La maja de Goya... ¿era catalana?
Escándalo artístico
El pintor de Fuendetodos revolucionó la tradición pictórica convirtiendo a la legendaria Venus en una mujer real y sin tapujos
Son dos. Pero durante años sólo hubo una, desnuda, como sigue exponiéndose en la actualidad al lado de la no menos sensual vestida en la sala 36 del Museo del Prado. Parece mentira cómo un cuadro que todo lo muestra, de ahí su revolucionario atractivo, esconda uno de los grandes misterios de la pintura española: ¿A quién pintó Goya?
En realidad, esta cuestión responde sólo a una curiosidad histórica, casi de revista del corazón, que ha dado mucho de qué hablar y que incluso provocó la exhumación de un cadáver en 1945. Un asunto, por tanto, trivial para el arte y, a la vez, nada baladí para la sociedad de finales del siglo XVIII, cuando se pintó, ni tampoco para las generaciones posteriores. Y es que las majas de Goya han dado mucho de qué hablar.
Un desnudo sin excusas
La primera mención que se conoce, de 1800, corresponde a la del académico y grabador Pedro González Sepúlveda tras una visita al palacio de Manuel Godoy, primer ministro del rey Carlos IV. Tuvo el privilegio de acceder a una de las dependencias más privadas de su residencia, al gabinete interior, donde el llamado príncipe de la Paz contaba con una pequeña colección de cuadros de desnudos entre los que figuraba La Venus del espejo de Velázquez, obsequio de la mismísima duquesa de Alba. Y allí estaba también ella, la primera maja, la desnuda, aunque parece que no le entusiasmó demasiado. “Sin dibujo ni gracia en el colorido”, la describió en su diario personal.
“La primera crítica es devastadora y muy elocuente”, comenta divertida Gudrun Murer, conservadora de pintura del siglo XVIII y Goya del Museo del Prado. No había para menos, ya que el artista recogió la tradición de las venus para ir más allá, mucho más allá. Ya no se trata de una figura mitológica que el espectador descubre, como quien no quiere, en sus quehaceres cotidianos envuelta de sus atributos legendarios. Con Goya ya no hay excusas. “Está despojada de adornos, sólo hay el cuerpo”, describe la experta. Y, además, mira directamente a su observador.
Está despojada de adornos, sólo hay el cuerpo”
“Ella dice: veo cómo me estás mirando”, analiza Murer frente a la pintura, lo que “incomoda al espectador, entra en diálogo con él y no puede escapar”. Con los brazos detrás de la nuca y una “torsión inquietante”, las majas “ofrecen su cuerpo”. Con esta actitud, Goya da una estocada mortal al voyeurismo y a la hipocresía que escudaban a los espectadores de las venus. “Es la primera representación de este estilo y toda una provocación”. Luego vendrían otras, como la Olympia de Manet o incluso El origen del mundo de Courbet, una pintura con muchos más paralelismos con las majas de lo que pueda parecer. Vayamos a ellos.
Para empezar, Goya puede presumir de ser el primero que pinta de manera evidente el vello púbico (su admirado Tiziano sólo lo insinúa sutilmente). Además, es en este lugar donde convergen las líneas de la composición, para reconducir, si lo hubiera, a algún espectador despistado. Se acabó la belleza idealizada. Él pinta a una mujer real, incluso muestra su fina línea de vello que asciende hasta el ombligo.
Y otro factor convergente: el óleo de Courbet formaba parte de un curioso montaje. Él mismo había firmado otro cuadro, un paisaje que se encontraba justo encima de su Origen del mundo. Activando un mecanismo, el primero se retiraba para dejar paso a la pintura oculta. Aunque no hay constancia escrita, se supone que lo mismo hubiera ocurrido con las majas.
La maja vestida, pintada a posteriori
La primera mención conocida de la Maja vestida es en un inventario de la colección de Godoy de 1802. Aunque tampoco existen documentos, para Murer no hay ninguna duda de que ambos cuadros fueron un encargo del válido del rey a Goya. Y lo que parece evidente tal vez lo sea: la segunda maja, pintada sin tanta minuciosidad e incluso algo rápido, pudo responder a la necesidad de ocultar a la desnuda.
La Inquisición acechaba y las denuncias por pertinencia de cuadros escandalosos estaban en el orden del día. El mismo Goya tuvo que acabar declarando ante el Santo Oficio sobre sus majas tras la caída de Godoy.
La leyenda de la duquesa de Alba
Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿Quién era esa maja? Aunque todo el mundo apunte a la duquesa de Alba, la mayoría de expertos descartan esta teoría tan cinematográfica. “Si comparamos los retratos que tenemos de ella con el rostro de la maja, no se parecen en nada”, comenta la experta, que también esgrime otros argumentos. “Goya pintó las majas poco antes de la muerte de la duquesa, que ya era mayor”, por lo que su figura no podía corresponder a la joven que aparece tumbada escrutando a sus admiradores.
El responsable de esta leyenda que ha llegado hasta nuestros días, y que tanto incomodó a la familia de la aristócrata, fue el escritor francés Louis Viardot en 1843. De hecho, ni llegó a ver a la maja desnuda, sólo a la vestida, expuesta por aquel entonces en la Academia de San Fernando. Y dejó para la posteridad un rumor que hizo fortuna, “se creía que representaba a la duquesa de Alba”, escribió.
Tal cotilleo persiguió como un fantasma a los descendientes de la famosa duquesa, hasta el punto de que uno de ellos mandó exhumar su cuerpo en 1945 para demostrar que no correspondía con el de la maja desnuda. “Se constató que sufría una escoliosis que le provocaba una deformación”, detalla Murer, lo que no encajaría con el sinuoso y atractivo cuerpo de la maja. Entonces, se apuntó a la cabeza. Según los chismorreos, el rostro visible ocultaba otro, el de la duquesa. Una radiografía desmontó esta otra teoría. Así pues, caso cerrado, a pesar de todo.
La teoría de la amante de Godoy
La pregunta, por tanto, siguió sin respuesta. ¿Quién posó para Goya? La segunda hipótesis es la más defendida por los historiadores: podría tratarse de Pepita Tudó, la joven amante de Godoy. En 1797 ya hay constancia de su presencia junto a él en la Corte. Las fechas encajan... y un inquietante escrito de 1870 de Pedro de Madrazo, hijo del director del Prado, refuerza esta posibilidad, señalándola como probable modelo de Goya poco después de su muerte, acontecida cuando ya tenía 90 años.
“Josefa Catalán Alemán y Luesia había nacido en 1779 en Cádiz y era de origen catalán”, dejó escrito la reputada historiadora de arte Jeannine Baticle, especialista en pintura española, especialmente en Goya. Su padre, oficial de artillería, procedía de una noble familia catalana y se trasladó a Madrid en 1797 para ocupar el cargo de gobernador del Real Sitio del Buen Retiro.
La joven Pepita “era encantadora y tenía dieciocho años”, detallaba Baticle, doce menos que Godoy, lo que no fue ningún inconveniente para que se convirtiera en su amante. La relación incluso perduró después de su boda con la prima del Rey, la futura duquesa de Chinchón. De hecho, vivían todos bajo el mismo techo y ambas mujeres dieron a luz el mismo año. Como podemos suponer, el escándalo en la Corte era mayúsculo.
Pero fue Pepita quien acompañó a Godoy en su exilio y, tras la muerte de la duquesa, llegaron a contraer matrimonio. Se conservan dos retratos de la joven amante. Para Baticle, “el parecido con el rostro de las majas de Goya es sorprendente”. Murer, en cambio, opina lo contrario. “Es diferente”, sentencia.
El dilema perdura. La prensa rosa sigue sin su titular definitivo. Pero de lo que no cabe ninguna duda es que, aunque parezca lo contrario, las majas encarnan también un primitivo empoderamiento de la mujer, sea andaluza, catalana o madrileña y se llame Cayetana, Pepita o quién sabe... de momento, persiste en su anonimato.