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El ventilador, máquina

Lo cantaba el Gato Pérez y daba todas las pistas de lo que fue y todavía es la rumba catalana, que nació “juntando cuatro modernos y los viejos sabrosones”, que “juntaron rumba y flamenco y le dieron nuevo sabor al ritmo de los gitanos de Somorrostro hasta Mataró”. Porque, citas de la canción del Gato aparte, que sigue haciendo que se nos muevan los pies de forma inevitable, la rumba catalana fue eso, un fenómeno nacido tal vez entre Gràcia y Hostafrancs que encontró un filón mezclando la rumba flamenca con la música cubana y caribeña y también el rock and roll. Años sesenta en Barcelona y ganas de divertirse en aquella ciudad gris del franquismo. Antonio González, el Pescaílla, que fue tal vez más conocido por ser el marido de Lola Flores y el ínclito Peret como reyes de aquella movida antes de la movida madrileña. También El Chacho, Josep Maria Valentí, y los Amaya y el mismísimo Gato Pérez, que añadió al cóctel gotas de jazz y de una salsa más elaborada y caliente… Y sin olvidar a los parientes lejanos, los gitanos franceses de La Camarga que acabarían alumbrando a los Gipsy Kings y también las perlas de extrarradio y arrabal, ya en los años setenta: Los Chunguitos y Los Chichos, para rematar con Los Manolos y aquella ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos del 92 (“Atletas, bajen del escenario”, se desgañitaba Constantino Romero) en los que la rumba catalana ya era juerga y jaleo y seña de identidad para terminar reconvertida en los Estopa y su homenaje, cómo no, al del medio de Los Chichos…

Viene todo esto a cuento, claro está, de Rosalía y de su canción en catalán. Y de la discusión que ha surgido cuando no se quiere aceptar como propia una tradición que también es nuestra. De verdad, peste de puristas y de monolingües mononeuronales. Menos mal que, pese a todo, predominan los sensatos y aquellos que creen que bienvenido sea el trap también al catalán, faltaría más, aunque sea con castellanismos y con las impurezas de la lengua de la calle. Nada que añadir a lo que en este mismo diario escribió el maestro Magí Camps, que ahí lo tienen, guardado en la hemeroteca digital, pero es que además me parece bastante evidente que Rosalía, en su modernidad, y como toda sorpresa y hasta revolución, se entronca y sigue las líneas del pasado, la huella también de aquella rumba catalana y de los que han venido después. Como ni soy ni pretendo ser crítico musical, me reservo mi opinión, pero creo percibir eso mismo, un rastro, una corriente, que hace que la nueva estrella de las uñas espeluznantes tenga un abuelo en los ritmos del Pescaílla y los ya mencionados.

Menos mal que predominan los que creen que bienvenido sea el trap también al catalán aunque sea con castellanismos

Eso sí, no deja de ser sorprendente cómo ha bajado el ritmo o, para ser más exactos, la velocidad. El ventilador es hoy casi un abanico, que mueve el aire más lento, aunque con golpes de electricidad y súbitos giros. Parece adormecido, pero barrunto que todavía responde a la primera estrofa de la canción del Gato: “Traemos en la guitarra la bomba de neutrones”. ¡El ventilador! ¡Máquina!