Un gran documental aproxima a Miquel Porter Moix, imprescindible figura de la cultura catalana
Esta noche, a las diez, se emite por el canal 33 de la Televisión Pública Catalana
Miquel Porter Moix (1930-2004) fue hombre polifacético, intelectual amante de todas las artes, particularmente las escénicas, pero, sobre todo, fue hombre de cine. Devino el primer catedrático de la historia de tal disciplina en todo el Estado español, y entre infinidad de otras cosas (letrista, cantante –integrante de Els Setze Jutges y promotor de la Nova cançó– actor esporádico, incitador y activista cultural, cineclubista, coleccionista cinematográfico, y hasta sindicalista y diputado del Parlament de Catalunya…), debe reconocérsele su esfuerzo continuo por el estudio y divulgación de la historia del cine catalán –además de la rusa, por la que sentía particular interés– que reflejó en varios volúmenes a lo largo del tiempo.
Catalanista y referente dentro y fuera de la Universidad de tantas generaciones, particularmente de las dedicadas profesionalmente al cine en Cataluña, abordar su trayectoria puede ser una tarea ingente e inductora a la dispersión más peligrosa. Sin embargo, el director Anastasi Rinos, por lo demás experimentado montador cinematográfico de un buen número de largometrajes de cineastas como Bigas Luna, Jordi Cadena, Francesc Bellmunt o Gonzalo Herralde, ha sabido abordar el personaje con precisión en su documental “Miquel Porter Moix: la República de la llibertat i el bon humor”, que se emite esta noche, sobre las diez, por el canal 33.
Como ya hiciera en su documental previo, “Ana Moix. Passió per la paraula”, en torno a la figura de la hermana del escritor Terenci Moix, el director aborda a su personaje desde un ángulo emotivo, sentimental, pero evita la tristeza y la nostalgia fácil. Antes pondera, se detiene en el modo de ser del mismo, en algunos rasgos biográficos desde la infancia, en sus capacidades y sus logros, en las anécdotas, y lo hace a partir de testimonios directos, de imágenes y fragmentos de película de archivo –muchos inéditos– combinados con escenas del presente.
En el caso del documental que nos ocupa, se ha optado por usar varios espacios singulares de la Universidad Central de Barcelona, algunos inaccesibles al alumnado y público en general, donde en grupos de dos o tres personas (familiares, amigos, colegas y gente que colaboró con él) desgranan en animada conversación todos esos aspectos del homenajeado antes referenciados.
Así, por ejemplo, la sala Puigsalellas, en una de las dos torres del edificio universitario, luminosa, para las conversaciones en torno a su vinculación con Els Setze Jutges y la Nova cançó; la Sala Ramón y Cajal, reducto de cálida madera con estanterías añejas repletas de libros, para acoger a los diversos familiares: hermanas e hijos, que recuerdan el aspecto más tierno e íntimo del hombre; los claustros, para hablar de su vinculación al teatro, al cineclubismo o de su actividad docente; el aula 113 para acoger el testimonio de varios antiguos alumnos; una sala del rectorado, con pesados cortinajes y aire palaciego, para rememorar el Palacio del Marqués de Barberà y de la Manresana de Portal de l’Àngel, donde el padre de Porter instaló una célebre librería de viejo y de libros nuevos, y en cuyo piso superior se instaló CO.CI.CA (Col•lecció Cinematogràfica Catalana), donde Porter aglutinaba películas antiguas, material fotográfico y promocional, y documentación varia del cine catalán y en general desde sus orígenes, y donde se daban cita estudiosos, intelectuales y todo aquél que quisiera información.
Algunos de los que intervienen en tales conversaciones son las hermanas Rosa y María Porter y sus hijos Jordi, Jeannette, Yves, Bernat, Laura, y Martí, además de Josep Maria Espinàs, Josep Lluís Carod-Rovira, Lluís Llach, Quico Pi de la Serra, Antoni Kirchner, Roc Villas, Miquel de Palol, los realizadores Rosa Vergès, Agustí Villaronga e Isona Passola, Joan Maluquer y tantos otros. Anastasi Rinos da también protagonismo a la nueva generación de los Porter. La nieta, Manuela Porter ejerce de guía por distintos lugares de la Universidad a modo de evocación y de continuidad del linaje, además de aportar la voz en off de la cinta; y Tariq Porter, nieto, es coguionista del proyecto además de intervenir en una de las conversaciones.
El documental se desliza ante nuestros ojos hipnóticamente. El director logra atraparnos no ya tan sólo porque el objeto de estudio sea interesante de por sí, sino además porque su espíritu de montador cuida al detalle propio de entomólogo el timing, el ritmo interno y externo, la asociación de ideas entre planos, el juego sutil de referencias entre lo que se dice y se muestra… en suma, es una lección de cine que acaso pase inadvertida al espectador de un modo consciente, pero cuyo efecto se nota en tanto que absorbe su atención por completo. Sobreponer la famosa secuencia de la Escalera de Odessa del Acorazado Potemkin sobre la escalera del rectorado de la Universidad, o incrustar en las paredes de los pasillos de la misma fragmentos de Porter hablando mientras Manuela avanza por aquéllos, son algunos de los recursos que plásticamente resultan indelebles.
Miquel Porter nos queda, según algún contertulio expresa, como un hombre feliz, realizado; dedicado a mil y una cosas, sabio, pillo, irónico, también fue muy familiar, y crítico en lo político y social. El documental abre con un bombardeo franquista sobre Barcelona que dejó un gran boquete al lado mismo de la Universidad, en el cruce de la Gran Vía y la calle Balmes. Se cierra cerniéndose ya la noche sobre el edificio docente, y cierto aleteo metálico desde el cielo acaso recuerde la necesidad de permanente alerta de que participaba Miquel Porter, un eco para nuestros días.
Produce Paco Poch, la espléndida música es de Boris Porter y Eduard Altaba, la fotografía de Félix Bonnín, y el montaje de Guillem Guardiola.