Carvalho: regreso al futuro
Lanzamiento editorial
‘Carvalho. Problemas de identidad’ (Planeta), la nueva entrega de la serie del detective Pepe Carvalho, el mítico personaje creado por Manuel Vázquez Montalban (1939-2003), sale a la venta el próximo martes. El encargado de devolverlo a la vida, el escritor Carlos Zanón (Barcelona, 1966), relata en tercera persona los pormenores del proceso
El plan era perfecto. Los tiempos, los adecuados. Meses de anonimato para poder escribir con una cierta tranquilidad un libro. El libro en cuestión no era un libro cualquiera. De ahí el secreto. Existía una serie de retos que motivaban de per se al encargado de escribirlo. Nunca había escrito un policial y el libro era un policial. Nunca había escrito con un personaje serial y el libro contenía no sólo un personaje serial sino eso EL personaje serial mediterráneo por excelencia. Un personaje, un investigador privado, en concreto, no urdido por él sino por otro autor que tampoco era un autor cualquiera. Un autor casi unánimemente querido, respetado, añorado y leído por lectores y más lectores. Carvalho. Manuel Vázquez Montalbán. El plan que propuso la editorial de los libros de Vázquez Montalbán, la agencia de sus derechos y la familia de aquel, a la agencia del escritor era tentador, arriesgado y, casi con toda probabilidad, desquiciante. Preguntó a dos, tres allegados del sector del libro y por unanimidad le recomendaron que no lo aceptara, que tenía más que perder que ganar. Pero él pensó que podía ser divertido. En realidad, no era sensato aceptarlo y sólo por eso supo que debía aceptar. Divertido e insensato: todo un buen plan.
El plan, ya aceptado, seguía siendo perfecto. Los tiempos seguían siendo los adecuados. La propuesta era por un único libro. Con lo que en la trayectoria del escritor ese libro sería un regalo pero no una condena debido a que la fuerza atractiva del personaje no llevaría a continuar la serie y, con ello, oscurecer sus otros libros, los ya escritos y los que le quedaran por escribir. La iniciativa era interesar a una generación para la que Carvalho podía ser, en el mejor de los casos, una figura familiar pero no leído, un mundo muy ajeno a ellos, preinternet, es decir, antes de la mutación. Una generación –o hasta dos– que, en el mejor de los casos, hablaran de oídas, pero sin haber acudido a la fuente primera, los libros que Vázquez Montalbán escribió con el detective gastrónomo. El escritor recordó cómo conoció esos libros. Cómo y quién se los prestó en una suerte de intercambio popular siendo casi un adolescente. Que le dejaran pertenecer a eso, era una suerte de regreso al futuro. Sólo había que encontrar el rayo que pusiera en marcha el coche de Marty McFly como en la película de Zemeckis.
El encargo
En realidad, no era sensato aceptarlo y sólo por eso supo que debía aceptar
Otro de los retos era que la novela debía ser escrita en primera persona. El escritor nunca lo había hecho con anterioridad en ninguna de sus otras novelas. Era un nuevo riesgo pero creía recordar que Juan Marsé, en alguna ocasión, se lo había planteado a Vázquez Montalbán: Carvalho tenía que explicar su propia historia, directamente, sin pasar por el tamiz de un narrador. Ésa era una de las tres cosas claras que tenía el escritor a la hora de aceptar la propuesta. La primera persona permitiría una distancia con los otros libros y con el propio Vázquez Montalbán. Las otras dos eran que la novela tendría que ser escrita con sus mañas y manías, es decir, a su manera. Iba a tratar de escribir un libro con Carvalho, no tratar de escribir un libro de Vázquez Montalbán y la tercera cosa era que Carvalho no cocinaría. En su arrogancia, el escritor, arrancaba una seña de identidad definitiva del personaje. Por él, que se hiciera pechugas rebozadas para comer y una pizza para cenar. Se convocó una reunión en la agencia literaria de los libros de Vázquez Montalbán para hablar de ese nuevo Carvalho. El escritor acudió pensando que sería un reunión con una o dos personas para hablar de abstracciones y fechas. Al llegar a Casa Balcells le hicieron pasar a una sala y, al entrar, a modo de los banqueros en las películas de Capra que siempre se reúnen para demostrar, al final, que tienen buen corazón, había casi una docena de personas, entre los que estaba Daniel Vázquez, que a partir de ese momento, y en futuras concentraciones de escritores, libreros, profesores y carvalhanos de pro, iba a ejercer de Han Solo para proteger al escritor y sacarlo de más de una nave en llamas.
El escritor se sentó en un extremo de la mesa alargada. Le dijeron que tendría libertad absoluta. Bien. Que el plan y los plazos seguían vigentes. Perfecto. Que les gustaría saber en qué año viviría el nuevo Carvalho. “Su tiempo será el actual y estará escrito en primera persona”. ¿Y cómo lo harás? ¿Y qué edad tendrá? ¿Y de qué irá la novela? El escritor no sabía de qué demonios iba a ir aquella novela. El escritor no se había preparado nada para una reunión que imaginó de otra manera. El escritor ni intuyó que le preguntarían eso. Así que cerró los ojos en un extremo de la mesa, puso las manos sudadas sobre la misma y utilizó la clásica estrategia de los espadachines en las viejas películas de los sábados: saltar desde la escalera, colgarse de la lámpara y salir por la ventana: “No cocinará”. A los diez minutos, al salir de aquella reunión, Carvalho ya volvía a ser gastrónomo.
Cambio de planes
“No cocinará”. A los diez minutos, al salir de la reunión, Carvalho volvía a ser gastrónomo
Llegó a casa y comprobó que habían llegado dos cajas enteras con la colección entera de la Serie Carvalho. Desde Tatuaje hasta Milenio. Inició aquella misma tarde una dieta libresca. Los libros que le habían gustado, le siguieron gustando. Los que, en su momento, le parecieron menos buenos por ese apego casi inmediato a la realidad, se le aparecían entretenido, con destellos, buen material. Y, por supuesto, seguía odiando la del Comité Central. Cenó con Francesc Salgado, amigo, profesor universitario y carvalhista que no carvalhiano. Él era una de las personas que recomendaron dejar pasar la posibilidad de aceptar ese encargo. Aunque de un modo tenue, sospechosamente tenue su advertencia, pensó luego el escritor. Le explicó lo que tenía: Carvalho explicaría el libro él mismo, sería en la actualidad y, ejem, cocinaría, ¿cómo no iba a cocinar…? Hablaron de todo y el escritor le pidió a Salgado que le explicara cómo fueron los primeros pasos del investigador. Además de en dos primeras novelas, sus primeros pasos los dio también en las páginas de Interviu. Vázquez Montalbán escribía un artículo sobre actualidad política y social y aparecía él mismo como personaje. Ficcionaba que había alquilado un lugar para escribir en las Ramblas y que en el piso de arriba estaba el despacho de un detective y su ayudante. En esos artículos, Vázquez Montalbán hecho personaje acudía a hablar con el detective y desmenuzaban el tema a tratar. Ese fue el 26 de octubre de 1985 a las 9.00 horas del escritor, el relámpago en el campanario que puso en marcha el coche de McFly.
El plan ya era más que perfecto. Los tiempos seguían siendo adecuados pero entonces el escritor recibió una llamada del futuro.Al día siguiente, iba a ser el Armagedón.
A su manera
Iba a tratar de escribir un libro con Carvalho no tratar de escribir un libro de Vázquez Montalbán
El plan dejó de ser secreto y de hecho, dejó de ser plan. Se iba a publicar la noticia debido a una filtración de no se sabe quién ni con qué objeto. El escritor se fue a dormir sabiendo que a las pocas horas le iban a llamar desde todos sitios preguntándole aspectos de un libro del que no sólo no había empezado a escribir sino que no sabía ni argumento ni personajes ni tan siquiera el tono y la música de esa novela. Se durmió tarde y durmió mal. La primera entrevista fue la de Jordi Basté. Y en ella decidió que la novela se construiría no a partir de las respuestas –que no tenía– sino de las preguntas. Basté preguntó: Tindrà gos? Y de repente, Carvalho tuvo perro. Y, a partir de ahí, entre todos, quienes preguntaban, quienes amenazaban, quienes temían y recomendaban se iba construyendo la novela, sacando o metiendo personajes –Charo, Charo: ¿qué vas a hacer con Charo?– y acudiendo a los amigos. Así, la librera Montse Clavé sugirió que Biscúter sucumbiera a los encantos del anarquismo vegano, Maika Navarro y Rebeca Carranco sacaron una vez más del atolladero al escritor con tramas que la ficción distorsionaría y recibió una invitación del Cap de Mossos para conocernos, y ponernos a tu disposición para cualquier duda. El escritor acudió con Carranco a esa cita donde le enseñaron las instalaciones de Egara y los CSI disponibles para Carvalho. El escritor sufrió mal de Stendhal y olvidaba todo lo que le decían. Igual sucedía con las recetas que las vecinas de su madre le hacían llegar en hojas de cuaderno o fotocopias. Hubieron restaurantes, detectives, policías, camareros y chóferes. Todos querían ayudar.
Mientras, la realidad del 2017 era tan endiablada y fuera de control, que no permitía adelantar que pasaría en 24 horas: ¿dónde iba a pinchar la punta del compás? ¿En qué momento del terremoto?
Un día, un año después de cuando dijo que el libro estaba casi listo, el escritor se deshizo de toda la información acumulada e imaginó al detective en una habitación de hotel, lejos de su ciudad. Acompañado pero solo. Hablándose a sí mismo. En Madrid. Entonces recordó el primer verso de Los hijos de la ira y, entonces, sólo entonces, empezó a escribir su libro.