En 2013, Monseñor Darío Viganò, entonces presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, por tanto, encargado de extender el Evangelio a través de los mass media, contactó por carta con el realizador alemán Wim Wenders y le preguntó a éste si podía considerar la posibilidad de realizar un documental con y sobre el Papa Francisco. Wenders dijo quedarse estupefacto ante la propuesta. Luego, Viganò, autor por lo demás de algunos libros de cine entre otros dedicados a la comunicación, le dijo que era un cinéfilo empedernido y que estuvo en las sesiones que un cine-club de Roma había dedicado al cineasta, al que Wenders fue invitado. El Vaticano, según el director, le dio carta blanca, no intervino en el proceso de realización y producción. Es más, Wenders informa que el documental es una coproducción independiente entre Suiza, Italia, Francia y Alemania sin injerencia económica alguna del Vaticano.
Por lo demás, el realizador alemán halló un hilo para el documental El papa Francisco: un hombre de palabra en el hecho de que el jesuita Jorge Mario Bergoglio optara en 2013 por el nombre de Francisco para su papado en recuerdo de Francisco de Asís, figura de la Iglesia del siglo XIII con la que el pontífice se identifica y que al parecer ya fascinaba de pequeño al realizador. El santo sintió la llamada a una vida de pobreza y de entrega a los demás, particularmente a los necesitados, así como a la comunión con la naturaleza, dado a un mensaje de fraternidad y amor universal entre todos los hombres con independencia de la religión o creencias.
La actitud del Papa Francisco, cuya imagen de austeridad, en lo posible, de humildad y proximidad rige la intención de todo el metraje, define según el realizador la condición del film mismo en tanto Wenders ha querido un producto económico y sencillo, sin despliegues técnicos costosos. Parte tan sólo de cuatro sesiones de dos horas cada una con el pontífice, en las que éste se dirige directamente a cámara en cuadro cerrado para generar proximidad mientras reflexiona y opina sobre cuantiosos aspectos que afectan al globo.
Fragmentos de tales intervenciones, en las que no parece haber habido preguntas incómodas, se combinan con imágenes actuales registradas por el equipo del film en la ciudad de Asís, una recreación en blanco y negro de varios episodios ejemplares de la vida del Santo de esa ciudad que, al parecer, para dar una impresión marcadamente pretérita, se rodaron con una cámara a manivela propia de pioneros del cine, y finalmente el añadido de fragmentos provenientes del ingente banco audiovisual del propio Vaticano, producido según Wenders mayoritariamente por los dos operadores que vienen siguiendo al Papa en todos sus desplazamientos internacionales.
Asimismo, el director ha contado con material proveniente de diversas televisiones de todo el mundo. En todos esos materiales se observa al Papa en olor de multitudes en un hospital infantil de África Central, en calles brasileñas, en una prisión de Filadelfia donde lava y besa los pies de un preso, en una ceremonia rememorativa del Holocausto judío, en un campo de refugiados griego, en una sesión del Congreso de los Estados Unidos donde alcanza a emocionar…
Lo particularmente curioso de todo el proyecto, reside en el hecho de que Wim Wenders ni tan siquiera es católico. Lo fue por nacimiento y familia, en Düsseldorf, e incluso pensó en el sacerdocio a los dieciséis años. Sin embargo, los estudios de medicina y filosofía lo llevaron hasta el existencialismo y finalmente, tras un periodo en París con tentativas en la pintura y el grabado, desembocó en la Universidad de cine y televisión de Múnich, donde devino socialista al tiempo que empezó a interesarse por las religiones orientales. Sin embargo, acabó por hacerse protestante. Pero Wenders dice que ahora es a un tiempo católico y protestante y que admira a un filósofo judió, Martin Buber, y al teólogo y místico del Conflent, el monje trapero Thomas Merton, pensador que dice ejerce sobre él gran influencia en su crecimiento espiritual. Igualmente, sigue al escritor y maestro franciscano Richard Rohr. Puede, pues, que esta amalgama haya ejercido su influencia en el hecho de que el Vaticano se fijara en él en este momento.
Tras el visionado del film, la impresión que queda es la de un tono un tanto hagiográfico, admirativo sin reservas que, a tenor de la libertad creativa enarbolada, sólo podemos atribuir a la total e incondicional rendición del realizador ante su objeto de trabajo. Diríase que Wenders ha sufrido el mismo efecto hipnótico que Oliver Stone en su metraje dedicado a Fidel Castro. Siempre quedará la duda acerca de la suerte que hubiera corrido el documental si la visión de Wenders hubiera sido más crítica, más neutra, pues tal como ha quedado no cabe duda de que resulta un canto absoluto hacia un Papa que muestra actitud humilde, entendido como una gran esperanza, que clama por la solución a las atrocidades, injusticias, suma pobreza y privaciones que tantísimos sufren en el globo.
En los cinco años que el argentino Jorge Mario Bergoglio lleva de pontificado, se ha evidenciado su capacidad para seducir al auditorio. Es un hombre de habla pausada, bondadosa, que nunca amonesta directamente, y su discurso está lleno de criterios ecuánimes. Nadie con sentido común puede refutar una sola de las frases y reflexiones bienintencionadas que el pontífice dice, como el grito por el derecho al trabajo de todo hombre, ni dejar de indignarse, como él, ante el abuso a menores perpetrado por integrantes de la Iglesia, o el abandono de refugiados, o la materialización que niega la espiritualidad que anida en cada hombre, la acumulación de la riqueza por unos pocos sin alma, o el trato discriminatorio a la homosexualidad o a las mujeres.
Todo está expuesto de un modo que a poco que bajemos la guardia corremos el riesgo de quedar transportados, embelesados, esperanzados, convencidos y convertidos. Pero el propio pontífice no halla mejor respuesta a su pregunta acerca de la razón por la que Dios tolera tamañas injusticias que la de haber dotado al hombre de libre albedrío, y que tal concesión, prueba de su amor, llega a ser una prioridad absoluta, una reflexión que acaso no satisfaga a muchos en la actualidad. Esa imagen de archivo de una niña, en plena Plaza del Vaticano abarrotada, que le pregunta por qué ha decidido ocupar dependencias humildes en lugar de las lujosas reservadas al Papa parece demasiado preparada y ad hoc. Ese comentario sobre la negativa del pontífice a usar vehículos lujosos mientras observamos el utilitario negro de motor eléctrico (el medio ambiente, otro de sus intereses) en el que se desplaza viene a ser una de los muchos subrayados del film acerca de la humildad de Francisco. Mientras, como espectadores, no cesamos de preguntarnos cómo puede sobrellevarse una actitud tan sencilla en un contexto tan imponente y lleno de oropel como el de la Santa Sede.
Lo malo de este documental es que no se entra realmente en el hombre, en su vida previa, en su evolución personal. Tan sólo hay una imagen de él en un acto ante un gran auditorio argentino cuando aún es un sacerdote, con actitud más grave de la que ofrece en las entrevistas al realizador alemán o en su actual imagen pública. El criterio del documental, centrado tan sólo en sus valores de apostolado, en su acción proselitista, en sus convicciones, difiere del cine habitual de Wenders, interesado más bien en el sendero transformador de sus personajes ante las circunstancias que les atenazan.
Tras el visionado, la pregunta sigue siendo si este hombre alcanzará a cambiar algo, en el mundo así como en el Vaticano.