El verano que cambió para siempre la vida de Carla Simón
‘Verano 1993’
La alabada ópera prima de la cineasta catalana bucea en la complicada época en la que tuvo que afrontar la muerte de su madre
Cierren por un momento los ojos e intenten recordar aquel verano en el que tenían seis años. Para la gran mayoría habrá llovido mucho desde entonces y quizá sea tarea imposible rememorar todos aquellos momentos de excitación infantil que invadían nuestro cuerpo ante el inicio de unas largas vacaciones. Un tiempo de disfrute y relax que al final se nos antojaba tan efímero como un soplo de aire fresco. Como todo lo bueno que ocurre en la vida.
Para Carla Simón el verano de 1993 fue sumamente especial, pero no precisamente por una experiencia placentera. Por aquel entonces, era una chiquilla de seis años que acababa de perder a su madre a causa del Sida (su padre ya había fallecido tres años antes por el mismo virus) y de pronto tuvo que abandonar su piso de Barcelona para vivir junto a sus tíos en el pequeño pueblo de Les Planes d’Hostoles (Girona). Esa época tan trascendental la ha querido plasmar en su debut en el largometraje con Verano 1993 (Estiu 1993), rodada en catalán y que se estrena este viernes tras haber emocionado y convencido en los distintos festivales en los que se ha presentado: mejor ópera prima en la Berlinale, Biznaga de Oro en Málaga, tres premios en el festival BAFICI de Buenos Aires o premio especial del jurado en Estambul son algunas de sus hazañas hasta la fecha.
Y es que esta película toca la fibra del respetable por la autenticidad que transmite. Sin florituras ni adornos superficiales, Verano 1993 cuenta con 94 minutos de una honestidad brutal, donde el espectador se sumerge en la agridulce historia de Frida, álter ego de la cineasta, y el complicado proceso de adaptación a su nueva familia adoptiva.
Simón, que en la actualidad tiene 30 años, se especializó en guion y dirección en la Universidad de California y en la London Film School. Su primera intención fue la de hacer una película sobre su madre, Neus, pero no fue fácil reconstruir esos recuerdos. De alguna forma, todo ese mazazo sentimental que le sacudió a tan tierna edad la dejó exhausta y con muchas lagunas en su memoria. Tuvo que recurrir a sus familiares y realizar un proceso de investigación para volver a revivir esos momentos y trasladarlos con la fuerza necesaria a la gran pantalla. El proceso de escritura fue rápido porque pronto se vio invadida por todo tipo de sensaciones. Ver de nuevo las fotos de su infancia hizo el resto para acabar de perfilar el relato.
No debe ser sencillo desnudarse emocionalmente de la forma en la que Carla lo hace con esta película tan personal. En ella deja patentes sus miedos, la angustia que sentía y la incapacidad de asimilar sus verdaderos sentimientos cuando se quedó huérfana. La debutante Laia Artigas se mete en la piel de esa niña que debe enfrentarse a la muerte, incapaz de derramar una sola lágrima porque no acaba de entender el drama que la rodea.
Artigas muestra todo un recital interpretativo donde abunda la naturalidad de los gestos y los diálogos improvisados, sobre todo junto a la encantadora Paula Robles, que encarna a Anna, su prima pequeña. Ambas dibujan un escenario donde reina la espontaneidad y la complicidad infantil. Pero también los celos y la agresividad pasiva de quien se ha visto despojada de golpe de sus padres y no sabe bien cómo manejarse en su nueva rutina.
Las jóvenes actrices Laia Artigas y Paula Robles dibujan un escenario donde reina la espontaneidad y la complicidad infantil
Precisamente una de las armas con las que juega Simón en la película es la de detenerse frente a los expresivos ojos de Frida en un intento de comprender el mundo que le rodea. La historia arranca cuando la niña observa con curiosidad los fuegos artificiales de la noche de San Juan.
Con los petardos ensordecedores como ambiente sonoro, Frida inicia un nuevo rumbo junto a sus tíos (David Verdaguer y Bruna Cusí ) porque así lo quiso su madre. Previamente, la religiosa abuela de la niña le recuerda que debe rezar cada noche el Padre nuestro para tener muy presente a su progenitora, una mujer que hizo “demasiadas locuras”.
El verano en pleno campo con unos ‘padres’ y una ‘hermana’ nuevos no hace más que poner de relieve las diferencias y todos deberán aportar su granito de arena para que la convivencia sea un éxito. Es entonces cuando la cineasta expone abiertamente sus momentos más íntimos, en la búsqueda de su propio espacio, acentuando el egoísmo y el malestar ante lo desconocido, resaltando situaciones en las que intenta integrarse y se topa con la frialdad de gente que teme contagiarse de una enfermedad ‘maldita’, o reflejando la pérdida de su inocencia y el rechazo a unas personas que ya tienen adquiridos unos hábitos en los que ella parece no encajar.
Verdaguer es el hermano de su madre, un joven que regenta un bar y se pasa el día con un cigarrillo en la boca. Intenta ser simpático y cariñoso con su sobrina, pero todo el peso educativo recae en el personaje de su mujer, que está en casa a cargo de las niñas. La historia va transitando sobre todo en la relación de tira y afloja entre tía y sobrina. Simón se encarga de mostrar al público una evolución afectiva creíble y entrañable, a base de mucha comprensión y paciencia. Un proceso nada fácil en el que la pequeña Anna adquiere un papel importante como compañera de juegos y diana principal donde apuntar el desequilibrio emocional de Frida.
La realizadora catalana nos regala escenas preciosas protagonizadas esencialmente por las actrices más pequeñas en un ejercicio de nostalgia donde ambas exhiben su química bailando al son de ‘Toma mucha fruta’ de Bom Bom Chip, sumergiéndose en la bañera, disfrazándose y maquillándose, jugando a mamá e hija o saltando alegres sobre la cama. La cámara se mueve siempre inquieta y logra atraparnos hacia ese universo interior que sacude a Frida sin excederse en las situaciones dramáticas, regalándonos incluso algunas dosis de comedia necesarias.
Verano 1993 es una joya imprescindible de una joven directora, sobradamente preparada, que tiene mucho que contarnos. Carla Simón sabe manejar las emociones para lograr removernos por dentro hasta ese inesperado final y destapar así la magia imprescindible en la oscuridad de una sala de cine. Tomen nota de su nombre porque su carrera no ha hecho más que despegar y apunta hacia lo más alto.