Vida y muerte de Bill Viola y Miguel Ángel
El encuentro de dos miradas sobre la espiritualidad
La Royal Academy de Londres empareja a dos artistas a los que separan quinientos años
A Bill Viola (Nueva York, 1951) se le ha definido en alguna ocasión como “el Rembrandt de la era del vídeo” por su capacidad para agitar emociones mediante el uso sabio y fascinante de la tecnología moderna. Sus obras recuerdan imágenes pintadas, sólo que aquí los personajes parpadean, jadean y arrugan la frente en un gesto de vulnerabilidad o de angustia. No es de extrañar por tanto que en el pasado museos como la National Gallery de Londres o el Palacio Strozzi de Florencia hayan mostrado sus instalaciones inmersivas al lado de las pinturas de algunos de los grandes maestros del Renacimiento que seguramente le conmovieron e inspiraron.
En un gesto de audacia que ha suscitado controversia entre la crítica antes de que la exposición abra sus puertas, la Royal Academy lo empareja a Miguel Ángel, posiblemente el mejor artista de todos los tiempos. ¿Un intento de elevar al videoartista estadounidense al estatus de un Michelangelo moderno? Rotundamente no, señala su comisario, Martin Clayton, que asegura que el interés que mueve la muestra es señalar las afinidades temáticas de dos artistas separados por cinco siglos, su espiritualidad y una misma preocupación por “la naturaleza del ser humano, la transitoriedad de la vida y la búsqueda de un significado más allá de la muerte”.
¿Un intento de elevar al videoartista al estatus de un Michelangelo moderno? En absoluto
Bill Viola/Miguel Ángel, que lleva por subtítulo Vida, muerte, resurrección, estará en cartel entre el 26 de enero y el 31 de marzo y la expectación es máxima. Pocos artistas contemporáneos como Viola –al que este año dedicará la Pedrera su primera exposición en Barcelona– despiertan un interés tan genuino entre audiencias masivas. Aquejado de una enfermedad que ha dejado su pulso creativo en punto muerto, el artista no asistió ayer a la multitudinaria presentación de la muestra –es su esposa Kira Perov la que en los últimos años supervisa y habla por su boca– pero seguramente le habría encantado ese ambiente de catedral en el que de pronto se ha convertido la institución de Piccadilly, compartimentada en doce capillas donde se exhiben otras tantas de sus instalaciones inmersivas, a veces de forma aislada y otras compartiendo espacio con catorce extraordinarios dibujos de Miguel Ángel y el bajorrelieve La virgen con el niño Jesús y San Juan Bautista niño.
Se da justamente en el encuentro de esta última (San Juan Bautista niño con un pájaro en la mano que asusta al niño Jesús, presagiando el eventual sacrificio de Cristo en la Cruz) con el Tríptico de Nantes, de 1992, uno de los momentos más extraordinarios de la muestra. En la pantalla izquierda, una mujer dando a luz (no es su esposa, aunque su hijo nació poco después de que se completara la pieza); en la de la derecha, su propia madre agonizando en su lecho de muerte. En el panel central, una figura sumergida en el agua. El misterio de la vida flotando a la deriva. “La conciencia de nuestra propia mortalidad es lo que define la condición de los seres humanos”, se lee en una de las paredes, y es justamente esa conciencia la que, según el comisario, puede leerse en todas las Madonnas de Miguel Ángel, “una pesada mezcla de amor materno, conciencia del terrible destino de su hijo y aceptación de la necesidad de su sacrificio”.
Viola bebe del sufismo y el budismo; Miguel Ángel, de las filosofías neoplatónicas
Durante cincuenta años Viola ha anclado todo su trabajo en cómo hablar de la esencia trascendente de ese momento que separa la vida y la muerte. “El impacto de ser testigo del final de una vida es que estás viendo el fin de los tiempos...”, escribió. “El cese de todo, el final de cualquier posibilidad de cambio”. Pero también habla de renacimiento. A los seis años se cayó en una piscina. Se habría ahogado si un tío no se hubiera lanzado para salvarlo. Sin embargo, no quería ser rescatado. Había experimentado algo de otro mundo allí en el fondo de esa piscina: sentía una dicha y una paz desconocidas. El agua aparecerá una y otra vez a lo largo del oscuro recorrido ( Los durmientes, Cinco ángeles para el milenio, El mensajero, Ascensión de Tristán..., algunos conmovedores hasta las lágrimas), a veces como metáfora del vacío del que todos emergemos o de nuestro estado de suspenso, de la transición entre los estados del ser.
Aunque para algunos el trabajo de Bill Viola ha tomado un peso cargadamente religioso, él siempre lo ha negado –“y mucho menos cristiano”– y habla de una espiritualidad que clava sus raíces en el arte oriental y occidental, así como en algunas tradiciones filosóficas como el budismo o el sufismo islámico. El comisario apuntala su tesis en el hecho de que Miguel Ángel exploró profundos conceptos cristianos pero a su manera los fusionó con la filosofía neoplatónica que desarrolló en Florencia a finales del siglo XV, que enfatizaba la inmortalidad del alma.