La estación de metro de Bonne-Nouvelle (buena noticia o buena nueva) debe su nombre a la iglesia de Notre-Dame-de-Bonne-Nouvelle. Así que descartemos eventuales interpretaciones prosaicas: se llama así por la Anunciación. En las primeras horas de la toma de rehenes en la discoteca Bataclan, Bonne-Nouvelle era una de las últimas paradas de la línea 9 que permanecían abiertas, ya que las más próximas a la discoteca quedaban dentro del perímetro policial. Periodistas de todo el mundo a quienes los atentados pillaron de guardia o de fin de semana parisino nos concentramos aquel auténtico viernes negro en la valla que delimitaba el perímetro, frente al Attitude Café del Boulevard Voltaire. Fue una noche de espantoso silencio sólo roto por las tres detonaciones que acompañaron el asalto policial.
Tras la reapertura del local, algunos de aquellos periodistas hemos querido entrar allí para exorcizar, cada uno a su manera, los demonios evocados durante la noche en vela en la que 90 personas fueron asesinadas.
La buena nueva –ahora sí, sin connotaciones religiosas– es que el mítico club parisino se ha recuperado para la música en vivo. Ya vuelve a ser el club que a todos acoge, desde la grabación de Velvet Underground en 1972 hasta el new soul de la treintañera Yael Naïm el próximo martes, pasando por el show ofrecido el viernes por Marianne Faithfull. La que fue icono del swinging London fue invitada a sumarse a la fiesta de reapertura –unos días después de Sting– porque ha escrito un tema para las víctimas de aquel 13-N.
Marianne Faithfull, sentada y apoyada en su bastón, junto al prodigioso violinista Warren Ellis
Nadie dudaba que el concierto tendría un plus de solemnidad por celebrarse en el escenario de una matanza cercana, aunque el ambiente, de entrada, fuera el de una noche cualquiera: parejas a partir de los 50 que salen a divertirse un viernes después de cenar algo en uno de los restaurantes abarrotados del barrio. Algún momento de espanto, claro, como cuando un espectador del fondo gritó “¡Eres hermosa!” y más de uno se giró temiendo, por instinto, que había llegado una visita indeseada. Pero sin más sobresaltos.
Ya lo dijo al principio Faithfull: esta noche tengo mucho dolor que exteriorizar, así que empecemos cuanto antes. Y lo primero que hizo fue acometer una sobrecogedora versión del Tower of song del recién fallecido Leonard Cohen, uno de los temas con los que se despidió en vida el cantautor. “De tan guapo y elegante que era me daba hasta miedo”, dijo de él.
El influjo de Cohen se manifestó durante todo el concierto. Igual que el artista canadiense en su ocaso, Faitfhull ha llegado a ese momento de su carrera en que recita más que canta, ya que su voz, de tanto quebrarse, ha acabado devastada. Sus limitaciones físicas causadas por una fractura y una infección –cantó buena parte del concierto sentada– las compensa, igual que el último Cohen, con una banda energética. En ella sobresale el violinista Warren Ellis, acompañante habitual de Nick Cave.
El recuerdo para las víctimas de Bataclan fue ese They come at night (Vienen de noche) y la advertencia de que (los terroristas) quieren arrebatarnos aquello que “nos gusta, como la música o las chicas guapas flirteando en las terrazas de París”. Fue el momento álgido de una noche con otros muchos duelos: duelo por su voz arruinada, por los amores imposibles, por las causas perdidas y hasta por los cigarrillos que un día paladeamos y que hoy nos abrasan el cuerpo por dentro. Faithfull se encendió uno desafiando la ley y tras dos caladas empezó a toser con estrépito.
¿Valió la pena regresar a Bataclan y asistir a ese concierto sólo apto para incondicionales de Marianne Faithfull? Sí, valió la pena para comprobar que los yihadistas no han alterado el curso natural de las cosas: los viejos clubs siguen oficiando funerales para la revolución que un día protagonizaron Faithfull y Cohen y tantos otros, mientras por el mundo florecen las bandas resultantes de su feliz onda expansiva.