Cuando una obra ha sido muy popular, su impacto perdura largo tiempo de forma directa o indirecta. Directa porque se convierte en clásica y, como tal, es reeditada y encuentra nuevos lectores. Indirecta porque deja una influencia perceptible durante años, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Las historietas de la histórica editorial Bruguera han contribuido a moldear el imaginario colectivo de varias generaciones, y algunos de sus personajes han trascendido lo anecdótico para encarnar a todo un colectivo o una época: desde el locuaz abuelo Cebolleta con sus inacabables batallitas, hasta la chapuza convertida en modus vivendi de Pepe Gotera y Otilio.
El humor fue tal vez el mayor y más genuino invento de Bruguera
Bruguera fue mucho más que una editorial de historietas. Durante años fue la editorial más grande de España, con un variado catálogo que abarcaba desde un Nobel de Literatura como Gabriel García Márquez hasta un exitoso autor de novelas del Oeste como Marcial Lafuente Estefanía. Pero si en algo se significó fue en el éxito de sus cómics, tanto de aventura (con el emblemático Capitán Trueno) como de humor (Mortadelo fue ahí el superventas). Sus revistas vendían millones de ejemplares y la historieta era una forma de ocio masiva. La televisión iba llegando a los hogares poco a poco, y eso que llamamos internet ni existía ni se le esperaba.
Hoy, esta historieta pacientemente dibujada, viñeta tras viñeta, en un proceso entre lo artesanal y lo industrial, ha sabido conectar con los lectores del siglo XXI, pequeños y adultos, porque el humor no entiende de edades ni de géneros cuando es bueno. El humor fue tal vez el mayor y más genuino invento de Bruguera. Algunas de estas series siguen bien vivas en librerías y en quioscos y hasta han protagonizado exitosas adaptaciones al cine. En los últimos años, las películas de Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, Anacleto y Superlópez han demostrado que si en EE.UU. la franquicia Marvel es una fuente de ideas para Hollywood, aquí tenemos a los personajes de Bruguera, que aunque tienen menos músculos son infinitamente más divertidos porque están dotados de un poder muy especial: hacernos reír con su humor.
Las historietas de la histórica editorial Bruguera han contribuido a moldear el imaginario colectivo de varias generaciones
El escritor Eduardo Mendoza se ha referido a menudo a la influencia que las historietas de Bruguera ejercieron en su forma de escribir y ha citado su fascinación por series como Cucufato Pi (de Cifré) o Las hermanas Gilda (de Vázquez). En la faceta más esperpéntica de Mendoza, la de obras como El laberinto de las aceitunas o La aventura del tocador de señoras, hay claras resonancias de un tipo de humor y de unos personajes que debemos al talento de autores como Jorge, Cifré, Conti, Peñarroya, Escobar, Vázquez, Ibáñez, Raf, Martz-Schmidt y Jan, por citar a algunos de los más destacados. Otro reconocido novelista, Terenci Moix, se encargó de dar nombre a esta estética: la Escuela Bruguera de humor. Incluso en los tiempos de férrea censura franquista, las historietas de Bruguera eran valientes retratando la hambruna (Carpanta), la envidia (Doña Urraca) o los abusos de poder entre jefe y empleado (El repórter Tribulete).
En sus viñetas, Bruguera popularizó un humor que se acabó mezclando con la idiosincrasia de todo un país. Un humor crítico y cáustico, algo gamberro y muy imaginativo, capaz de inventar un lenguaje en donde la palabra dromedario podía ser un insulto. La editorial fue fundada en 1910 por Joan Bruguera Teixidó, inicialmente con el nombre de El Gato Negro, y publicaba cuadernillos de literatura popular por entregas. Su historia cambió a partir de 1921, cuando aparece el primer número de la revista Pulgarcito, en la que nacieron Carpanta, Las hermanas Gilda, La familia Cebolleta, Zipi y Zape o Mortadelo y Filemón.
El coleccionable Magos del Humor presenta 20 obras de cuatro autores clave
La colección Magos del Humor que se puede adquirir con La Vanguardia a partir del sábado 14 de septiembre recopila cuatro autores clave de la editorial: Escobar, Vázquez, Ibáñez y Jan. Cuatro artistas –los dos últimos todavía muy activos–, que aparecieron en épocas diferentes, las obras de los cuales definen tanto las características de la Escuela Bruguera como su evolución durante décadas.
Josep Escobar, creador de Zipi y Zape
El primero a incorporarse fue Josep Escobar (1908-1994), uno de los más prolíficos y populares dibujantes del sello Bruguera. Este inquieto autor –que fue también actor, dramaturgo e inventor– es el puente que une Bruguera con la tradición satírica catalana:091aba8a-d095-11e9-b862-56a912078637 en la década de 1930 trabaja para L’Esquella de la Torratxa, una publicación que defendía los ideales progresistas, y en 1947 se incorpora a Pulgarcito, que se está renovando a fondo tras los convulsos años de la posguerra. Allí da forma, con su dibujo firme y elegante, a dos de sus series más emblemáticas: Carpanta (1947), que personifica la hambruna de la posguerra al tiempo que conecta con la tradición picaresca española, y Zipi y Zape (1948), dos hiperactivos hermanos cuyas travesuras son la base de una serie que tuvo un gran éxito de público desde su aparición. A partir de 1970, Zipi y Zape empezaron a vivir sus primeras historias largas y el costumbrismo de sus inicios fue dejando paso a nuevas temáticas en las que predominaba la aventura.
Manuel Vázquez, creador de Anacleto
Manuel Vázquez (1930-1995) es el gran renovador del humor de Bruguera, el que cambió para siempre la historieta humorística de la editorial. Poseedor de un trazo sintético, esquemático y muy expresivo, destacó también por unos guiones tan imaginativos como absurdos, en los que si era necesario ponía patas arriba las convenciones del cómic. Sus páginas desprenden una soltura inimitable y una efectividad cómica envidiable. Fue innovador en su época y hoy sigue siendo una lección de modernidad. Entre sus obras más recordadas están Las hermanas Gilda (1949), cómico retrato de dos solteronas de caracteres contrapuestos; La familia Cebolleta (1951), que en plena dictadura ofrecía una visión totalmente opuesta a lo que debería ser un hogar modélico, y Anacleto, agente secreto (1964), una parodia de James Bond en la que Vázquez dio rienda suelta a su humor absurdo. Las escenas de Anacleto en el desierto o las historietas que terminan con los protagonistas en el cielo son verdaderos hitos de la Escuela Bruguera. En una ocasión le preguntaron a Vázquez cómo distinguir sus propias historietas de las muchas páginas apócrifas. La respuesta de Vázquez estuvo a la altura de su genio: “Si hacen reír son mías”.
Francisco Ibáñez, creador de Mortadelo y Filemón
En enero de 1958, pocos meses después de fichar por la editorial Bruguera, Francisco Ibáñez (1936) publicó la primera historieta de Mortadelo y Filemón. Desde entonces, calcula que ha dibujado unas 15.000 páginas de estos dos ineptos detectives. Los personajes empezaron regentando una modesta agencia de información, y años más tarde se incorporaron a la TIA, una versión autóctona de la estadounidense CIA. Mortadelo y Filemón son los personajes de cómic más populares del país y su autor es probablemente el que más libros ha vendido. Ibáñez no es sólo un guionista con una innata capacidad para el humor, sino también un dibujante de enorme talento. A todo ello hay que sumar su proverbial capacidad de trabajo, lo que explica que haya sido capaz de crear otras series de gran éxito como La familia Trapisonda (1959), 13, Rue del Percebe (1961), El botones Sacarino (1963), Pepe Gotera y Otilio (1966) o Rompetechos (1964), una especie de alter ego de su creador.
Jan, creador de Superlópez
En 1974 Superlópez recaló en las revistas de Bruguera. Había nacido un año antes, fuera de la editorial, en forma de chistes mudos. Su creador, Jan (Juan López, 1939), representa por varios motivos un giro importante en la historia de la editorial. Las primeras aventuras largas del personaje, caso de El supergrupo (1979), con guion de Efepé, sorprendieron a los lectores de Bruguera por su cuidado dibujo, por un personal uso del color y por un diseño de la página más libre y dinámico de lo habitual. Jan mantendrá ese mimo en sus historietas en solitario, algunas de las cuales destacan por su capacidad de recrear escenarios reales con extraordinario detalle. Además, Jan añadió a sus aventuras algo inédito hasta entonces en los cómics de Bruguera: un marcado compromiso social en cuestiones como la ecología o la lucha contra el tabaco, mucho antes de que estas posiciones fueran mayoritarias. En álbumes recientes, Jan ha abordado temas como el terrorismo islámico o la comida basura, demostrando que se puede hacer humor y a la vez mostrar compromiso y sensibilidad con el mundo actual.