál era el verdadero problema? Fácil. La máquina no funcionaba. Era una estafa. No se obtenían los resultados que se esperaban y, la mayoría de las veces, eran los propios laboratorios y no el aparato estrella de Theranos, quien analizaba la sangre de los clientes, que no eran conscientes de que les estaban engañando.
Por supuesto, eso nadie lo supo hasta años más tarde. Pero sigamos por orden cronológico. Holmes seguía vendiendo humo, pero nadie era capaz de percibir sus inseguridades. Todo lo contrario. Parecía creer en sus palabras. No obstante, los expertos no acababan de comprender el funcionamiento de la máquina. Una profesora de Medicina de Stanford, Phyllis Gardner, le fue clara, asegurándole que su idea, más que una utopia, era “imposible”. Pero Holmes era lo bastante astuta como para dar la vuelta a ese adjetivo para ponerlo en su favor, alegando de que era eso lo que a los emprendedores ambiciosos les gustaba escuchar para convencerse más de la genialidad de su idea.
Vendiendo la piel del oso antes de cazarlo
Sus palabras convencieron y su nombre empezaba a sonar cada vez con más fuerza. En 2003 llegó incluso a convencer al decano de la Facultad de Ingeniería, Channing Robertson, que le apoyó y le presentó a inversores para que le financiaran el proyecto. El que fue secretario del Tesoro con Richard Nixon y secretario de Estado con Ronald Reagan, George Schultz, fue uno de los interesados. Pero no el único, pues le seguían una larga lista de políticos y empresarios estadounidenses.
Así, se vieron involucrados personajes como Henry Kissinger, secretario de Estado con Nixon; Richard Kovacevich, ex consejero delegado de Wells Fargo o, incluso, James Mattis, secretario de Defensa con Donald Trump. Hombres de avanzada edad –algunos nonagenarios- que no contaban con ningún tipo de experiencia en el campo de la ingeniería o el de salud. Simplemente, como muchos otros, acabaron seducidos por la idea de que sus nombres fueran recordados por ayudar en un proyecto tan innovador que, supuestamente, contaba con la bendición de Silicon Valley.
El chivatazo
Nadie, más allá de la propia compañía y su creadora, parecía sospechar de Theranos. Hasta 2013, se cubrieron las espaldas, alegando que estaban trabajando en el sistema de la máquina The Edison. Pero la gente y, sobre todo, las farmacéuticas, se preguntaban cuándo iba a estar disponible. No se podía esperar más, por lo que la bola de nieve se hizo más grande de lo que ya era. Ese mismo año se presentó al público de la mano del gigante farmacéutico Walgreens. La inversión se duplicó, pues multimillonarios como Rupert Murdoch o Larry Edison ofrecieron parte de sus fortunas para la causa.
Pero, tarde o temprano, todo castillo de naipes acaba cayendo. Y, como dice el dicho, se coge antes a un mentiroso que un cojo. El ex empleado Tyler Schultz, nieto de George Schultz, se cansó de tantas mentiras acumuladas y contó todo lo que sabía al periodista John Carreyrou. El fraude llegaba a su fin en forma de una serie de artículos destructivos en The Wall Street Journal. Holmes y Ramesh Balwany, (inversor, director de operaciones y entonces también amante ocasional de la fundadora) se enfrentan a once cargos por fraude.
Libro, documental y película
Estados Unidos parece estar adicto a Elizabeth Holmes y su figura de ángel caído. Primero con su auge y ahora con su caída a los infiernos. Recientemente, la investigación al completo ha llegado a los lectores en forma de libro, Mala Sangre (Capitán Swing, 2019) de la mano del mismo periodista que tiró del hilo, Carreyrou. No cabe decir que rápidamente se ha convertido en best seller, posicionándose en los primeros puestos de la lista de The New York Times.
HBO también ha mostrado su versión de los hechos en forma de documental, The Inventor (la inventora), que llegó poco después de que la cadena ABC News sacara otro documental y un podcast, ambos titulados The Dropout.
Y, como ocurre con casi toda jugosa historia, Hollywood también está de por medio. En 2020, Bad Blood llegará a los cines, con Adam McKay como director y con una Jennifer Lawrence en el papel de Holmes.