Leonardo busca el alma
Una singular propuesta expositiva
El Met abre una exposición con un solo cuadro para conmemorar los 500 años de la muerte de Da Vinci
Una exposición con un lienzo. Uno y, además, inacabado.
“Un solo cuadro porque Leonardo da Vinci es único”, afirma Max Hollein, director del Metropolitan Museum of Art (Met).
Esta vez importa la intensidad emocional, no la cantidad.
A partir de lunes y hasta el próximo 6 de octubre, y llegado en préstamo desde los Museos Vaticanos, San Jerónimo rezando en el desierto cuelga en solitario para su realce.
Él y sus circunstancias. Leonardo empezó a trabajar en esta obra en 1483, en Milán. Volvió a ella, también conocida como San Jerónimo penitente, en varias ocasiones. La conservaba sin concluir cuando murió en Amboise (Francia), el 2 de mayo de 1519.
El mito de San Jerónimo
Leonardo no acabó la obra, la mantuvo con él, aunque luego se perdió y surgió la leyenda
En su búsqueda de la perfección expresiva, existe la hipótesis de que mantuvo esta pintura entre sus posesiones por un sentido de devoción, explica Carmen C. Bambach, comisaria en el departamento de dibujos y pintura del Met, estudiosa y auténtica entusiasta del genio renacentista.
La conmemoración del 500 aniversario de su defunción se desarrolla a lo largo de este 2019. Bambach recuerda que el pasado 2 de mayo tuvo la fortuna de disfrutar en Vinci, en la cuna de la Leonardomanía: había galletas Mona Lisa, pasta Mona Lisa o restaurantes que ofrecían el menú Mona Lisa. Hubo otra ceremonia esa jornada de carácter más político en Amboise, cita en la que se reunieron los presidentes de Italia, Sergio Mattarella, y de Francia, Emmanuel Macron.
“Existen muchas celebraciones y diferentes maneras”, señala la comisaria. “El Met, sin embargo, ha optado por esta otra aproximación, que es la de traer y mostrar este cuadro monumental y extrañamente raro, una obra muy especial”, insiste.
Los misterios
No se sabe si alguien encargó el cuadro y si lo dejó inacabado por su insatisfacción expresiva
El museo ha convertido la sala en una especie de capilla. El lienzo, de 103 x 74 centímetros, emerge iluminado crudamente en medio de un espacio oscuro.
El efecto aumenta la dimensión contemplativa de la imagen, que es lo que perseguía su autor.
La solemnidad del montaje significa un guiño histórico, evocador de las exequias de los grandes artistas italianos, en las que se mostraba uno de los trabajos del difunto como parte de la exhibición y rito funerarios. Por qué no pensar, siguiendo la hipótesis de la devoción, que Leonardo nunca se desprendiese de su San Jerónimo para que ilustrase su tumba, como Miguel Ángel quiso la Piedad y Rafael una Madonna. A diferencia de estos, que dejaron todo bien documentado, Da Vinci escribió mucho, “pero tenemos escasas indicaciones de sus sentimientos”. Así lo recalca Bambach, que se ha pasado 23 años adentrándose en el legado de este artista y que en junio publicó su monumental Leonardo Da Vinci Rediscovered2.200 páginas en cuatro volúmenes.
“Esta ocasión proporciona una visión íntima de la mente de una figura esencial del arte occidental”, sostiene Hollein.
“Esta es su pintura más personal e intensamente espiritual y hemos creado una galería simple, espaciosa, sobria e iluminación dramática para facilitar la profunda contemplación requerida”, tercia la comisaria. En ese espacio aislado, y bajo la sabia guía de Bambach, San Jerónimo surge en contraste a la tradición. Si otros lo habían pintado en actitud “más acrobática”, Leonardo optó por “una visión íntima de ensueño, subrayando el misticismo del santo”, indica.
La escena se inspira en la historia de San Jerónimo (347-420) siendo ya anciano, como ermitaño en el desierto, a partir de la leyenda dorada del siglo XIII. El penitente, desdentado, está reclinado y en compañía de su león domado, figura central en esa leyenda de San Jerónimo.
“Si no estuviera el león, este lienzo sería muy plano. Nos da la espalda y hace que entremos en el cuadro”, remarca la experta.
Al margen de que no se sabe si esa obra la inició por encargo –era lento, no acababa en la fecha de entrega para desespero de los clientes–, no la pintaba de forma disciplinada. Están las marcas de sus dedos ya que los utilizaba como pinceles. Desarrolló con detalle preciso algunas de las partes, como la cabeza, los hombros o el carácter tridimensional de la parte inferior de la pierna.
El artista creía que los gestos externos del rostro y el cuerpo comunican “los movimientos de la mente” y “las pasiones del alma”. Hay estudiosos que ven en la insatisfacción por el perfeccionismo el motivo.
El lienzo no escapa del mito. El cuadro se perdió. En algún momento entre 1787 y 1803, lo compró la pintora suiza Angelica Kauffman. También se considera que luego lo cortaron a trozos –los rayos X lo certifican– para venderlo. Esta leyenda prosigue que el cardenal Joseph Fesch, tío de Napoleón, encontró esos trozos en un anticuario y en un zapatero y lo reconstruyó. El cuadro entró en el Vaticano en 1856.
Bambach insiste en que no existe duda de la autoría de San Jerónimo. A diferencia de Salvator Mundi, récord en una subasta y del que la comisaria escapa con el clásico “sin comentarios”.